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Siete claves para entender la situación actual de la Iglesia en Nicaragua.

Esta semana Nicaragua ha entrado a formar parte del «selecto» grupo de naciones que persiguen a la Iglesia católica a nivel internacional; un grupo que contiene entre sus miembros a Rusia, a Corea del Norte, a Cuba y, por supuesto, a China.

¿Cuáles son las siete claves para que un país cuya confesión cristiana mayoritaria sea la católica se vea envuelto en esta persecución a la Iglesia y a sus ministros, religiosos y religiosas, así como a los laicos que profesan el catolicismo?

 

 

LA LLEGADA DEL SANDINISMO AL PODER

En 1979, después de muchos años de lucha, el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), fundado en 1961, logró derrocar la dictadura de los Somoza, que había gobernado con mano dura al país por varias décadas. Los sandinistas gobernaron desde ese año hasta 1990. Buena parte de su llegada al poder fue gracias a la labor mediadora de la Iglesia católica, liderada entonces por el que fuera cardenal de Managua, Miguel Obando y Bravo. En principio, los sandinistas –con Daniel Ortega a la cabeza—estuvieron cercanos a la Iglesia católica, pero pronto vino la ruptura al integrar a diversos miembros de la misma (por ejemplo Ernesto Cardenal) como ministros y miembros del gobierno.

 

 

EL APERCIBIMIENTO PÚBLICO DE JUAN PABLO II

Los sacerdotes que estaban en el movimiento sandinista fueron inhabilitados por el Vaticano. Cuando el papa Juan Pablo II visitó Nicaragua por vez primera (4 de marzo de 1983), dos acontecimientos impulsaron aún más el distanciamiento del sandinismo con la Iglesia católica. El apercibimiento público del papa Juan Pablo II a Ernesto Cardenal para que regularizara su situación y los gritos de quienes participaron en la misa multitudinaria con el gabinete orteguista en pleno. La gente gritaba consignas a favor del poder popular y de la paz interrumpiendo la Misa. En un momento, el Papa respondió diciendo estas palabras proféticas: «La primera que quiere la paz es la Iglesia». Hubo en ese tiempo expulsiones de sacerdotes acusados de «terrorismo» y un ambiente de hostilidad no declarada en contra de la Iglesia. San Juan Pablo II recordaría aquél viaje como una «gran noche oscura».

 

 

LA PRIMERA EXPULSIÓN DE UN OBISPO

Con el poder, los sandinistas quisieron tomar revancha de las posiciones de la Iglesia y de la repulsa del papado de Juan Pablo II a los teólogos de la liberación, considerando que se trataba de una oposición a la revolución del pueblo. La persecución y el posible destierro del obispo Rolando Álvarez, trae el recuerdo de la persecución y el exilio al que el régimen sometió en 1986 al obispo de Juigalpa, Pablo Vega. Mediante artilugios (entonces no usaban el método del cerco policiaco) invitaron al obispo Vega a una reunión. Ahí lo aprendieron, lo montaron en un helicóptero y lo dejaron del otro lado de la frontera con Honduras. La acusación, eso sí, fue similar a las de ahora: «traición a la patria».

 

 

LOS AÑOS SIN EL PODER DEL SANDINISMO

Desde 1990 (las primeras elecciones democráticas después de los Tratados de Esquipulas II, en los que mucho tuvo que ver la Iglesia católica de Nicaragua) hasta 2006, Daniel Ortega y su partido se mantuvieron en las filas de la oposición con tres intentos fallidos de volver al poder. Durante ese tiempo, advertidos del prestigio de la Iglesia católica en la población nicaragüense, Ortega intentó congraciarse con ella. Tanto así que fue el propio cardenal Obando y Bravo el que ofició la misa de matrimonio católico de Ortega y Rosario Murillo quienes llevaban 25 años de convivencia conyugal. Incluso Ortega pidió perdón por «los errores y atropellos en contra de figuras de la Iglesia en el pasado».

 

 

«EL VIBORAZO» DEL CARDENAL

Corría el año de 1996 y Ortega buscaba volver al poder cuando ocurrió un hecho que marcaría la memoria de Ortega y de su esposa. Fue durante una homilía en la víspera de las elecciones, conocida como «la parábola de la víbora» o «el viborazo». Pronunciada por el cardenal Obando y Bravo, advertía a los votantes que no deberían acoger a una «víbora moribunda», pues, si se recuperaba, iba a matar a su salvador. Los analistas fueron unánimes en declarar que la víbora era Daniel Ortega.

A la postre, en esas elecciones, el triunfador fue Arnoldo Alemán, del Partido Liberal Constitucionalista. Y no sería hasta diez años más tarde, en 2006, cuando Ortega regresaría al poder, mismo que, desde entonces, no suelta, convirtiéndose en el dictador vivo más longevo de América Latina, lo cual es mucho decir.

El ministro de Defensa de Nicaragua, Humberto Ortega (L), firma un acuerdo de alto el fuego con los rebeldes de la contra el 23 de marzo en Sapoa. De izquierda a derecha, el presidente de Nicaragua, Daniel Ortega (con anteojos), Joao Baena Soares, secretario general de la Organización de los Estados Americanos, el cardenal Miguel Obando y Bravo y Alfredo Cesar, director de la Resistencia Nicaragüense (NR).AFP

 

 

PRIMERAS ADVERTENCIAS

Los años que van de 2006 a 2018 fueron años de crecimiento de las tensiones entre el gobierno de Ortega-Murillo y la Iglesia católica. Otro de los grandes críticos, el obispo auxiliar de Managua, Silvio José Báez, quien ahora se encuentra en el exilio, en Miami (Florida, Estados Unidos) por requerimiento del papa Francisco (había recibido amenazas de muerte) dijo en 2011 que Nicaragua se enfilaba hacia un totalitarismo «visible o encubierto».

Varios obispos fueron hostigados, entre ellos el obispo de Matagalpa, quien siempre se ha caracterizado por su oposición al régimen sandinista. De hecho, en su juventud, se negó a realizar el servicio militar «patriótico» al que estaba «obligado» por el gobierno revolucionario.

 

 

LA GRAN DEBACLE

Las más graves tensiones entre Ortega-Murillo y la Iglesia católica se han dado a partir del mes de abril de 2018. Entonces el Gobierno intentó una reforma a las leyes de seguridad social que desataron las protestas en todo el país, teniendo como foco Managua y ciudades como Matagalpa. Las protestas fueron reprimidas de manera violenta por el gobierno sandinista y por sus fuerzas de seguridad, lo mismo que por grupos paramilitares. La Iglesia católica fue la primera en proteger a quienes se manifestaban libremente y trató de ser la mediadora de un diálogo nacional por la paz, pero no lo logró. La respuesta de Ortega fue llamar a los obispos y a los sacerdotes terroristas y golpistas, y la de Rosario Murillo llamarlos «diablos con sotana».

 

 

Escrito por: Jaime Septién, vía Aleteia.

 

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