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En esta época, el Señor nos dice: ¡No temas! ¡No estás solo!

Estamos viviendo intensamente el tiempo de Adviento como ocasión propicia para celebrar el gran misterio de la Navidad. Iluminados por la luz de la fe, sostenidos por el impulso de la esperanza, guiados por la Madre de la Esperanza, alentados por el amor para descubrir el rostro peculiar de cada uno de nuestros hermanos necesitados, nuestra condición de peregrinos ha quedado actualizada a lo largo de cuatro domingos de expectación, escucha y compromiso.
 
Hay muchas personas que, en estos días navideños, experimentan tristeza, nostalgia y depresión. Tristeza por la ausencia de muchos seres queridos; nostalgia por el tiempo pasado; depresión por no querer, ni saber, ni poder compartir la aparente alegría de estas jornadas festivas.
 
No puede haber tristeza donde se experimenta el gozo de sentirnos eternamente amados. De esta experiencia brota el manantial de la perenne alegría. Los seres queridos que ya no están entre nosotros han llegado definitivamente a la meta que será para ellos luz perpetua y descanso eterno en el amor.

En Navidad celebramos el amor de Dios que se hace solicitud concreta por cada persona. 

No puede haber nostalgia donde se realiza una manifestación de sencillez, de pobreza y entrega en el humilde establo en el que Dios amanece a la humanidad para que la humanidad amanezca a un estilo de vida renovado. En Navidad, el Señor nos dice: ¡No temas! ¡No estás solo!
 
No puede haber depresión donde se necesita solidaridad; donde todas las manos son pocas para compartir; donde todas las voces son necesarias para anunciar la Buena Noticia; donde todos los ojos son imprescindibles para contemplar con estupor el nacimiento del Hijo de Dios; donde son precisos tantos gestos de fraternidad para valorar la dignidad única de cada persona.
 
Hay una alegría efímera, de colorines, de lucecillas, ligero resplandor de otra alegría más real, intensa y duradera: la alegría que procede del encuentro con el Señor, Dios con nosotros, que nace entre nosotros, por nosotros y para nosotros. Hay luces que se apagarán. Y hay una luz que no se extingue jamás. Una luz que brilla en nuestro interior y nos acompaña para siempre. Una luz que nace del encuentro con el Dios vivo y toca a cada uno de nosotros en lo más profundo.

Quien se deja transformar en Navidad adquiere un nuevo modo de ver, de ser y de vivir.
 

¡Qué admirable acontecimiento! Navidad es un misterio de amor que nos envuelve, nos penetra, nos fascina y nos transforma.
 
Navidad nos invita a salir al encuentro del Señor que nace humilde, sencillo, pobre, rico en misericordia.
 
Quien se deja transformar en Navidad adquiere un nuevo modo de ver, de ser y de vivir.
 
En Navidad celebramos el amor de Dios que se hace solicitud concreta por cada persona. En Navidad agradecemos un designio de salvación que abraza a toda la humanidad y a toda la creación. En Navidad descubrimos que el Señor es nuestro centro, el objetivo de nuestra vida, la razón de nuestro ser, nuestro bien supremo, nuestra alegría y nuestra gloria.

 

Vía Aleteia

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