Vivimos en un mundo en el que con facilidad nos atrevemos a definir los demás, muchas veces sin conocerlos. Pero en serio ¿debemos etiquetar a las personas?
Relajoso. Malcriado. Vago. Deprimido. Amargado. Hiperactivo. Las personas estamos constantemente etiquetando a los demás, calificándolos en base a su conducta. Utilizamos las etiquetas para dar un sentido de orden al mundo, sin embargo, las etiquetas tienen consecuencias negativas en aquel que las recibe, aquel que las da y en la relación afectiva que mantienen ambos. Por esto, es importante poder identificarlas, conocer cuáles son sus consecuencias negativas y cómo evitarlas.
¿Cómo identificar las etiquetas?
Generalmente, las etiquetas están fundamentadas en una conducta que es habitual en la persona. No obstante, también podemos etiquetar basándonos en nuestra primera impresión, a partir de un rumor que hemos escuchado o un diagnóstico que ha recibido. El error es que tomamos una conducta y la convertimos en la esencia de la persona. En vez de decir “que levantes la voz no es apropiado en este momento”, decimos “eres un malcriado.”
Las etiquetas no son sólo negativas. Existen también etiquetas positivas, que aprueban de manera exagerada la conducta o habilidad de la persona. Por ejemplo, “eres el mejor” o “eres la más inteligente.” Al igual que las etiquetas negativas, éstas también tienen efectos perjudiciales.
¿Cuáles son las consecuencias?
Entre las principales consecuencias están:
- Interiorizan la etiqueta, convirtiéndola en algo que sienten que no pueden cambiar y que es su obligación cumplirla.
- Tiene un impacto negativo en la autoestima y autovaloración de la persona.
- Enfoca la valía de la persona basándose en el exterior, llevándola a una búsqueda constante de aprobación por parte de los demás.
- En el caso de las etiquetas positivas, causa frustración y sentimientos de inferioridad cuando no cumplimos la etiqueta. “Si me equivoco, no soy perfecta como todos lo dicen y no valgo nada”.
- Por otro lado, las etiquetas negativas justifican, nos excusan de nuestro comportamiento y no nos permiten crecer. “Soy vago, ¿para qué me voy a esforzar si igual me irá mal en el examen?”.
- Provocan distanciamiento y rencor por parte de la persona etiquetada, perjudicando la relación afectiva entre ambos.
- Aquel que pone la etiqueta está constantemente enfocándose en aquellas situaciones que confirmen la etiqueta dada, pasando por alto otras cualidades y virtudes de la persona.
¿Cómo evitamos etiquetar?
Al momento de educar, enfócate en la conducta o acción específica, no en la persona. Por ejemplo, en vez de decir “eres un desastre”, di “hoy no ordenaste tu cuarto” y proporciónale herramientas para que pueda mejorar la siguiente vez.
Lo mismo debe suceder al momento de elogiar. Por ejemplo, en vez de decir “eres el más inteligente”, di “te felicito por tu esfuerzo.”
Evita utilizar frases de todo o nada, como “nunca estudias” o “siempre estás enojado.”
Evita comparaciones con otras personas, ya que éstas también están basadas en etiquetas dadas previamente.
Aprender del pasado
Las personas podemos aprender del pasado, cambiar y crecer. Etiquetar a los demás y a nosotros mismos nos limita, nos ubica dentro de una casilla que no abarca todo lo que somos o podemos llegar a ser. Aprendamos que nuestra conducta no nos define y enseñemos que equivocarse no afecta la valía de la persona, para así fomentar “el coraje de ser imperfectos” (Terner & Pew, 1978).
Escrito por: Psic. Cl. María José Arosemena, Máster en Salud Mental Forense.
Instagram: @psic.mariajoseab
Página web: psicmariajoseab.com
Correo: majosearosemena@gmail.com
Referencias:
Terner, J., & Pew, W. L. (1978). The courage to be imperfect: The life and work of Rudolf Dreikurs. New York, NY: Hawthorn Books, Inc.
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