Por Diego Alejandro Jaramillo. PhD.
IMF
Es verdad que la adolescencia es una etapa donde los cambios de carácter son una de las principales constantes. Pasan de la euforia a la tristeza, de la mayor amabilidad a comentarios agresivos, un día somos sus mejores amigos y al siguiente les resultamos insoportables. Es normal, es parte de la edad y la mayoría de las veces no es culpa de ellos, porque no pueden manejarlo.
Sin embargo, la depresión en la adolescencia es un tema de cuidado que la mayoría de las veces necesita ayuda profesional y que puede llegar a tener consecuencias nefastas, desde problemas de personalidad en el futuro, hasta el suicidio.
Nuestros hijos están en mayor riesgo de caer en la depresión
cuando hay problemas en la familia.
Más común de lo que pensamos
Según las estadísticas que se pueden encontrar en nuestro medio, uno de cada cinco adolescentes sufre de depresión. El mayor problema es cuando creemos que nuestro hogar es perfecto: papá y mamá tienen una buena relación, los hijos van a buenos colegios, cumplimos y hacemos cumplir las reglas; pero prestarle atención a un adolescente significa que tenemos que dar mucho más.
Los padres son fundamentales en su crecimiento emocional. No basta con dedicar “tiempo de calidad”, no es suficiente con que uno de los padres esté pendiente, es indispensable la presencia de ambos.
Estudios realizados por la Universidad de Princeton durante la última década a más de 80.000 adolescentes, demostraron que la presencia del padre o de una figura paterna que incidiera en la educación. Es fundamental para la seguridad emocional de un adolescente, sea hombre o mujer. Cuando el adolescente había perdido al padre o sus padres estaban divorciados, existía un proceso mental en el cual se aceptaba esta pérdida, por dura que fuera, pero cuando el papá estaba en casa y se desentendía de la educación o participaba poco, los adolescentes presentaron graves conflictos emocionales.
Debemos partir pensando que nuestros hijos son “capaces de todo”, con esto me refiero a que no podemos pensar que “eso a mí no me va a pasar”. Es importante saber que nuestros hijos están en mayor riesgo de caer en la depresión cuando hay problemas en la familia, sean de tipo económico o en las relaciones interpersonales; algún evento estresante como un accidente, un fallecimiento; si tienen baja autoestima o son muy críticos y exigentes con ellos mismos; cuando tienen problemas para socializar, presentan dificultades de aprendizaje o tienen una enfermedad crónica.
Cuidado con las chicas, pues tienen el doble de riesgo de sufrir depresión que los varones.
Compartir: la mejor prevención
Es bueno recurrir a profesionales para que nos ayuden a tratar estas situaciones, pero también podemos prevenirlas. El amor, claro, es fundamental en el desarrollo de nuestros adolescentes, no importa que ellos aparenten que no les gusta, están ávidos de cariño, de abrazos. Compartir tiempo con ellos de manera independiente también es una estrategia necesaria. Yo promuevo muchísimo el “día de padre e hija/o – día de madre e hijo/a”. Salir en familia es importante, salir con todos los hijos es genial, pero ellos necesitan sentirse únicos, estar fuera del entorno familiar y realizar actividades con nosotros.
Practicar un deporte juntos, salir a cenar o a comer algo, incluso pedirles que nos acompañen a realizar alguna diligencia es suficiente.
Conocerlos es lo más importante, es nuestra mejor arma y este conocimiento, esta cercanía, solo se logra con diálogo íntimo: mostrando interés por sus cosas, incluso cuabdo sus problemas nos resultan inconsecuentes y hasta ridículos. Hay que levantarles el autoestima, decirles que estamos orgullosos de lo que son, de las cosas que hacen, tenemos que ir al colegio a sus presentaciones (aunque estén grandes); son mecanismos que los protegerán de esos bajones de ánimo que se pueden convertir
en depresiones.
Siempre terminamos hablando del ejemplo, que no es una manera de educar es “la única”, pero también ayuda mucho ser simpático, tener buen genio, buen talante, para proporcionarles confianza y que no pongan distancia entre nosotros. Nuestras hijas e hijos se tienen que sentir atraídos por nuestra personalidad, si los alejamos no van a tener nadie a quien más acudir y no podemos olvidar que ellos son nuestro mayor tesoro, nuestra mayor inversión, así que todo vale la pena.
Claro que es complicado, pero esa es nuestra misión de padres, y nada ni nadie la puede cambiar.