La maternidad está sembrada de rosas. Hay pétalos hermosos, pero también espinas. A veces muy afiladas.
Pensar en ser madre antes y después del nacimiento de un hijo es un gran contraste. Aunque en teoría podemos prepararnos para ciertas cosas, por ejemplo comprar un sacaleches para los problemas de lactancia, la realidad sobre ser mamá nos sorprende casi a cada paso.
Cuando aún soñaba con la maternidad, tenía un plan en la cabeza, imaginaciones, expectativas. Pero también un cierto espacio de interrogantes e ignorancia. Hoy, como madre de tres hijos, puedo admitir sin temor a equivocarme que hay muchas cuestiones que no esperaba: las maravillosas, como pétalos de rosa; pero también dolorosas, como espinas hirientes.
Me sentiré sola
Suena muy triste, pero la maternidad -paradójicamente- a veces está marcada por la soledad. Aunque esas personitas están constantemente a tu lado, hay muchas situaciones en las que te sientes la principal responsable de ellas. Incluso con el enorme apoyo de tu marido, de tu familia. Inconscientemente, sabes que hay momentos en los que solo puedes contar contigo misma. Ser madre es una misión hermosa, pero también muy agotadora.
Seré imperfecta
Incluso más que antes. Yo, por mi parte, soy por naturaleza una persona amable y paciente. Y he descubierto que no siempre puedo ser así con mis hijos. Grito, y muchas veces no tengo ganas de esperar. A veces no me reconozco. Sigo cayéndome y sigo levantándome todos los días. La maternidad pone de manifiesto nuestras peores cualidades (¡seguro que también las mejores, por suerte!). ¿El perfeccionismo? Mejor olvidarlo.
Estaré cansada
Dicen que el café es bueno para todo, pero… por poco tiempo. Probablemente una de las cosas más difíciles en la maternidad que se hace muy cuesta arriba es el cansancio. Diferente de lo que era antes, porque no se suele poder dormir a mediodía, y tampoco es posible dormir más el fin de semana. Es un poco como si el cansancio fuera un compañero tan maternal con el que tienes que aprender a vivir que debes encontrar tus propias maneras de lidiar con él.
Estaré sobrecogida
El tema de la sobreestimulación nos afecta más o menos a todos. Vivimos nuestra vida a la carrera, con nuestros teléfonos, ocupados. Pero desde que soy madre, me siento bombardeada por los estímulos con mucha más fuerza. En la vorágine de preguntas, llantos, risas y gritos de los niños, es difícil ordenar mis pensamientos. Hay un anhelo enorme de silencio y quietud, de estar con uno mismo.
Me necesitarán
Constantemente, más a menudo de lo que pensaba. Para cosas muy cotidianas, como cambiar un pañal, pero también para cosas extraordinarias, como acompañar en las decisiones de la vida. También hay mucho de bueno en esta constante vigilancia parental; mucho sentido en la convicción de que con mi vida les estoy dando una sensación de seguridad, las herramientas para crecer adecuadamente y el vínculo que forma a una persona para toda la vida.
Me criticarán
Constantemente. Para las elecciones más pequeñas, como el tipo de pijamas a la hora de dormir, pero también para las más grandes, como el número de hijos que he decidido tener. Algunos comentarios son fáciles de oír, otros calan hondo en el corazón. Lo más importante es tener la convicción interior de que vivimos según nuestro deseo, según lo que es mejor para nuestra familia, y ceñirnos a ello.
Seré valiente
En la penuria materna, a veces descubrimos que en una situación crítica se nos da una fuerza extraordinaria para llevar alguna carga. Las mamás que luchan contra la enfermedad de su hijo lloran de impotencia, solo para levantarse en un momento y elevar el cielo de su hijo a la tierra, organizar una colecta mundial de fondos para el tratamiento y luchar por cada sonrisa. Ser madre también significa encontrar dentro de nosotras capas de fuerza que antes no sabíamos que teníamos.
Seré especial
Cada vez que miro a los ojos de un bebé que jadea de alegría porque sí, muchas veces siento que realmente soy lo más importante para él. Cuando oigo a mi hijo llamarme porque acaba de conseguir montar en bicicleta por primera vez en su vida, sin sujetarse, sé que su alegría aumenta cuando puede compartirla conmigo. En todo el entorno gris de la vida cotidiana de nuestros hijos, somos realmente especiales e… ¡irremplazables!
Seré amada
¡Y de qué manera! La experiencia del amor de un hijo es algo difícilmente comparable. Aporta consuelo a cualquier desviación del ideal de maternidad. Resulta que el amor de un niño no necesita este ideal en absoluto. Quiere una madre de verdad. La única, la suya propia. Siendo ella, me siento amada de los pies a la cabeza, pero también aprendo el amor de los niños. Un amor completamente distinto, desinteresado, comprensivo y desarmante en su sencillez.
Escrito por: Marta Wolska, vía Aleteia.
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