Los hijos se gradúan, les ha llegado el tiempo de estar en el mundo adulto.
Nuestro corazón late acelerado, late de alegría, late de preocupación, late porque es el tiempo de darles paso a su vida, a sus decisiones y a sus errores, al mundo para el que debimos prepararlos. Ese mundo que el colegio intentó enseñarles, uno que fácil puede llevarles a la locura porque ya las reglas de la casa no serán las mismas. Debemos procurar darles otras obligaciones que los hagan crecer en responsabilidad e independencia y que les sirva para insertarlos en el mundo laboral de la manera más amorosa y amable.
Viene el tiempo en el que podremos ser más consejeros y escuchantes. El tiempo en el que, a pesar de que les digamos que no estamos de acuerdo por alguna razón y los veamos ejecutar, luego, si se equivocan, les pongamos el hombro sin recriminarlos ni juzgarlos. Llega el tiempo en el que los permisos serán más negociados, en que más allá de decirles dónde, cómo y cuándo, no podremos prohibirlos. Además, vienen días en los que sentiremos la casa vacía porque los feriados serán para los “panas” y no para nosotros.
También viene el tiempo en el que comenzaremos a cosechar nuestros logros en sus vidas. Porque si el trabajo fue constante y fuimos padres coherentes, entonces, los veremos llegar de las fiestas en su sano juicio, los veremos levantarse de buen ánimo y sin llamarlos. Asimismo, veremos cómo tratan de conseguir una manera para aportar a sus gastos sin pedirnos una mesada.Veremos cómo cuidan las cosas que les demos como premio o regalo, sabiendo que ya no es nuestra obligación, sino, el deseo de darles más de lo que nos toca para que puedan llegar a donde sus sueños los lleven.
Por: María del Carmen Rodrigo
Psicóloga Clínica
mariadelcarmenrodrigoh@gmail.com