Deseo de Los Collados Eternos from Everlasting Hills on Vimeo.
Qué más podría decir yo que añadiese algo a todo lo ya dicho en este extraordinario video, a esta conmovedora “hora de sinceridad”. Tal vez simplemente recordaría que el testimonio de estas tres personas es digno de ser atendido y compartido, porque es sincero. Porque no se trata de desgastados discursos desde el púlpito, o abstractas apologéticas desencarnadas, o rabiosas imprecaciones ideologizadas. Son silenciosas, luminosas y reales… vidas. Vidas auténticas, encarnadas, sufridas.
Ellos son luz y surgen para poder iluminar a tantos otros que están en búsqueda, y esperan con ansias esta luz. No se la neguemos, por favor! No les neguemos esa posibilidad a quienes la necesitan. Querer el bien para el otro sin importar las renuncias; ese es un gesto de amor abnegado (como nos recuerda el video). No tengamos miedo de compartir estos testimonios, porque su sinceridad podría hacer brotar una llama que encienda y ensanche otros corazones, ayudándolos a encontrar un nuevo camino. El corazón de alguien que quizá lo está pasando mal, que tal vez, como ellos, sufre porque percibe el vacío de una vida alejada del amor auténtico.
Repitámoslo: su sinceridad es luz para todos. Ellos sin falsas pretensiones, sin máscaras, sin disimulaciones, nos enseñan a todos que hay que superar el temor de romper con lo “políticamente correcto” o con el “tabú” de ciertos temas que la sociedad, hoy por hoy, no quiere afrontar (ya por una cuestión ideológica; ya de política; ya económica, etc).
Ellos se han arriesgado a la exposición social, y son por ello un ejemplo de lo que significa compartir la experiencia de encontrar un camino demasiado grande como para tenerlo oculto bajo el celemín. El camino más grande y hermoso que pueda encontrar y seguir el corazón del hombre. El camino de vuelta a la casa del Padre.
Ellos son aceptación. Y esta epifanía de una profundidad dolida y abrazada es lo que hace su testimonio tan válido y fascinante. Sin retoques, sin pintura, sin barniz, sin cera. Sí, sin cera. He aquí la raíz de su belleza. Se trata de una verdad “sin-cera” o “sine cera”, como decían los antiguos para referirse a aquellas esculturas (estatuas) que, a pesar de estar agrietadas, eran tan bellas que se las podía dejar así, sin reparar, sin cubrir sus fisuras “con cera” u otro material. Se podría decir que incluso su belleza superior radicaba en aquella armonía que eran capaces de generar con grietas y todo. Estás esculturas superan en elocuencia a cualquier otra, porque reflejan realmente al hombre, que es una constante tensión entre pecado y gracia.
Y estos testimonios son algo así como dichas esculturas, pues su sin-ceridad nos ayuda a superar y a desenmascarar la idealización que tantas veces buscamos generar en nuestras vidas, para esconder nuestras heridas y para no admitir en el fondo los hondos sufrimientos que nos carcomen por dentro. ¿Cuántos gestos de rebeldía, de agresión, de burla infantil, etc. no son en realidad la manifestación de un profundo sufrimiento que no somos capaces de afrontar y reconciliar? Y que por no asumirlo acabamos por abstraernos de la realidad, evitándolo a través de vacías diversiones, o de una vida dispersa, o de fugas ilegítimas, sin llegar a vivirla desde lo más hondo.
Vivimos así ocultándonos detrás de la plástica fachada de un mundo de mentira, idealizado, infantil… que sabemos que no es la realidad (como aquellas clásicas estatuas griegas de medidas perfectas, o el “perfecto” mundo de las estrellas de Hollywood). Mientras, nuestro corazón sigue percibiendo esa nostalgia interior que clama una vida más plena, auténtica y reconciliada.
Hoy podemos contemplar estos tres modelos vivientes y sinceros de la vida cotidiana. Modelos del hombre real. Tres “esculturas” en las cuales podemos ver trasparecer la vida, y nos podemos as’i ver reflejados. Ellos nos hablan a todos desde su sufrimiento, desde sus grietas, mostrándonos una luz que brilla a través de ellas. Repitámoslo una última vez: Esta es el secreto de su cosmética, de su armonía, de su belleza. Ellos son sinceridad, que es aceptación desde la verdad. Aceptación de la tensión entre gracia y pecado, a través de un Amor que es capaz de abrazarlo y reconciliarlo todo en un movimiento de misericordia. Un Amor capaz de sostener y colmar todas las fibras y heridas de sus existencias. Un Amor que se presenta en el abrazo de un Padre infinitamente misericordioso que no se cansa de llamar a sus hijos al perdón y a la conversión, para que regresen a su casa, para que vuelvan a experimentar la libertad y la felicidad de tener un corazón puro (“Beatos son los puros de corazón porque ellos verán a Dios” Mt5,8).
“Qué verdaderas y conmovedoras son las palabras escritas por Santa Teresa del Niño Jesús durante su última enfermedad: ‘Sí, lo siento: aunque me pesasen sobre la conciencia todos los pecados que puedan cometerse, me echaría igualmente en los brazos de Jesús, con el corazón destrozado por el arrepentimiento, porque sé lo mucho que Él ama al hijo pródigo que vuelve a Él’”. (S. S. Juan Pablo II, Castelgandolfo, Italia, 9.8.80).
Por: Daniel Prieto
Vía: Catholic-Link