Padre, considero que es bueno que nos preocupemos por la naturaleza y los animales, pero ¿hasta qué punto debemos hacerlo? En ocasiones veo más intención en ayudar a los animales que a los humanos. Susana Carrión
Hoy sabemos más de muchas cosas que nuestros abuelos por ejemplo; sabemos más de anatomía, de astronomía, física, medicina y otras cosas. Este saber ha llevado también a que conozcamos más de la creación y del impacto que pueden generar nuestras acciones en la naturaleza. Sabemos que “el séptimo mandamiento exige el respeto de la integridad de la creación. Los animales como las plantas y los seres inanimados, están naturalmente destinados al bien común de la humanidad, pasada, presente y futura.” (Catecismo 2415)
Por lo tanto, sí Parecería absurdo que alguien dañara la puerta de su casa, o manchara con petróleo las paredes de su habitación o tirara basura en su jardín.
“Es también indigno invertir, en los animales, sumas que deberían remediar más bien la miseria de los hombres”
El mundo, todo lo que me rodea, hay que verlo como nuestra casa; por lo tanto, dañar el entorno es dañar mi hogar, el lugar que nos acoge a todos y nos sirve a todos, ahora y en el futuro.
Es un deber y responsabilidad preocuparnos por cuidar la naturaleza, entendiéndola como don de Dios, puesto en nuestras manos para que la cuidemos y nos valgamos de ella para nuestro bien.
Es absurdo contaminar un rio porque eso terminará repercutiendo sobre mí y las demás personas; o ensuciar una playa donde seguro volveré a ir en unos días o que quizás luego la utilizarán tus hijos o nietos. Quien contamina o tira basura en la calle o en las playas, no piensa bien, no reflexiona y creo que es muy egoísta.
Cuando veo una persona que lanza basura por la venta de su auto o cuando llego a la playa y la veo llena de botellas de plástico y otras cosas, pienso: “aquí vino alguien que no pensó ni en él, ni en los demás”. Junto con estas acciones que pueden parecer pequeñas -pero que van teniendo grandes repercusiones- también tenemos las acciones a gran escala. Las de empresas o fábricas, que por ahorrarse unos dólares, y ganárselos para sí, no hacen lo necesario por evitar el daño ambiental que bien podrían lograr con algo de inversión y preocupación por la naturaleza. Vemos cómo la codicia y el querer tener más, lleva a actuar contra el bien común.
El egoísta que no piensa en el día de mañana, sino solo en lo que ganará para esos días, no piensa en el mundo que dejará a sus hijos y nietos. Nos encontramos con mentes muy buenas para los negocios, pero enceguecidas por el poder del dinero, para el negocio más inteligente que es cuidar el medio ambiente. Debemos esforzarnos por cuidar la naturaleza y el entorno, pero, “es también indigno invertir, en los animales, sumas que deberían remediar más bien la miseria de los hombres. Se puede amar a los animales; pero no se puede desviar hacia ellos el afecto debido únicamente a los seres humanos” (Catecismo 2418). Queda claro entonces el sano equilibrio que debe haber.
No puede ser normal que se gaste cuantiosas sumas de dinero en un perrito, cuando se tiene muchos niños y familias que no tienen lo básico para vivir. Hoy en día, incluso llegamos al absurdo de que existen algunas personas que defienden una ballena o se enternecen cuando ven un cachorrito enfermo, pero están dispuestos a abortar un niño, eso es una locura. No existe nada más importante que un ser humano y el respeto de su vida. Pero hay algunos que valoran más la vida de un delfín que la de un niño por nacer, o valorar más el huevo de una tortuga que la vida de un hermano, que está en el vientre de su madre. Por lo tanto, sí está mal dañar la naturaleza, es un pecado, pero ante todo tiene que haber una preocupación por el ser humano, imagen y semejanza de Dios.
Por P. Enrique Granados Sodalicio de Vida Cristiana preguntasfe@revistavive.com |