Hubo un tiempo en que la gran mayoría de los padres de familia entendíamos el “camino bueno” de la misma forma. ¡El valor de las caminatas!
En esas caminatas o excursiones, dejamos que los niños corran sueltos pues sabemos que todos vamos en la misma dirección. Tenemos la tranquilidad de que cualquiera de los adultos se ocupará de redireccionar a nuestro hijo si se desvía del buen camino. Nada que ver si caminas con tus hijos por el centro de Manhattan.
En esas magníficas avenidas, cada uno tiene su destino, y no podemos apoyarnos en los viandantes para que redireccionen a nuestro hijo si se desorienta en esa jungla. Cada cual tiene su propio camino correcto: un destino y un camino que no tienen por qué coincidir con el nuestro.
Hubo un tiempo en que la gran mayoría de los padres de familia entendíamos el “camino bueno” de la misma forma. Todos teníamos un criterio similar de lo bueno y de lo malo.
Ahora, cada persona puede sorprenderte con una visión de la vida de lo más original. Una sociedad muy healthy, muy ecológica. Que cuida el cuerpo con minuciosidad, llegando incluso a demonizar una galleta de chocolate. Que llorará por un papel sin reciclar. Pero que no ve la necesidad de cuidar el alma.
Y, en lo que respecta a nuestros hijos, este cambio nos ha complicado mucho la existencia. Sobre todo, si nuestro objetivo es educarlos para el Cielo. El buenismo imperante en nuestra sociedad pretende hacer pasar por sensatas auténticas locuras, que nos llevan en dirección contraria a nuestro destino. Por ejemplo: probar a vivir juntos antes de casarse.
Parece que sería faltar al sentido común, a la responsabilidad, no saber si la relación va a funcionar antes de dar el paso definitivo… Y, como esto, otras tantas cuestiones, aparentemente inofensivas, que siembran dudas en el alma de nuestros hijos.
“Si los padres de Carlitos, que son tan majos, tan buenas personas, piensan eso, a lo mejor mis padres están equivocados…”. Esto es lo que puede pensar tu hija a los 10 años. A los 15, después de que no la hayas dejado ir a una fiesta, pensará: “¡Qué mala suerte, ojalá fuera hija de los padres de Carlitos!”. Y, a los 20, si los padres de Carlitos lo consienten, apenados por la desgracia de esa niña, hija de unos padres fanáticos, la niña se irá a vivir a la casa de Carlitos, para no soportar a unos padres que están mal de la cabeza. Sé que parece exagerado, pero te aseguro que es posible.
Es bueno conocer a los padres de los amigos de nuestros hijos, o, mejor aún, promover ambientes donde nuestros hijos puedan conocer a niños de familias que tengan los mismos puntos de vista que nosotros sobre los temas importantes. ¿Cómo? O, mejor dicho, ¿dónde? En colegios, clubs, parroquias, etc. Si, en esos entornos, consiguen cuajar alguna amistad, te aseguras que tu hijo no será el único al que no le dejen ir a esa fiesta, que no será el único que no tenga móvil, que no será el único que… “No hay situación a la que el hombre no se acostumbre, especialmente si todos los que le rodean la soportan como él”, (Anna Karenina).
Caminatas, padres y familia
Un conjunto de padres funcionando con las mismas reglas, convierten necesariamente a sus hijos en un grupo que funciona de forma diferente a los demás: sus hijos no serán “raros” en ese ambiente. Pero, asegúrate que los padres de ese círculo piensan realmente como tú. Conócelos personalmente antes de dejar que tu hijo pase más ratos de intimidad con ellos. Cerciórate de que miran al Cielo. Porque puedes encontrarte familias que parece que están en tu dirección, pero que solamente poseen el barniz, la estética, o unos intereses sociales que nada tienen que ver con la caridad, con la entrega, con la piedad… Y una relación intensa con esas familias puede hacer más daño que la relación con unos ateos convencidos. En casa, mis hijas decían que, cuando las del “lazo” no son buenas, te descolocan más, porque se supone que juegan en tu equipo.
Si tu hijo se mueve en un entorno de padres cuidadosos, podrás dejarlo más suelto, sabiendo que, si se desvía del buen camino, del que lleva al Cielo, lo van a redireccionar.
Rodéate de padres con los que “perder a un hijo” no signifique que no esté a gusto en casa porque le agobiamos con exigencias, con nuestra forma diferente de ver las cosas. Rodéate de personas que entiendan que “perder a un hijo” es no disfrutarlo por toda la eternidad en el Cielo. El enfoque, las exigencias, el plan de vida, ¡van a ser tan distintos…! Y, además, serán los correctos. Conocer a los padres de los amigos de tus hijos, why not?
Escrito por: Mar Dorrio, vía Aleteia.
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