«Todos somos Pedro». La más hermosa reflexión para este Jueves Santo.
Es jueves Santo, Jesús está a punto de empezar a vivir sus horas más duras. Sus discípulos lo acompañan (uno de ellos Pedro). Es tan grande el amor de Jesús por estos sus amigos. No solo entrega su vida dejándose matar. Con ternura hasta el último minuto, continúa formando, amando y dejando los dones que solo Dios puede dejar a los que ama, su presencia y compañía para siempre.
El día pasa, los discípulos saben que la hora llega. Jamás imaginaron lo difícil de la prueba. Simón Pedro, discípulo querido, seguidor vehemente de Jesús. Apasionado e impulsivo. Con un corazón sediento de amor no concibe la vida sin su Maestro: «Aunque todos se aparten por causa de ti, yo nunca me apartaré… Aunque tenga que morir contigo, jamás te negaré». (Mt, 26-34).
La hora más dura ha llegado, Pedro
Tu mejor amigo está solo, ha llegado el momento en que va a demostrar cuánto te ama. Lo sabes. Qué difícil aceptar que tu mejor amigo no solo ya no estará, sino que además va a sufrir lo indecible. Te resistes, quieres cambiar sus planes.
Pero si estábamos tan bien. «Maestro, ¿por qué te tienes que ir así?», te preguntas. «¿Cómo vamos a vivir sin ti?, ¿es esta la Gloria que nos prometiste?» Aún con tantas dudas, nada podrá hacer que te alejes de tu maestro. Iluso. Esta hora también es tuya.
Llegan los centuriones, Judas ya ha traicionado al maestro. El miedo y la furia se apoderan de ti. ¡Qué ganas de acabar con todos!, ¡dejen al Maestro! No puedes contener tus impulsos y por defender a quien amas, tomas tu arma y atacas sin piedad.
La sangre cae, tu maestro te detiene. Es todo tan confuso, Pedro. Si a penas hace horas éramos libres. La ternura de tu Maestro, te descoloca aún más. ¿De esto se trataba el amar al enemigo? Su mano gentil sana las heridas, incluso de aquel que busca hacerle daño.
Ama, Pedro. Ama hasta que duela
Se han llevado a Jesús, has quedado solo… Jamás dejarás al Maestro. Aún con miedo lo sigues. ¿Conoces a Jesús? ¡No! Tres veces no. El gallo canta. Los ojos de tu Maestro te encuentran. Miran incluso tu alma. Siempre tuvo razón. Qué dolor tan grande, lo has negado.
Sus ojos te miran. Aún te ama, te ama tanto. No puedes resistir. El dolor es tan grande, le has dicho «no» en sus horas más difíciles, cuando más te necesitaba. «Aunque tenga que morir contigo, jamás te negaré».¡Huye, Pedro!
Si supieras que ese dolor que ahora te traspasa el corazón es parte de la Pasión de Cristo. Si supieras que Él también carga con tus penas. Carga con el dolor de haber sido negado. Carga con ese odio que sientes hacia ti mismo.
Pero, Pedro, ¡te has arrepentido!
Él es tu amigo tan querido. Ya te ha perdonado, siempre lo supo y aún así te amó. Incondicionalmente, te ama, solo necesita que vuelvas a Él. Vuelve a Él, Pedro. Vuelve a Él, una y otra vez y otra vez y otra vez. Tu negación nunca será más grande que su amor.
Pronto lo sabrás. Lo volverás a ver, así como siempre, así como antes. Y te preguntará si lo amas. Respóndele Pedro, responde con toda la sinceridad de tu corazón. Ama, Pedro solo por el amor serás medido…
Jesús dejó a Simón Pedro como su vicario. Aquel que llenaría de fortaleza a sus hermanos y tendría las facultades de regir sobre su Iglesia. Simón Pedro, un pescador con una vida sencilla. Sin grandes aspiraciones tal vez, pero con un corazón sediento de Dios. Un amor que fue correspondido y en abundancia.
Somos todos de alguna manera, Pedro
Impulsivos, vehementes, sencillos y muy lejos de ser eruditos. Nuestro miedo y fragilidad son grandes. Negándolo una y otra vez, el corazón nos duele. Jesús que ya ha cargado con nuestros pecados y traiciones, no solo nos ama incondicionalmente, también nos consuela y nos retorna al camino.
Solo requiere de tu sí. De tu amor sincero. Consiente de tu fragilidad y tu necesidad urgente de Él. Jesús, necesita que lo ames, que lo ames profundamente. Tu arrepentimiento sincero hace la diferencia. Él perdona tus pecados, te vuelve nuevo una y otra vez en el sacramento de la reconciliación. A través de su sacrificio redentor Jesús se queda contigo todos los días hasta el fin del mundo.
Escrito por: Silvia Ramos, vía Catholic-Link.
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