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Vivimos tiempos en los que el «amor líquido» nada serio ni duradero es normal, pero ¿es posible construir un amor sólido a pesar de eso?

Recientemente, unos amigos nos platicaron que habían ido al templo en el que se habían casado hace apenas unos meses para pedir su acta de matrimonio. El tiempo les había jugado una mala pasada, pues por una cosa u otra no habían ido por ella.

Los habían invitado a ser padrinos de bautizo y como parte de los documentos necesarios estaba precisamente su acta de matrimonio. Era el momento ideal para ponerse al día con este pendiente que tenían.

Una sorpresa inesperada

Al llegar a la notaría del templo, la secretaria les preguntó cómo les había ido en estos meses de matrimonio. Ambos muy contentos respondieron que bien, incluso mejor de lo que habían pensado.

La secretaria con una sonrisa asintió. Qué bueno que les estaba yendo bien. Les había hecho esa pregunta porque apenas hace poco tiempo atrás, otra pareja que se había casado el mismo día que ellos también había visitado la parroquia, pero para pedir la documentación necesaria para armar el expediente de nulidad matrimonial.

Hace no mucho tiempo, también un sacerdote, amigo de la familia, nos platicó de una pareja que, con solo una semana de casados, prácticamente habían regresado de la luna de miel para ir al Tribunal Eclesiástico a buscar iniciar su proceso de nulidad.

¿Se preguntarán por qué les contamos esto? Hoy por hoy existe una infinidad de casos tanto por la vía eclesial como por la civil que al poco tiempo de casados se da por terminada la relación. Una relación, un matrimonio que, en principio, se había planteado para toda la vida.

¿Cuán es la causa de esto tan penoso? Una separación nunca es fácil. Quisiéramos poderles dar una razón concreta. Vemos este fenómeno tanto en parejas que tenían poco tiempo de noviazgo como en quienes llevaban 10 o más años de relación. Pareciera que ninguna pareja está exenta del riesgo de ver morir su amor al poco tiempo de haber contraído matrimonio.

 

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Una historia de terror pero que puede tener final feliz

Así es como vemos este fenómeno, una especie de historia de terror para las parejas que están por contraer matrimonio. Más allá del temor que estas cifras puedan causar en aquellos que sueñan con un amor para toda la vida, este desafío podría convertirse en una gran motivación.

Casarse no es un paso que hay que dar apresuradamente, ni tampoco es el paso obligado que hay que dar porque llevamos muchos años juntos. Amarse para toda la vida tiene algunos requisitos.

Detenernos a reflexionar sobre lo que nos depara en nuestra vida matrimonial y cuestionarnos qué tan bien nos hemos preparado para nuestro matrimonio, es parte importante del dilema. Pero no lo es todo.

Es verdad que ser auténticos y libres es un requisito (entre tantos otros) para que un matrimonio religioso sea válido. Pero esta autenticidad y libertad no debería nunca confundirse con dejar que improvisación sea la que vaya marcando la pauta de la relación. Dejar que «todo fluya» no es un buen actuar cuando estamos por contraer matrimonio.

 

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Frente al amor líquido, ¿cómo construimos un amor sólido?

El filósofo y sociólogo Zygmunt Bauman plantea el amor líquido. Un amor cuya característica principal es la fragilidad de los vínculos que generamos. Las relaciones que llegan a ser «desechables», convirtiendo a todo humano con el que me relacione como algo reemplazable. Un amor que «fluye» como el agua y de pronto se pierde en el océano del mil «amores» más.

No sabemos la causa exacta por la que cada matrimonio termina. Lo que sí sabemos es que esta cultura del amor líquido, su fragilidad y descarte hace sucumbir a los amantes frente a los requerimientos y de la vida matrimonial. Pareciera que no hay «pasta» para hacerle frente a la vida matrimonial y se han roto con los primeros retos que se han presentado.

Frente a esta realidad del amor líquido, generar un «amor sólido» es parte del antídoto. Y digo parte porque la otra es mantener abierto el corazón a la gracia de Dios.

Educar los sentimientos, la voluntad, conocerse son parte de construir unas bases profundas y firmes. Bases para que crezca un amor resistente que permita vivir, luchar y acompañarnos en las adversidades y también las muchas alegrías. Que sea, por decirlo de alguna manera, a prueba de dificultades, las cuales se presentarán en mayor o menor medida a lo largo del matrimonio.

Este amor sólido requiere dedicación, requiere de tiempo, mucho tiempo, de trabajo y compromiso. Y no solo es un trabajo que nos prepare para iniciar la vida como esposos sobre terreno firme y no sobre unas bases líquidas y frágiles, sino que es un trabajo que haremos toda la vida hasta que la muerte nos separe.

El amor sólido se trabaja en el día a día, desde que empezamos una relación de pareja ya estamos trabajando este amor. A medida que el camino nos vaya mostrando que vamos caminando firmes, iremos escalando al siguiente nivel hasta poder concretar esta unión en el altar.

Pero no se dé por hecho que ya por estar casados este amor será permanente. Implica que el «sí» que se dice en un momento determinado sea respaldado en la cotidianidad de la vida.

A través de los detalles y gestos de cariño con los que le hacemos presente a nuestro cónyuge, a través del cuidado, a través del sacrificio iremos construyendo este amor. Y comunicaremos esa confianza que necesita saber nuestro cónyuge; que es la persona más importante para nosotros, pues es a quien elegimos amar «hasta que la muerte nos separe».

 

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Escrito por: Anahí Ruvalcaba Ortiz y Francisco Peralta Dávalos, vía Catholic-Link.

 

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