Casi todos podríamos estar de acuerdo con que la educación es la clave para erradicar la pobreza, la desigualdad, la falta de empleo y hasta la inseguridad, bien como permitir el desarrollo tecnológico e industrial que el país necesita para que su economía crezca y, por tanto, haya un bienestar general en la sociedad.
Tan importante parece ser la educación, que la Constitución de 2008 dispone que cada año su presupuesto se incremente en al menos 0.5% del PIB, seguramente con la noble intención de que cada vez se destinen más recursos a este rubro. Lamentablemente, esa disposición populista carece de sustento en ingresos fiscales y por ello no siempre se cumple. Y aún si se cumpliese ¿sería suficiente?
Fíjense como la reflexión rápidamente se encauzó hacia la obligación del Estado de brindar educación al pueblo. Es porque inconscientemente creemos que la responsabilidad es de alguien más. Sí, respaldo la idea de que una nación más educada será una nación más justa y próspera, pero esas ideas tamaño país es mejor que las concreten los gobernantes, ministerios y demás instituciones intangibles. No me miren a mí.
Inclusive las familias que tienen la capacidad económica de pagar por colegio o universidad privados no podrían decir que ya cumplieron dando a sus hijos una mejor educación, ciertamente se quedan cortos. Si bien es cierto que establecimientos privados podrían tener mejores instalaciones y recursos, quizás docentes más preparados, sus alumnos no necesariamente destacan en rankings internacionales de matemáticas, ciencias o letras. Y también están los padres que he escuchado reclamar porque les mandan muchos deberes a sus hijos y explican que “para eso pago para que lo eduquen allá”.
Es que el problema estructural no es de presupuesto sino cultural. Decimos que valoramos la educación, pero poco o nada hacemos al respecto. En realidad, celebramos más los triunfos deportivos que los académicos y sin duda le ponemos más entusiasmo y apoyo visible a un partido de fútbol del grado de nuestros hijos que a un proyecto de investigación que hacen en clase. Sólo piensen en cuántas clases de tenis, karate o baile los han puesto versus cuántas de robótica, matemáticas o programación.
La cultura del mundo eleva a los altares a atletas, cantantes y actores mientras nosotros con nuestro tiempo dedicado y comportamientos damos ejemplo a nuestros hijos de que, en efecto, esos son los modelos que aspirar e imitar o ¿cuándo fue la última vez que ud. les habló sobre un científico revolucionario y puso su póster en la casa o les compró una camiseta con su foto estampada? Ni siquiera incentivamos la lectura de libros o la curiosidad sobre el mundo que los rodea, tampoco les planteamos conversaciones serias sobre la vida y cómo ser personas de bien. Al contrario, les damos un celular para que se distraigan y nos dejen en paz para poder nosotros mirar el nuestro.
Nos llenamos la boca diciendo que la educación es la salida, pero rara vez volvemos aspiracional la excelencia académica ni ponemos en los titulares cómo las ciencias y las letras cambian el mundo. En la práctica, los estudios quedan solamente como una etapa más en la vida, por eso la actitud de la mayoría es la de quien cumple, sin comprender bien para qué o por qué. Por eso el rendimiento promedio es mediocre, un reflejo de lo mediocre que es nuestra sociedad.
Ya no premiamos la excelencia ni hay consecuencias para el mal desempeño, muchas notas son por trabajos en grupo donde la responsabilidad individual se diluye, los profesores les dan guías de estudio y cuadernillos de fórmulas previo a cada examen que, de paso, es de opción múltiple; el deber es mirar un video en You Tube y la investigación se las hace Chat GPT. Hay graduación y fiesta por pasar de preescolar a primaria, medalla y diploma a todos por el simple hecho de pasar de año, siendo que es ya casi imposible reprobar, les dan mil oportunidades, pero nadie se queda.
La educación es clave, sí. Pero no es algo de lo que se encarga el Estado o el colegio/universidad que pago. Necesito ser protagonista en la vida estudiantil de mis hijos, porque de lo contrario la vida diaria nos vuelve espectadores distantes de lo que aprenden nuestros hijos y no hacemos nada por potenciar ese conocimiento con discusiones profundas, libros o videos que los entusiasmen por cada aprendizaje nuevo. ¡Qué diferente sería invitarlos a cuestionar, investigar y corroborar lo que aprendieron, a sentirse más orgullosos de sus estudios que de su puntaje en un video juego!
¿Cómo va a poner ud. la educación de sus hijos al centro de las prioridades en 2025?
Pablo Moysam D.