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No son días de celebrar muertos, gente que “ha dejado de existir” como algunos dicen por ahí, sino de recordar con esperanza a todos aquellos santos que están en la presencia del Señor.

También es día de recordar a aquellos fieles, cristianos de a pie, comunes y corrientes, que con sus virtudes y limitaciones, habiendo fallecido esperan alcanzar la gloria eterna junto al Señor. Hoy recordamos a los segundos, los “fieles difuntos”, y ofrecemos una oración por el descanso eterno de su alma. La Iglesia nos invita a no olvidarlos, a visitar los cementerios y a orar por su alma. Pero, ¿por qué hemos enterrado a nuestros difuntos? ¿De dónde proviene esta costumbre? 

1. Porque es una obra de misericordia

De hecho, es la última de la lista de las obras de misericordia corporales, y con razón, pues las seis anteriores hablan respecto del cuidado caritativo del sufriente, pero cuando su vida termina, se nos invita a darle un trato digno, cuidadoso, sin juzgar la vida y los méritos del fallecido, sino como un acto de amor al prójimo.

2. Porque creemos en la Resurrección

De hecho, los cristianos primitivos construyeron cementerios antes que templos. Los campos santos, antes llamados “necrópolis” (ciudad de los muertos) pasaron a llamarse cementerios (dormitorio, del griego koimeterion). Tanto es así, que nuestra fe en la Resurrección dio a luz un nuevo verbo latino: «depositar». Frente al rito pagano en el que se hacía «donación» del cadáver a la madre tierra, el rito cristiano subraya que el cuerpo es «depositado» en la tierra, en espera de la Resurrección. La «depositio» era una evocación de la promesa de Cristo de recuperar el cuerpo enterrado.

3. El Señor resucitará nuestro cuerpo

Aunque Dios en su omnipotencia es capaz de resucitar el cuerpo de un difunto aun cuando este haya sido reducido a cenizas luego de la cremación, la Iglesia nos invita a que, en la medida de lo posible, demos sepultura al cuerpo sin alterarlo. Aunque desde hace algunos años está permitida la cremación, sigue siendo “fervorosamente recomendado” que se opte por el entierro, pues es la forma más adecuada a nuestra fe en la resurrección de los muertos.

4. Porque nuestra intercesión les ayuda

Enterrar a los difuntos hoy en día, para muchos puede parecer incómodo, poco práctico, costoso y por sobre todo comprometedor, pues el hecho de dejar a un familiar en una tumba automáticamente nos compromete a visitar y cuidar de ese lugar. En cambio, mucho más sencillo es tener una ánfora con las cenizas en algún lugar de la casa o mejor aún, lanzar las cenizas al mar, a una montaña y así, simplemente conformarse con “recordarle” de forma abstracta sin la necesidad de tener que visitar un lugar en particular. Nosotros visitamos las tumbas de nuestros fallecidos no solo por compromiso, sino como una forma de oración y sobre todo intercesión por su alma, la cual creemos que está purificándose en el purgatorio. A estas oraciones les llamamos “sufragios”.

5. Y, ¿cuál es la forma adecuada de hacerlo

Desde el Concilio Vaticano II se ha invitado a revisar con especial cuidado el rito de funerales, para que «estos expresaran más claramente el carácter pascual de la muerte cristiana, y que se incluyera una Misa especial al rito para funeral de los niños». De esta forma se establecen claramente tres momentos: la vigilia por el difunto, la liturgia funeral y el rito de despedida de los restos.

Respecto a la vigilia por el difunto, es un tiempo sumamente importante, pues es momento de sopesar la realidad, acompañar a la familia, animarles en el dolor y ayudarles a vivir el duelo en paz y acompañados. Se recomienda mantenerse orando constantemente mientras un difunto es velado, ya sea rezando la Liturgia de las Horas, el santo rosario o alguna otra piedad. No se trata solo de una despedida y ofrecer el pésame a los deudos, sino que de orar por el descanso de ese difunto.

Vía Catholic Link

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