Tú no querías divorciarte, eres creyente, pero allí estás. ¿Y ahora qué?
Nadie se casa para divorciarse. Sin embargo, este cáncer social sigue en ascenso. Cada vez hay más parejas donde uno de los cónyuges abandona el hogar en busca de lo que ellos llaman “felicidad”. A esto, yo más bien le llamo ceguera espiritual, cuya raíz es el egoísmo.
Cuando uno de los cónyuges se baja del barco, el otro queda con el corazón apaleado. Vive sin vivir. No piensa, solo siente y este sentir le taladra el alma. Es un dolor tan profundo que solo quien lo ha vivido sabe de lo que hablo. Esto duele, entre otras cosas, porque el día que nos casamos nos hicimos “uno solo”.
Cabe mencionar que, en casos como este, el divorcio legal muchas veces es necesario. Pero no porque con esto solucionemos la crisis matrimonial o porque la Iglesia acepte el divorcio como tal, sino porque hay que proteger en todos sentidos a la familia. El vínculo sacramental sigue vigente porque lo que Dios ha unido no lo separa el hombre.
La crisis pre divorcios
Para que haya una crisis se necesita de 2. Sin embargo, generalmente la dinámica es esta. Está el cónyuge activo que es el que se va o rompe la relación y el pasivo quien es el que procura arreglar las cosas para que la relación no se rompa y se salve. Es muy raro -no imposible- que ambos se quieran quedar en un matrimonio mediocre -pasivo- o que por el otro lado a los dos les interese romper el matrimonio y que la familia se venga abajo.
En esa crisis, con esa situación y justo en ese momento lo que toca es aprender de esa experiencia. Pero será tu elección, la que no es nada fácil. A nadie le gusta aprender a base de lágrimas y sufrimiento, sin embargo, es una oportunidad que la vida te ofrece. Aunque tú no la hayas buscado, es parte del camino para ser mejor persona. El dolor está, pero la elección de salir adelante o de quedarte estancado es solo tuya.
Si Dios da la carga, también dará la fuerza. Al cónyuge pasivo le vendrá una lluvia de gracias sobrenaturales para que, desde su trinchera resguarde, cuide y proteja el alma tanto del cónyuge como la de sus hijos. La santidad de todos ellos se queda en sus manos, en su capacidad de amar y perdonar, en su prudencia y en su talento para ahogar el mal en abundancia de bien.
Del dolor a la purificación
Recordemos que el dolor y el sufrimiento transforman los corazones, purificándolos y haciendo milagros. Por eso la importancia de que el cónyuge pasivo refuerce su vida de piedad y oración para que, si es la voluntad de Dios, se salve su matrimonio y por la salvación del que los abandonó. Este acto de amor es llevar la caridad a su máxima expresión que solos no podríamos lograrlo. Por eso la ayuda sobrenatural del Dios es muy importante.
Vía: Aleteia.org