La salud sexual es algo que debe gozarse, pero esto bajo un enfoque positivo, sano, respeto y más.
Así como nos ocupamos de que nuestro cuerpo no enferme física y psíquicamente, o lo atendemos cuando se presenta alguna patología, trastorno, síndrome o afección que lo altere; también debemos procurar gozar de salud sexual.
La salud sexual, requiere un enfoque positivo, sano, sin tabúes y respetuoso. Para ello, debemos desarrollar hábitos sanos que den como resultado la posibilidad de tener experiencias sexuales placenteras, seguras, que afirmen nuestra autoestima, que fortalezcan el vínculo matrimonial y nos regalen paz en todo nuestro ser.
Es un tema importante
La sexualidad se refleja en cada faceta de la vida humana. Es más, muchos de nuestros triunfos y fracasos están estrechamente relacionados con nuestra buena o mala sexualidad. Esta, a su vez, dependerá del grado de cuidado, atención y salud que le otorguemos.
Nuestro cuerpo fue preparado para experimentar placer, es un regalo maravilloso que nos hizo nuestro Creador. Pero a veces estamos tan cargados de tabúes, inseguridades, miedos, frustraciones, vergüenzas, culpabilidad, dolores o experiencias sexuales negativas del pasado sin resolver que lo que menos hacemos es disfrutarnos como seres sexuados.
Por eso, es necesario que, así como hacemos los chequeos y tratamientos médicos regulares, cuidemos nuestra salud sexual para no dar lugar a ningún tipo de disfunción y restaurar lo que haga falta para no privarnos de sus beneficios. Es importante entender que un cuerpo que sintió dolor es un cuerpo que va a necesitar sanar para sentir placer.
La Organización Mundial de la Salud definió la salud sexual del siguiente modo: “la integración de los aspectos somáticos, emocionales, intelectuales y sociales del ser humano sexual en formas que sean enriquecedoras y realcen la personalidad, la comunicación y el amor”.
Gozar de una buena salud sexual
A continuación, les dejo algunos principios para gozar de una buena salud sexual:
Aceptación del cuerpo como fuente de placer
Todos en nuestro sano desarrollo necesitamos que nos toquen, abracen, miren, deseen y acaricien. Si esto faltara, fuese pobre o escaso, esto repercutirá sobre todo nuestro ser negativamente. Pero cuando esta necesidad se ve cubierta, como lo está en la relación sexual sana, fortalece nuestra autoestima, nos otorga seguridad, nos da pertenencia, afloran emociones positivas, y lo más lindo, nos sentimos deseados y amados.
Quitar de nuestra mente temores, vergüenzas, culpas, mitos y falacias, sentir curiosidad sexual sin culpa, y vivenciar nuestro cuerpo como fuente de placer nos llevará al desarrollo de una actividad sexual libre, de disfrute y deleite mutuo, sin actitudes o acciones que la entorpezcan.
No se trata de “sexo” sino de intimidad
La sexualidad sana es intimar, es encontrarnos con el otro, es “fundirse en un solo ser”. Cada parte del cuerpo de uno le corresponde al otro y viceversa. Esto nos lleva a encontrarnos y fusionarnos con el otro. Un matrimonio que goza de salud sexual es aquella que ha logrado esta virtud de intimar, de encontrarse espiritual, intelectual, corporal y afectivamente.
Se puede sencillamente tener sexo, como una expresión puramente genital, que no sería más que ejercicio físico. Disfrutar de la sexualidad en carácter de intimidar es otro nivel y tiene que ver con el contacto, las palabras, el afecto, la forma de conocernos, la comunicación y conexión de dos seres que se hacen uno en cuerpo, alma y espíritu.
Con frecuencia sucede que muchos matrimonios no se conocen. No saben los gustos, preferencias, zonas y toques placenteros. Han hecho el amor infinidad de veces en sus vidas, pero jamás se han detenido a conversar que sienten antes, durante o después de cada relación. Podemos estar unidos de la cintura para abajo y lejos, a miles de kilómetros de la cintura para arriba. La intimidad sexual involucra tanto los genitales como el corazón, la voluntad y espíritu. Implica ser vulnerable al otro.
Hacer parte a Dios de nuestra sexualidad
Hoy nos encontramos en una falsa dicotomía. Por un lado, la desepiritualización del sexo, colocándolo en un lugar oscuro, lejos de Dios y asociado completamente al pecado, olvidando que Dios es creador de la sexualidad. Por el otro lado, el libertinaje, tolerancia y naturalización de la inmoralidad sexual.
Hacer parte a Dios de nuestra intimidad sexual es hacer de nuestra intimidad algo honroso ante la mirada del Padre. En la Biblia la sexualidad es presentada como el ser una sola carne, un punto de encuentro entre el hombre y la mujer. Una unión placentera que le da a cada uno un sentimiento de mutua dependencia. Es respeto y amor puertas adentro de una habitación donde el corazón y la mente determinarán la presencia o ausencia del temor de Dios en nuestra sexualidad.
Gozar de salud sexual no es solo la ausencia de disfunciones sexuales en nuestra genitalidad y actividad sexual, sino también poder disfrutar de la intimidad sexual en libertad y con el deseo de brindar placer y disfrute mutuo. Esto nace del contacto amoroso entre dos personas que se aman, se respetan, se desean y disfrutan estar juntos. La sexualidad es el medio a través del cual se expresa el amor. La unión de dos cuerpos no puede por sí misma producir amor. La sexualidad sólo puede expresar un amor ya existente.
Volvemos al inicio: un cuerpo que sintió dolor es un cuerpo que va a necesitar sanar para sentir placer. Debemos sanar nuestra mente y nuestras emociones pero también de cultivar hábitos sanos, poner límites, amarnos y respetarnos mutuamente, liberarnos de fortalezas mentales que irrumpen el propósito del disfrute de una sexualidad sana.
Una sexualidad saludable nos permite disfrutar de una vida plena.
Escrito por: Pepy Echeverría, Docente (profesora de matemática) y Especialista en Sex Coaching. Coordinadora de la Fundación “Impulsando Vida” y Preventora de abuso sexual infantil. Vía amafuerte.com
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