En los atentados de París, en los refugiados de Siria, en los cristianos perseguidos, allí nace Dios.
La televisión y los periódicos nos entregan noticias de refugiados que huyen del hambre y de la guerra, familias que son víctimas de violencia y que han perdido a algunos de sus miembros, potencias mundiales que claman por la paz y, sin embargo, unen sus fuerzas para bombardear Medio Oriente. En fin, tantas situaciones que están muy lejos del espíritu de la Navidad, que celebraremos en unos días, y que de alguna forma nos quita la esperanza de que se puede creer en un mundo mejor para nuestras familias.
Sobre estos conflicto, el Papa Francisco nos ha dicho en una sus últimas homilías que Dios llora por “la guerra mundial a pedazos”, llora al ver a tantos inocentes que mueren cada día y que a la vez dejan “tanto dinero en los bolsillos de los traficantes de armas”.
¿Cómo podremos, entonces, celebrar la Navidad, si del otro lado del mapa miles de familias son víctimas de un mundo sacudido por la violencia? Justamente ahí se esconde el significado de esta celebración.
El Niño Jesús llegará a encarnarse en todas las familias que son víctimas de la guerra.
Navidad nos regala un sello de esperanza de que todavía existe un arreglo a estos problemas, porque Dios se hará pequeño para rescatarnos de este ambiente de violencia, miedo e incertidumbre. El Niño Jesús va a nacer como consuelo a las lágrimas del mundo y, este año, llegará a encarnarse en todas aquellas familias que son víctimas de la guerra y del odio.
Navidad significa que Dios está con nosotros. Navidad son todos los hermanos que lloran, pero no solos, Dios llora en la tierra con ellos, se ha puesto en su lugar. Él quiso pertenecer a una familia que experimentó estas dificultades también –la huida a Egipto, las amenazas de Herodes- para que nadie sea excluido por la cercanía de su Amor.
Dios se encuentra donde el hombre está bajo amenaza: en los atentados de París, en los refugiados de Siria, en los cristianos perseguidos, en las grandes ciudades donde los hombres pasan hambre; pero también donde sus hijos tienen la libertad de volver a sus casas en paz.
Jesús está cerca y eso es ocasión de alegría, porque su llegada traerá nuevamente la esperanza que este mundo convulsionado necesita.
Por: María José Tinoco
Editora
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