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Hablemos de niños Generación Z o Generación I, los nacidos a mediados de los 90´s hasta principios de los 2000´s, que se desarrollaron con la tecnología, la cual les resulta muy confortable.

 

Interactúan con los demás a través de redes sociales, que para muchos, son más fáciles de llevar que las relaciones personales. Razón por la que no se involucran, ni tampoco se comprometen con los demás.

Ellos crecieron en el marco de la Gran Recesión, un periodo de declive económico generalizado en los distintos mercados del mundo, en una sensación de inseguridad y carencia de fundamentos. Además, suelen vivir mucho estrés debido a la angustia que genera el acompañar los cambios, que son cada vez más rápidos, lo que implica una necesidad por tener más y más dinero.

«Vivir» una realidad sin esfuerzo

Todo esto no es un absoluto, pero sí nos permite tener una imagen de con quiénes lidiamos. La madurez implica vivir el amor. Estar aferrado a la tecnología los encierra en sí mismos y tienen cada vez menos relaciones personales, esto último resulta imprescindible para aprender a vivir el auténtico amor.

Al tener tanta información, sin experimentarla en la vida real, se les dificulta crecer en responsabilidad. Una persona responsable asume y aprende a manejarse bajo circunstancias reales. El sufrimiento, que implica aceptar el dolor o las dificultades de la vida, es fundamental para crecer en la responsabilidad.

La tecnología los hace “vivir” una realidad sin esfuerzo, muchas veces sin tener que relacionarse con los demás que terminan relegándose a los likes o emoticons.

Los cambios veloces de la cultura generan angustia por la necesidad de adquirir la última novedad, descartando lo viejo. Pero hay realidades que no cambian y son permanentes: los valores, la verdad, el sentido y razón por las que vivimos. Sin estos fundamentos no hay seguridad ni estabilidad. Por ello se aferran a la tecnología y a la plata que necesitan.

¿Cómo ayudar?

Privarlos del acceso a la tecnología no es el camino. Los smartphones y las tablets son parte de su cotidianidad, así como lo podía ser antes un reloj. Sin embargo, no se debe consentir el deseo que tienen los chicos por obtenerlos. Si todavía no pueden ser responsables en su uso, no hay que darles todo de bandeja. Hay que enseñar la sobriedad y austeridad, de forma que puedan experimentar vivir el esfuerzo y responsabilidad. El amor no se muestra en los regalos que se les dan, sino en las relaciones que se cultivan. Lo cual implica espacios de diálogo. Aquí resulta bueno preguntarse: ¿Cuándo fue la última vez que compartieron todos en familia? ¿Cómo viven el amor mutuo los padres, siendo ejemplo para los hijos? Ese amor es la primera escuela para la vida de los chicos.

Una buena estructura familiar, donde los chicos aprenden desde el amor y descubren verdaderos fundamentos para la vida es lo más importante. Cuántas veces decimos: “¡No tengo el tiempo que quisiera para mi familia!” Las prioridades deben estar claras, y la familia es lo primero. “¡Los dos tenemos que trabajar duro para cubrir las necesidades!” ¿Qué necesidades? ¿Las del mundo? ¿El tener cosas, el excesivo confort y bien estar, la diversión y el placer que nos alejan de las dificultades, que son parte de la vida familiar? Replanteémonos nuestras prioridades. La necesidad principal es el amor: que vive ejemplarmente la Familia de Nazaret.

Por: Pablo Augusto Perazzo

Magíster en Educación

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