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¿Estamos ante una escuela que nos propone lo digital como novedad irremediablemente obligatoria en todo? ¡No olvides compartir!

La digitalización parecía que debía ser la gran innovación educativa del siglo XXI. Sin embargo, pasados los años de la primera y comprensible efervescencia innovadora, los hechos no apuntan en esa dirección.

Cuando en las aulas la digitalización entra masivamente –un ordenador para cada alumno suele ser la propuesta bandera-, el aprendizaje que exige atención y concentración sufre un retroceso.

Muchas escuelas han dado pasos atrás cuando han calibrado el caos –en innumerables planos- que supone un ordenador para cada alumno.

La psicología, la neurociencia, los pedagogos e incluso los expertos en management y marketing, sobre la base de lo que dice la ciencia, se ponen cada vez más de acuerdo para desautorizar las especulaciones pedagógicas, no dudamos que bienintencionadas, que defienden la digitalización masiva. Y muchas escuelas han dado pasos atrás cuando han calibrado el caos –en innumerables planos- que supone un ordenador para cada alumno.

 

 

¿Minimalismo digital?

Frente a este maximalismo digital está lo que muchos denominan el minimalismo digital tan necesario para reducir el tecnoestrés infantil y adolescente que se prolonga en muchas aulas.

La digitalización prudente

Quizá una digitalización prudente de las aulas podría consistir en sacarle el mayor partido al ordenador del profesor que proyecta los más relevantes contenidos en una pantalla (a través de un cañón de proyección), a un ritmo muy lento y didácticamente muy meticuloso. Si las imágenes y sus textos se maduran muy quedamente perdurarán en la retina. Sucederá como con las mejores ilustraciones de los libros de siempre: ofrecerán explicaciones interesantísimas. Eso nadie lo niega.

Pero la clase no consiste en la mera exposición, durante la gran parte del módulo, de este tipo de contenidos sino más bien de una breve proyección (quizá de unos 10 minutos) de estos mismos conocimientos digitalizados que se complementará con la voz del profesor, el libro, ejercicios, lecturas.

Estos contenidos digitalizados no son la explicación sino su complemento. Es decir, muchos maestros señalan que lo mejor es aprender trabajando documentos digitales didácticamente muy relevantes, pero solo expuestos brevemente y procedentes de la pantalla general de la clase, es decir no surgidos de las tabletas particulares.

Una digitalización prudente, ensanchemos la definición, no puede basarse en los disruptivos ordenadores portátiles ni en las tabletas.

Pensamos en una digitalización escolar prudente donde cabe incluso un laboratorio común, grande, bien conectado digitalmente, a donde, eventualmente (no constantemente pues en el colegio hay más alumnos), los estudiantes se trasladan para realizar ejercicios de inglés, exámenes de matemáticas o tareas de robótica. Un laboratorio con capacidad y con ordenadores potentes que es visitado cuando es estrictamente necesario, quizá cada dos semanas, y la aplicación, contrastadamente, ofrece beneficios.

 

 

Lo sencillo educativamente es a menudo lo mejor

Algunos se escandalizarán. Pero en la escuela, como veremos, lo sencillo es a menudo lo mejor. Este no es un manifiesto para una educación tecnófoba. Es una reflexión basada en la investigación para hacer el mejor uso posible de las tecnologías más avanzadas, pero con criterio.

La digitalización masiva supone ceder, a menudo, a ese negocio educativo digital, que coloca a las Big Tech (Apple, Microsoft, Google, etc.), innecesariamente en el alma de la escuela. Un negocio que sí mueve muchos millardos, pero no las inteligencias de los estudiantes. Entonces qué señalan estos expertos en el mundo laboral donde los rendimientos de los empleados se traducen en productividad. Pues señalan que la digitalización masiva distrae y el trabajo efectivo decae y pierde valor. La atención se colapsa y pierde focalización ante una multiplicación de estímulos.

Regresemos a la escuela. Si lo que se necesita en la escuela es concentración en las tareas, atención ante las instrucciones del profesor, lectura de calidad, ahí, en este clima sosegado, los portátiles o las tabletas masivas (que los alumnos llevan consigo de casa a la escuela y de la escuela a casa para continuar con los deberes) apuntan a la línea de flotación de estas tareas cognitivas exigentes. Las tabletas, una para cada alumno, son básicamente distractivas.

 

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Lo sencillo es cognitivamente más rentable

Entonces se vuelven relevantes la toma de apuntes, la libreta, el bolígrafo o sencillamente el libro que el estudiante maneja para seguir y confirmar la explicación del profesor. Y se nos dirá: “¿Pero los libros, los bolis, las libretas son objetos de la escuela pasada de moda?”. Y desde estas líneas se le responderá: hay que apartarse de la sacralización de lo nuevo. Existen modos de enseñanza antiquísimos que hoy ofrecen los mejores resultados.

Por ejemplo, alumnos auténticamente centrados en la explicación de sus profesores. Es lo que sucede en algunas de las mejores Sharter School y Free Schools, estadounidenses y británicas. Son capaces de sacar, de este modo, a los estudiantes más humildes del círculo vicioso de la pobreza.

Quizá alguna escuela haya decidido que la gamificación digital, la lectura en pantalla, la multitarea son sus objetivos. Quizá algunas nuevas pedagogías y metodologías se sientan más fascinadas por alumnos que van y vienen desde distintas pantallas consultando en los buscadores para componer los documentos más floridos. Los «visten» con fotos, videos, animaciones… Pero sin la base suficiente de conocimiento para entender lo que leen y a base de cortar y pegar frases y sobre todo fotos, mapas, gráficos.

Sin embargo, a menudo lo más eficaz en una escuela es lo más humilde. Y lo más fructífero puede ser un ejemplar de un libro escrito hace 30 años, reeditado constantemente, que se basa en los clásicos (Cicerón, por ejemplo) y en el que se habla de la oratoria, de la retórica, de la argumentación. Libro que explica la puesta en escena oral de un ensayo redactado a partir de unas cuartillas con un obediente lápiz. “¡Pero si lo escribiera en un Word se aclararía mejor!”. Sí: por supuesto, y entonces ¿dónde queda la caligrafía, y la escritura manuscrita, y la ortografía, y la sintaxis sin ayudas?

Escribir a mano enseña a pensar despacio, serenamente y a concentrarse meticulosamente. La psicomotricidad fina de la mano al escribir con los cinco sentidos es puro aprendizaje, pura inteligencia en acción.

 

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Escrito por: Ignasi de Bofarull, vía Aleteia.

 

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