Una mamá es un regalo invaluable que Dios nos da. Puede que muchas veces sea estricta con nosotros, pero lo hace por amor.
Mi madre ya hizo su tarea: mis hermanos y yo. Parece que por naturaleza, los hijos somos ingratos, conchudos, muy conscientes de esa libertad que nos regaló el amor de nuestras madres, esa seguridad heroica por la que nunca pensamos que nos podía pasar nada malo porque ella lo arreglaba de todas maneras. Pero ella, mi mamá, ya se fue donde Dios y con Él nos encomendará.
Ahora te escribo a ti. Y te escribo como testigo de 24 años de tu vida conmigo. Y al escribirte, me felicito de algo. De que no me perdí lo esencial: desde ese 21 de marzo de 1998, supe que querías ser mamá, lo soñaste, lo atesoraste, lo temiste, lo deseaste con esa fuerza que tienes dentro y conozco tan bien.
Desde las rayitas en el test, cuando temblabas porque no fuera cierto y no me dejaste dar la noticia. Desde que vimos a ese niño con ojos abiertos, lleno de dulzura, a esa niña de ojos enormes que aprendió a reír y llorar contigo, a ese otro que con un año y sin hablar salía con sus zapatos en la mano para que no lo dejáramos; y como no, con nuestra pequeña última, la concentración del amor en un carácter lleno de belleza. Desde todo eso hasta hoy que escribo estas líneas.
Curaste gripes, fiebres, heridas, moretones, fuimos a clínicas, pediatras, clases de todo; te morías de miedo por ellos, y de amor. Dejaste siempre la vida en el nido, el colegio, la casa. He admirado siempre esa concentración tuya en el bien de ellos. Tanto que casi me avergüenzo. Digo casi, porque soy un conchudo, o porque no hay tiempo, o porque tenemos que seguir hasta donde lleguemos, hasta donde lleguen ellos. Es que además, déjame que te diga que como con mi mamá, yo sé que si tú estás nada malo va a pasar; y si pasa, se arregla; y si no estás, te recordaré y lo arreglaré solo. Nada malo pasa nunca cuando hay mamá. Acá o allá en el cielo.
No quería en este escrito contarte de mi amor por ti, eso ya lo sabes de sobra. Aunque, claro, es muy difícil que no lo haga. Y sí, a veces te hago pasar vergüenza; yo sé que tú no hablas de estas cosas. Soy yo el sentimental de la familia. Siempre hay un huachafo, un cursi, un sentimental. A veces quiero creer que es parte del encanto de todo esto. Pero lo sabes, a veces, se me sale el corazón por los dedos y no puedo parar de escribir cuánto te quiero, más aún porque veo cuánto te quieren nuestros hijos.
No quería contar de mi amor por ti pero no he podido y lo sabes. Es decir, sabes de sobra que este pobre amor mío tiene mucho de necesidad y debilidad, y por eso de una fortaleza y humilde constancia que nunca tuve con nada. En fin, querida mía, solo quería decirte feliz día. Solo quería decirte, querida mía, que es un gran honor acompañarte en esa inmensa tarea que Dios te regaló: ser mamá. Así que, eso: feliz vida, mamá.
Fuente: Roncuaz.
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