Se habla mucho sobre el amor, claro tanto cosas positivas como también negativas… por eso compartimos contigo 5 mitos sobre el.
En general, tendemos a pensar que el amor es algo muy complicado e indefinible. Nos cuesta manejarlo justo porque no tiene una forma clara.
En estos tiempos, los proyectos, las relaciones, los principios, las creencias… la vida misma, todo ha llegado a ser como una sustancia líquida, que se adapta al recipiente. Algo que no se puede delimitar, sino que se va ajustando a las circunstancias. Si no definimos lo que es el amor, difícilmente podremos aprender su arte para ser capaces de amar y ser amados… y empezaremos a creer mitos o a vivirlos.
Por esto hoy quiero detallar los más grandes mitos sobre el amor, para poder desmitificarlos y, con ello, amar de una manera verdadera y ordenada. Ello nos ayudará en nuestro camino a la felicidad. Vamos ahí…
El amor se da únicamente en relaciones de pareja
Cuando pensamos en una canción, en un filme, en un poema de amor, pensamos en obras de arte cuyo tema es la relación de pareja. Pero el amor es algo mucho más grande y más trascendente que esto. El amor es una elección, que nos lleva a un acto. Este acto es la búsqueda del bien del otro.
El amor, por tanto, comienza en lo que los griegos llamaban philautía: el amor propio. Quien no se ama no puede brindar ni recibir amor, y quien no se siente amado no puede dar lo que no conoce. Por esto, del amor propio se parte al amor de familia (storgē), de amistad (philía) y de pareja (érōs).
Y de ahí, al amor que reúne todos los anteriores: el amor a Dios, a algo más grande que uno, que termina expresándose en el amor desinteresado (agápē). Cuando hemos saboreado todas estas formas de amor, entendemos que este es un don, la dádiva de sí, que se abre a recibir la dádiva del otro. El amor deja de ser un sentimiento para pasar a ser una elección. Esto me lleva a…
Un mito reiterativo… el amor acaba
Si consideramos el amor como un sentimiento, es lógico que le demos fecha de caducidad. Es que pensamos que el otro nos ama poco o nada, y que nosotros amamos demasiado; tenía que terminar. Sin embargo, el amor verdadero es aquel que no se limita a los bienes que recibe, sino que incluso acepta los males, para darles un giro y conducir al crecimiento propio, al de la otra persona y al fortalecimiento de la relación.
No es extraño oír que una pareja se ha separado porque ya no sienten amor. Se dice que el amor murió. Pero puede ocurrir que se haya vuelto invisible, escondido debajo de una pila de basura emocional: maltratos, egoísmos, indiferencia o engaño.
El amor ordenado es aquel que sabe escarbar en esa basura y quedarse con la joya de las virtudes que tenemos como individuos y seres en relación. Sea un padre y su hijo, sean dos hermanos o amigos, sean novios o esposos, el amor se construye no solo a pesar de los defectos y debilidades, sino incluso gracias a que podemos transformarlos en habilidades y fortalezas. Esto me lleva a…
Amar duele
Por supuesto, si creemos que el amor se relaciona con la comodidad y el placer, es difícil que entendamos el amor como una motivación para darle sentido al sufrimiento. Sí, el sufrimiento no es algo negativo si le damos un propósito. Un propósito de crecimiento y de ser cada día nuestra mejor versión. De lo contrario, pensamos en el amor incondicional como “amor del bueno”, en contraste con el que duele.
El amor verdadero es así: encuentra el motor en medio de la dificultad. Hay momentos en los que los problemas o los errores nos ocasionan malestar, y, si la relación no les hace frente, pueden causar mucho daño.
Aun así, cuando las dos personas tienen la voluntad de construir una relación saludable juntos, esos problemas y errores resultan un motivo para reencontrarse, re-conocerse, volver a elegirse.
Si, en lugar de eso, nos enfocamos en el dolor, en la herida, esta no podrá curarse. Terminará rompiendo todo. Y querremos ver al otro salpicado de nuestra sangre. Que le duela también.
Es frecuente que esto ocurra cuando nos decepcionamos: hemos puesto en un altar al otro y a la relación, y cuando nos topamos con sus miserias, ese altar se desmorona sobre nosotros. No fuimos realistas, y pagamos el precio. Esto me lleva a…
El amor es visual
Todos hemos oído del amor a primera vista y del amor ciego. En el primero, parece que el sujeto tiene tan buen ojo que sabe con una sola mirada que la otra persona es la indicada. En el segundo, el individuo no es capaz de ver lo negativo en la pareja, por horrible que sea. Ninguno de los dos es saludable, aunque son tristemente comunes.
El amor verdadero es el que se va alimentando gracias a que va conociendo al otro. El amor viene del conocer.
Sí, puede ser que hayamos sentido una atracción inicial por alguien aun antes de poder conocerlo a fondo. Eso ocurre por algo que tiene que ver con química, con reconocimiento de rasgos o con patrones de atractivo basados en estereotipos; todos procesos inconscientes que lleva a cabo nuestro cerebro primitivo.
Pero, si nos quedamos ahí, si fomentamos una “ceguera”, es probable que estemos dándole demasiada expectativa a una relación que no se puede sostener por una o más razones ajenas a esa atracción inicial.
Se hace el amor
Sí vemos el factor común en los mitos anteriores, veremos que este es considerar el amor como su aspecto meramente físico. Claro: si amamos a primera vista para luego ser ciegos a los defectos que descubrimos mientras más conocemos a la persona; si nos decepcionamos en cuanto perdemos la comodidad o el disfrute en la relación y consideramos que el amor se nos agotó, es porque pensamos que el amor está limitado a la manifestación física del encuentro entre dos personas.
Había un viejo chiste que decía que dos pastusos —en Argentina, “gallegos”; en España, “leperos”— van a hacer el amor, pero regresan porque el amor ya estaba hecho. Fuera del chiste, hay una realidad: cuando entendemos el amor como una actitud hacia el otro, una dádiva y un regalo de nosotros mismos, dejamos de verlo como algo que se limita al contacto físico en una pareja y lo vemos como un equilibrio entre materia, mente y alma.
Como el ser humano mismo es una integralidad de esos tres componentes, el amor ordenado también lo es. Es una parte del amor universal, que los creyentes consideramos reflejo del que Dios nos tiene: el amor preexistente. Es por esto que, cuando el amor es posesión, trae frustración y dolor. Porque no podemos tener al otro como quien tiene un televisor o una cartera; el otro es libre y autónomo. Es otro, por obvio que suene.
Ten presente los mitos sobre el amor son eso, mitos
Unas palabras finales: el amor que busca poseer, utilizar y descartar cuando ya no sirve, es un amor desordenado y, como tal, genera ansiedad negativa y sentimientos de inseguridad e impotencia. Por eso, creemos que puede ser ciego y desencantarse cuando se quita la venda; y entonces, duele y acaba.
Al contrario, al ordenar nuestro amor, lo entendemos como una actitud de don al otro —desconocido, familiar, amigo, pareja o Ser Supremo— que desea su bien. Así, comprendemos que inicia por el amor a nosotros mismos, que nos hace elegir lo que es bueno para nuestra vida en función de nuestras relaciones. Es ahí donde encontramos la felicidad.
Escrito por: Pedro Freile, Sicólogo, vía amafuerte.com
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