Las relaciones abiertas pueden encubrir algún problema afectivo. ¿Es una solución cínica al eterno desencuentro que está implícito en el amor?
Desde hace un largo tiempo, las relaciones serias y estables se convirtieron en estrellas fugaces cada vez más efímeras y pasajeras. La naturalización de las separaciones, divorcios y desilusiones amorosas se ha instalado como la norma, cuya excepción —que termina haciendo a la regla— es la pareja que perdura “hasta que la muerte los separe”.
Y la infidelidad no sólo se ha normalizado, sino que se la romantizó. Se la transformó en el elemento infaltable de toda trama romántica del cine y la literatura: una pareja de amantes que se aman en secreto; un amor que se dice que se fue porque, en realidad, nunca estuvo; un romance prohibido; un par de corazones rotos de los que nadie se compadece, fruto de la cultura de la individualización, el descarte y —especialmente— de lo inmediato.
Tanto es así que, en los últimos años, han cobrado popularidad y gran reconocimiento las relaciones abiertas, como parche para los corazones rotos, como una supuesta solución perfecta para llenar vacíos de quienes no saben estar solos. Pero, ¿esto es realmente sano para nuestras vidas y relaciones? ¿Evita la falta de compromiso, o la promueve?
Responsabilidad y libertad van de la mano (en las relaciones abiertas no existe eso)
Suele plantearse que las relaciones libres son sinónimo de libertad y respeto, y aquellas en las que se exigen responsabilidad y fidelidad pueden ser catalogadas como “tóxicas” o “asfixiantes”, si no se amoldan a los deseos o proyectos individualistas que tenga uno. Sin embargo, detrás de las relaciones abiertas se camuflan el desinterés, las heridas sin cicatrizar, la indecisión respecto de lo que uno quiere o busca para su vida, la inmadurez afectiva o el miedo a la entrega. Estos no permiten involucrarse responsablemente con una sola persona, ni asumir un compromiso sólido con ella.
Ante ello, resulta pertinente mencionar que, para establecer una relación sana que haga crecer espiritualmente a ambos, resulta indispensable saber qué es el amor y qué es la libertad, tener madurez para comprometerse en la fidelidad y el respeto mutuo, y comprender que una relación de pareja no se reduce solamente a compartir momentos agradables: también implica darse recíprocamente en las buenas y en las malas, estando dispuesto a escuchar, comprender, acompañar y —muchas veces— a ceder. En definitiva, a no huir ante el primer problema, diferencia o disgusto.
Libertinaje no es libertad y enamoramiento no es amor
Lamentablemente, en la actualidad se confunden conceptos tan preciados como la libertad con el libertinaje, y el amor con el enamoramiento. A causa de esto, los valores que embanderan este tipo de relaciones abiertas y poliamorosas entrañan —ya sea de forma consciente o inconsciente— la cosificación, aminorándose a un número más del montón. Como quien compra dos perfumes porque no pudo decidirse por alguno de los dos. ¡Tan típico de una concepción hedonista y engañosa del amor y de la libertad!
Pero una relación verdaderamente abierta no es aquella que colecciona corazones y explora distintas pieles para sentirse completo, sino la pareja que afronta las adversidades como un equipo, que está abierta al diálogo y se riega para florecer.
Las relaciones abiertas no cuidan nuestro corazón; por el contrario, promueven conductas superficiales, desaprensivas e individualistas. Porque, definitivamente, estar en los días soleados es tarea fácil, pero aferrarse al timón en medio de una tormenta constituye un acto valiente de amor, para el que no todos están preparados. Ustedes… ¿lo están?
Escrito por: Belu Lombardi, vía amafuerte.com.
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