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Los cónyuges están llamados a vivir el amor en su plenitud pero, en la actualidad, hay un enemigo que lo impide.

¿Hay diferencia entre el amor y el placer? ¿Se oponen la una de la otra? ¿Cuál es el enemigo del placer? El Investigador en el Instituto Cultura y Sociedad (ICS) de la Universidad de Navarra, Carlos Beltramo, nos explica la relación que existe entre ellas y la afectación que se genera en los individuos cuando prevalece el consumo de pornografía, que en la actualidad es considerada la droga más peligrosa.

Según la Real Academia Española, el placer es un «goce o disfrute físico o espiritual producido por la realización o la percepción de algo que gusta o se considera bueno». A esta definición, Carlos Beltramo agrega que también es «una partecita del amor muy importante» que -en el matrimonio- debe estar presente, ya que suele ser el «inicio del amor en las parejas».

«La sexualidad […] mediante la cual el hombre y la mujer se dan el uno al otro con los actos propios y exclusivos de los esposos, no es algo puramente biológico, sino que afecta al núcleo íntimo de la persona humana en cuanto tal. Ella se realiza de modo verdaderamente humano solamente cuando es parte integral del amor con el que el hombre y la mujer se comprometen totalmente entre sí hasta la muerte» (CIC, 2361)

Los cónyuges están llamados a vivir esa cercanía que les permite disfrutar de su vida sexual y de actividades en conjunto que pueden ser el resultado de aventuras y desafíos juntos. Porque en «el contexto del amor, el placer se da».

Es muy importante el placer dentro de las relaciones conyugales, menciona el experto; por ello, si se deja de experimentar, es bueno cuestionarse si la pareja necesita ayuda profesional.

«El Creador […] estableció que en esta función [de generación] los esposos experimentasen un placer y una satisfacción del cuerpo y del espíritu. Por tanto, los esposos no hacen nada malo procurando este placer y gozando de él. Aceptan lo que el Creador les ha destinado. Sin embargo, los esposos deben saber mantenerse en los límites de una justa moderación» (Pío XII, Discurso a los participantes en el Congreso de la Unión Católica Italiana de especialistas en Obstetricia, 29 octubre 1951).

Es importante resaltar que el amor no es solamente el resultado de la suma de placeres; de considerarse así, se perdería el enfoque de lo que realmente es y de todo lo que engloba un matrimonio, que no solo se reduce al acto conyugal, sino que abarca una unión y reciprocidad en la convivencia diaria.

El placer es egocéntrico porque se piensa en uno mismo, pero no necesariamente egoísta, porque si yo lo pongo en el eje del amor, el placer se convierte en un compartir mutuo”.

Pero, en la actualidad, hay un enemigo que desorienta el sentido del placer.

 

 

El enemigo más palpable: la pornografía

La pornografía (el enemigo actual) es el material audiovisual o narrativo de escenas sexuales en donde no se expresa el verdadero significado del cuerpo; al contrario, lo cosifica y malinterpreta. El investigador Carlos lo define como «la promesa, normalmente incumplida, de un supuesto placer inagotable, pero que, en el fondo, mata todas las vías hacia al amor, porque apunta al egoísmo».

«La inocencia ‘del corazón’ y, por consiguiente, la inocencia de la experiencia significa participación moral en el eterno y permanente acto de la voluntad de Dios. Lo contrario de esta ‘acogida’ o ‘aceptación’ del otro ser humano como don sería una privación del don mismo y por esto un trastrueque e incluso una reducción del otro a ‘objeto para mí mismo’ [objeto de concupiscencia, de ‘apropiación indebida’, etc.]» (La Teología del Cuerpo de San Juan Pablo II, capítulo 17, apartado 3)

El experto menciona tres ejes en los que podemos ver cómo la pornografía afecta a la persona, y por consiguiente, a la vida conyugal.

«El placer puede ser el primer paso para el amor. Eso no es lo que propone la pornografía, porque [el placer] mal manejado se vuelve un obstáculo para amar».

 

 

DAÑO A NIVEL CEREBRAL

El cerebro, ante momentos de alegría y excitación, libera una sustancia química asociada con el placer llamada dopamina, «como respuesta a comportamientos que consideramos positivos», según Fight the New Drug.

Las reacciones hormonales, al consumir pornografía (el enemigo), se ven alteradas, por lo que puede considerarse una «una droga moderna». El cuerpo registra este vicio como algo bueno por las dosis de dopamina que genera, de modo que, «ya no piensas, solo sientes, sientes y quieres sentir cada vez más fuerte», menciona Carlos.

DAÑO A NIVEL PSICOEMOCIONAL CON LA PAREJA

Otro gran daño a la persona que menciona el experto es que, a nivel emocional, es más fácil conectar con la pareja al realizar el acto conyugal. Porque «el varón tiene un ciclo, psicología y una velocidad en la sexualidad, así como la mujer tiene la propia»; sin embargo, con el consumo de la pornografía, se pierde la noción de buscar lo mejor para la pareja.

«[La pornografía] altera esos los ciclos; el hombre puede llegar a la eyaculación precoz, porque le hace creer que la mujer va al mismo ritmo que él y entonces empiezan todos los problemas matrimoniales de insatisfacción de la chica (él no me escucha) y la insatisfacción del chico (tuve la relación, pero no sentí esa penetración íntima que va más allá del cuerpo)», menciona Carlos Beltramo.

DAÑO A NIVEL SOCIAL

Este enemigo nos hace perder la mirada bondadosa al prójimo porque ahora está llena de lujuria. «Empiezas a ver a las personas del otro sexo como pedazos de objeto caminando, y piensas cómo puedes satisfacerte». Esto sucede debido a que la pornografía, sin importar la cantidad de consumo, es que es una «deformante de la realidad».

El placer siempre debe llevar al amor

El acto conyugal tiene que guiar al amor siempre; llevar a una verdadera unión en la que ambos expresan la dignidad de sus personas. «Es que la sexualidad lo pide, empieza en lo físico, pero no termina en lo físico».

El experto sugiere que para una convivencia sana siempre debe haber espacios de diálogo y negociación, conocer al otro íntimamente para poder tener una unión llena de generosidad, viviendo la sexualidad como Dios nos llama: reproductiva y unitiva.

 

 

Escrito por: Yohana Rodríguez, vía Aleteia.

 

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