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¿Resurrección? Sin importar la religión, todos nos hemos preguntado alguna vez: ¿qué pasará después de morir?, ¿a dónde iremos?, ¿con qué nos podremos encontrar?

Como hombres de fe tenemos la certeza de que la vida no termina con la muerte, sino que continúa en la eternidad. Qué fácil es olvidar esto, ¡nuestro fin no está en la muerte, sino en la vida eterna!

Veamos algunos datos que nos ayudan a comprender la promesa de resurrección futura.

 

 

1. Viviremos para siempre con Cristo

El numeral 989 del Catecismo de la Iglesia Católica dice: «Creemos firmemente, y así lo esperamos, que del mismo modo que Cristo ha resucitado verdaderamente de entre los muertos, y que vive para siempre, igualmente los justos después de su muerte vivirán para siempre con Cristo resucitado y que Él los resucitará en el último día» (cf. Jn 6, 39-40).

Como la suya, nuestra resurrección será obra de la Santísima Trinidad: «Si el Espíritu de Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos dará también la vida a vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que habita en vosotros (Rm 8, 11; cf. 1 Ts 4, 14; 1 Co 6, 14; 2 Co 4, 14; Flp 3, 10-11)».

Por tanto, la fe cristiana tiene firme convicción de que en Cristo que nos ha precedido en la resurrección, seremos resucitados para la vida eterna y feliz, es esta la bienaventuranza de la salvación en Dios.

La revelación poco a poco fue iluminando la fe y conciencia del pueblo de Dios, y en este proceso, el hombre fue comprendiendo que la esperanza de la resurrección se fundamenta en la fe en Dios Padre que ha creado al hombre total.

Es decir, cuerpo y alma, el mismo Dios que mantiene firme su alianza de salvación, es el mismo Dios que otorga al hombre la vida eterna.

 

 

2. «Dios no es un Dios de muertos sino de vivos» (Mc 12, 27)

Diversos testimonios bíblicos nos hablan de Dios como Señor de la vida, el Rey de la creación. Él nos resucitará a una vida eterna, ya nos dicen algunos textos del Antiguo Testamento:

«Es preferible morir a manos de los hombres con la esperanza que Dios otorga de ser resucitados de nuevo por Él» (2 M 7, 14; 2 M 7, 29; Dn 12, 1-13).

El numeral 994 del Catecismo, nos dice claramente: «Es el mismo Jesús el que resucitará en el último día a quienes hayan creído en Él (cf. Jn 5, 24-25; 6, 40) y hayan comido su cuerpo y bebido su sangre (cf. Jn 6, 54).

En su vida pública ofrece ya un signo y una prenda de la resurrección devolviendo la vida a algunos muertos (cf. Mc 5, 21-42; Lc 7, 11-17; Jn 11), anunciando así su propia Resurrección que, no obstante, será de otro orden.

De este acontecimiento único, Él habla como del «signo de Jonás» (Mt 12, 39), del signo del Templo (cf. Jn 2, 19-22): anuncia su Resurrección al tercer día después de su muerte» (cf. Mc 10, 34).

 

 

3. La fe en la resurrección no es nueva

La certeza de la resurrección de los muertos, también nos habla de la plenitud de la inmortalidad a la que está destinado el hombre. Recordemos que el ser humano ha sido creado con una vocación a la eternidad, ¡la santidad!

Santo Tomás, considera que la resurrección es algo natural al hombre, pues el alma está hecha para estar unida a Dios. Y también es un carácter sobrenatural en el hombre porque su causa eficiente es la divinidad.

En otras palabras, ¡el ser humano aunque terrenal, tiene vocación a la eternidad en Dios! Qué maravilloso es esto.

4. ¿Qué es el cuerpo glorioso?

No hay hombre que pueda comprender totalmente el misterio de la eternidad, pero sabemos que Cristo ha resucitado en un cuerpo glorioso.

Es decir, en un cuerpo al que no afectan las condiciones terrenales, sino que liberado de todo lazo de mortalidad, ¡vive solo en Dios!

Al resucitar ya no habrá más muerte, no habrá más limitaciones corporales y humanas. No habrá sufrimiento, sino unión plena con Dios en su gloria, gozando de la visión beatífica.

Finalmente, te invito a vivir en clave de fe, de tal manera que la esperanza esté puesta en la vida eterna y en esa visión beatífica que nos permitirá contemplar el rostro de Dios.

¡Qué nuestro caminar diario sea una búsqueda de su rostro! (Salmo 27,8). Que como busca la cierva corrientes de agua, nuestra alma busque a Dios noche y día (Salmo 42, 2-3).

 

 

Escrito por: Mauricio Montoya, vía Catholic-Link.

 

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