Memoria y crianza en un poema para niños. Todo padre debe inculcar en sus hijos valores y darles guías para encaminarlos por el buen camino.
No todo viene con un cartel de “Fumar es perjudicial para la salud”. Y, sin embargo, así como quienes fuman ignoran ese aviso, y lo siguen haciendo, es posible que, si los celulares tuvieran un cartel de “Ignorar a tus hijos para mirar tu celular es perjudicial para su infancia”, tampoco le prestaríamos a ese anuncio demasiada atención.
Mucho se ha dicho acerca de los riesgos del excesivo uso de la tecnología, y cómo este puede afectar tanto a grandes como a pequeños. Por ello, y reconociendo que tampoco soy una especialista en el tema —y que yo misma tengo mucho que mejorar al respecto—, quiero dejarles una mirada nueva: la del poeta contemporáneo Julio Alfredo Egea (Chirivel, España, 1926-2018), considerado embajador de los poetas de Almería entre los poetas andaluces. Les presento hoy un poema que forma parte de su único poemario para niños; se trata de “Súplica”, y en sus versos Egea encarna la voz de un niño que tiene mucho para decirnos a los adultos.
La infancia en la obra de Egea
En la obra de Julio Alfredo Egea, la infancia es un tema con una presencia fundamental. En efecto, este autor creía que la memoria constituye un “almacenaje de situaciones relevantes, en el subconsciente, por un pasado emocional, desde el descubrimiento personal de la vida, de la niñez y la juventud, en continuidad a través de la historia de todo hombre que mantiene su capacidad de curiosidad por el mundo”, y así lo ha dicho en una entrevista (Domene, 1999).
¿No es hermosa esta idea de que uno va almacenando lo que le ocurre, lo que a veces sin darse cuenta considera relevante, y que esto termina siendo lo que nos permite relacionarnos con lo real? Por ello, la mirada del poeta es la mirada del niño, esa mirada sorprendida ante el mundo que lo rodea. El poeta guarda cada experiencia, y esta queda “en el subconsciente, hecha embrión de poema” (Egea, en entrevista de Domene, 1999).
Sin embargo, pese a la fuerte presencia de la infancia en la obra de Egea, sólo cuenta con un poemario estrictamente dedicado para niños: Nana para dormir muñecas. Este libro fue en principio pensado para sus hijos, cerca de 1960, y su autor se convenció de publicarlo, a pedido del responsable de Editora Nacional, recién en 1965. Sobre él, Egea dijo: “era un conjunto de poemillas que había escrito para mis hijos, sin ánimo de publicación […]. Este libro sirvió a muchas madres para dormir a sus hijos, cantando sus nanas, y, seguramente, esta es la más importante función que ha llevado a cabo mi poesía”. Allí encontramos, entre otras gemas de la poesía para niños, el poema “Súplica”.
Poema: “Súplica”, por Julio Alfredo Egea (en Nana para dormir muñecas, Madrid, 1965)
Cuéntame ese cuento, abuela,
y apaga el televisor,
de la princesa encantada
y de aquel lobo feroz.
Dime si en la primavera
hará nido el ruiseñor
en el rosal del jardín
y bajo la acacia en flor.
Cuéntame como veías
el mundo a tu alrededor
cuando eras como yo.
Repásame la lección.
Quiero mirar a la Luna
mientras escucho tu voz
y espero a la primavera.
Apaga el televisor.
La repetición del leitmotiv “apaga el televisor” expresa una clara denuncia contra los medios de comunicación, que nosotros podemos aceptar como propias, poniéndole cada uno el nombre del dispositivo que sienta que más tiempo ocupa en su vida.
Tecnología bestial
Si lo relacionamos con cada punto de la petición del niño, veremos que el televisor del poema se presenta como un elemento físico avasallador, como un obstáculo entre el niño y lo que a él le gusta: los cuentos de hadas, la naturaleza, las anécdotas familiares y la imaginación, simbolizada en la luna. Al hablar del televisor como “feroz”, Egea lo reviste de una cantidad de significados que, desde el imaginario infantil, se vinculan directamente con un mal de tipo bestial.
Así lo afirma Bruno Bettelheim, autor de Psicología de los cuentos de hadas: “[el lobo] representa las fuerzas asociales, inconscientes y devoradoras contra las que tenemos que aprender a protegernos” (Bettelheim 1979: 61.). En este caso, la tecnología corre el gran riesgo de alienarnos, de volvernos a lo “asocial”, y no de acercarnos. En concordancia con lo expresado en este poema, Julio Alfredo Egea, en su artículo “Juegos de niños”, ha dicho:
Hemos perdido la canción y la tertulia familiar, y la sencilla felicidad de los viejos juegos. Los adultos andan prisioneros del televisor que quizá presente sus juegos de adultos, con frecuencia insustanciales y perversos. Y los niños, quizá junto a los adultos o en la habitación contigua, estarán ante otra pantalla de televisor u ordenador posiblemente ante un juego empobrecido y monstruoso.
En la última estrofa, se hace hincapié en algo que se venía anunciando en el leitmotiv: la abuela no podrá hablar, si el televisor sigue encendido. Por eso ella no tiene voz en el poema, sino que quien habla es el niño. El pequeño dirige su súplica a la abuela, y esta súplica toma la forma de un poema.
La salvación de la infancia por la belleza
Respecto de este poema, resultan muy acertadas las palabras de Nobile:
[La poesía] reivindica un papel y un significado importantes en la civilización tecnológica, deformante y caótica […], como salvaguardia de la libertad de la persona y de la individualidad irrepetible de la persona, contra los peligros presentados por una sociedad heterodirigida, áridamente tecnocrática, alienante y masificadora. (Nobile 1992: 68)
Contra los riesgos de esta sociedad y de su —de nuestro— mal uso y abuso de la tecnología, la poesía —vale decir: cualquier forma de arte, cualquier expresión verdadera y auténtica de la belleza— tiene un papel importante. Salvaguarda nuestra libertad y nuestra individualidad irrepetibles, y esta es una clave para la formación de los pequeños.
Por ello, es de fundamental importancia compartir con los niños estas formas artísticas: desde comprar libros juntos o ir al teatro, hasta leer pintar con las manos, o leer en voz alta un cuento que busquemos en internet. No es necesario gastar, sino simplemente invertir algo de nuestro tiempo, algo de nuestra atención.
La fuerte denuncia a la tecnología, que el poema de Egea expresa de forma calma por intermedio de la voz del niño, no puede quedar sin una solución, sin una respuesta. Desde su “cristianismo de base”, Egea nos propone reflexionar acerca de que no es tan difícil alejarse del televisor, y brindarles a los niños aquello por lo cual suplican: una figura que les enseñe, que los proteja.
Y creo que la clave para lograr esa conexión es permitirnos conectarnos, a través de la memoria, con los niños que fuimos; apagar un momento los dispositivos, y encarnar en nuestra vida una realidad insoslayable: que amar de verdad significa dedicar tiempo, y tiempo de calidad.
Escrito por: Maru Di Marco, Licenciada en Letras por la Universidad Católica Argentina, vía amafuerte.com
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