Para hablar de nuevas generaciones tenemos que irnos a las anteriores, a los padres y abuelos. Debemos escuchar qué piensan ellos sobre la familia, cómo viven en ella, y cuánto valor e importancia le dan, porque todas estas creencias son y serán transmitidas con el pasar de los años.
Es frecuente observar cómo son los mismos padres o abuelos, quienes incentivan a sus hijos o nietos a no comprometerse porque ¨salen perdiendo¨, los animan a casarse después de los treinta, una vez que hayan viajado, disfrutado de su independencia, haber estudiado posgrados, masterados y hasta doctorados, porque pareciera que al casarse perderán su espacio, su tiempo, su dinero, sus decisiones, en sí su vida completa.
El ser humano es un ser social, y esta sociabilización se inicia desde la familia.
Y es así, como en una mesa de café o en una reunión de matrimonios amigos escuchamos comentarios sobre: el tiempo que te quita la familia, los viajes o paseos que ya no se pueden realizar, el fútbol o las salidas con amigas que pudieran realizarse si tan solo no tuvieran esposos o hijos que los esperen en casa. Cuando tocan puntualmente el tema de hijos, los adultos inmediatamente piensan en: cantidad de dinero necesaria, imposibilidad de volver a dormir como antes, pérdida de la independencia, sueños que ya no podrán ser cumplidos, paseos truncados, cuerpos femeninos deformados por la maternidad o hasta en esclavitud.
Hoy en día estamos educando basados en un principio: ¨Todo es válido si eso te hace feliz¨, y la pregunta que nos plantearíamos sería: ¿Qué es lo que hace a una persona verdaderamente feliz? porque pareciera que mientras más me centro en mis necesidades, en mis deseos, en cumplir todo lo que me place, aún me siento frustrado, estresado o hasta angustiado. Vivimos con niños, adolescentes y adultos en filas de espera para ser atendidos por severos problemas emocionales. Los índices de ansiedad, depresión, suicidios, conductas adictivas o auto lesivas van aumentando cada día. Entonces, el vivir de manera egocentrista, ¿nos está haciendo realmente felices? Parecería que no, debemos volver a los conceptos más básicos y elementales enseñados desde que somos pequeños: ¨El ser humano es un ser social¨, y esta sociabilización se inicia desde la familia.
La persona no puede creer que satisfaciendo sus propias necesidades encontrará su felicidad.
La persona no puede aislarse y creer que puede vivir solo satisfaciendo sus propias necesidades y encontrar así su verdadera felicidad. Por más éxito que crea tener un joven de 30 años, al verse solo, seguirá sintiéndose vacío. Es en ese encuentro con los otros donde descubrimos quiénes somos. Es en este espacio que nos brinda el hogar, donde descubrimos que somos capaces de dar algo a los demás, que podemos ser capaces de contribuir positivamente a un entorno y cuando nos sentimos útiles en un medio donde nos desenvolvemos, la vida toma un sentido diferente.
En los países más desarrollados se observa cómo las tasas de nacimiento y de matrimonio van disminuyendo año a año. En nuestra ciudad parece que el adolescente aún quiere tener una familia, pero teme al fracaso y al compromiso que esto conlleva. Los matrimonios jóvenes tienen miedo de tener hijos; mientras antiguamente el promedio de hijos por familia era de cuatro, hoy en día vivimos en un promedio de dos.
Nuestro país cuenta con la bendición de estar atrasado frente a estas grandes potencias mundiales. Sí, escribo bendición porque casos como este nos permite observar cuáles son los resultados a largo plazo y, así no caminamos ciegos. Conocemos las consecuencias, sin embargo ¿estamos reforzando el egocentrismo y falsa felicidad a nuestros niños y jóvenes? o, ¿estamos enseñando con alegría y optimismo que la familia es ese encuentro necesario para el perfeccionamiento de la persona humana?
Debemos como adultos, revaluar nuestro discurso y nuestro sentir. Parece que fue un tiempo muy lejano cuando una madre se alegraba en cocinarle a sus hijos, cuando los quehaceres del hogar eran vividos con alegría y no como un acto que coarta la independencia de quien los realiza, cuando se observaba a padres más presentes en casa, cuando se observaban a familias que no necesitan tantos bienes materiales y lograban disfrutar más de la vida.
La familia es ese encuentro entre personas en donde el amor es incondicional, donde todos se apoyan y velan por las personas que la constituyen. Es ese espacio donde todos somos diferentes entre sí, pero tan imprescindibles para el otro. Es nuestra responsabilidad, como adultos, el transmitir esto a las nuevas generaciones; solo así nuestros jóvenes empezarán a soñar y querrán llegar al matrimonio para formar sus propias familias. Al mismo tiempo, sin duda alguna, esto repercutirá en una mejor sociedad en el futuro.
Por: Psic. Cli. Daniella Medina de Massúh
Master en Asesoramiento Educativo Familiar
Directora académica de IMF