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¿Estoy pecando de orgulloso…? Compartimos contigo tres sutiles signos de alerta.

El orgullo es justo lo contrario de la humildad. Parafraseando las palabras de Santa Teresa de Ávila, «la humildad es andar en verdad y la verdad es que no somos nada, pero de la mano de Dios somos más que vencedores». El orgullo, por otro lado, sería «andar en la mentira creyendo que puedes hacer algo sin Dios».

Esta es una mentira que muchos se dicen y tristemente terminan por creer. Es una mentira que tiene su origen en el pecado original y es el pecado que abre la puerta a todos los demás.

 

 

«¡Creo que no es necesario rezar por esto!»

Si has caído en la mentira de que puedes hacer algo sin Dios, de que no es necesario hablar con Él de alguna cosa de tu vida, trabajo o relaciones… piénsalo de nuevo.

Recuerda que no puedes hacer nada sin Él. Lo que hagas por tus propias fuerzas nunca será lo mejor que puedas dar, ni siquiera será algo o valdrá algo. No hay espacios en tu vida donde Él no entre. No hay nada que le puedas esconder o con lo que Él no te pueda ayudar.

Recuerda que después de pecar, Adán y Eva taparon sus cuerpos, creyendo que podían ocultar su vergüenza delante de Dios. Lo único que eso hizo fue que Dios los expulsara del Paraíso con la tristeza de saber que voluntariamente habían elegido soltar su mano y creerse dioses.

La unión con Dios debemos alimentarla por medio de la oración, por momentos de compartir con Él en adoración. No nos alejemos pensando que no lo necesitamos, porque lo necesitamos más que el aire que respiramos.

Él es la vida y sin Él solo existe la muerte por el pecado.

 

 

«A Dios debemos dejarlo en la Iglesia»

Esta es una gran mentira de nuestro tiempo. Muchas veces, en la falta de valentía para hablar de Dios, para comunicar a los demás la bondad de Dios, se esconde el orgullo.

La mentira de que podemos vivir sin Dios se une a la falta de caridad, sabiendo que es nuestra responsabilidad evangelizar con todos los medios que Dios nos ha dado.

Muchas personas creen que ir el domingo a la misa es suficiente. Pero, en el día a día, dejan a Dios olvidado. No lo hacen partícipe de sus vidas y de sus elecciones. Andan por la vida de espaldas a Dios.

«Esto no le importa a Dios»

Esta es una de las grandes mentiras que nos decimos. Muchas veces la he escuchado con respecto a temas sexuales. Dios no se mete en las alcobas de las personas, a Él no le importa con quién me acuesto. Es más, ¿qué le va a importar a Dios si veo pornografía o si me masturbo?

Te digo que a Dios le importa todo lo que haces… ¡todo! Dios no nos abandona nunca y, aunque no nos mira como un juez que nos juzga, sí nos mira con un inmenso amor.

Cuando pienso en esto y reflexiono sobre el temor de Dios, me doy cuenta de que lo que me da miedo no es Dios en sí mismo, sino perder esa mirada de amor. Hacerlo entristecer.

Vale la pena que pensemos en las veces en que damos la espalda al amor dulce y tierno que Dios nos tiene, en cuántas veces lo olvidamos, así sea un instante.

Muchas veces nos hemos dejado vencer por esa idea de que no lo necesitamos.

Hoy tómate el tiempo de estar consciente de su presencia. Cógele la mano en la oración y pídele que te ayude a sentir siempre su presencia a tu lado.

 

 

Escrito por: María Claudia Arboleda, Teóloga, licenciada en teología moral y espiritualidad, vía Catholic-Link.

 

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