La soledad estará ahí siempre esperando por nosotros. la cuestión es ¿cómo decidiremos afrontarla?
Cualquier persona que crea que sabe todo, que nunca se equivoca y que no necesita de nadie, está inevitablemente destinada a vivir en soledad… a no ser que aparezcan situaciones, extraordinarias, que cambien el rumbo de los acontecimientos.
El temperamento que describo al inicio se ha vuelto más común entre las mujeres, hoy en día, debido al denominado empoderamiento femenino y de otras formas de pensamiento semejantes.
La convivencia con una autoridad matriarcal “empoderada” un poco anticipada a su época, me llevó a analizar, actualmente, los pros y los contras de este tipo de comportamiento.
Tener una mamá independiente, a la que le resultaba difícil pedir disculpas cuando se equivocaba y que se resistía a llorar la mayor parte del tiempo, modeló en mí un temperamento decidido y valiente, pero lo suficientemente analítico para ver que había algunas fragilidades escondidas en ese estilo de vida.
Si no fuera, también, por una figura patriarcal prudente y hasta heroica, diría yo, cada vez más rara en los días de hoy, el destino de mi mamá hubiera estado quizás, destinado a la soledad.
Este tipo de comportamiento a pesar de admirable, puede tener de base muchos miedos y si, en algunos casos, es matizado por el orgullo, la situación, lamentablemente, empeora exponencialmente. El miedo a sufrir y el orgullo pueden hacer que la persona se coloque siempre a la defensiva, rodeándose de una coraza gruesa impenetrable.
Cuando la soledad inevitablemente llega
Sin embargo, como mencioné en mi artículo: “El pecaminoso hábito del chisme”, las necesidades esenciales del ser humano de amar y sentirse amado continuarán, resultando en una desesperante frustración cuando, la soledad, inevitablemente llega.
El gesto de mi papá que mencioné como heroico y que he visto en parejas ancianas, no tanto en parejas jóvenes, puede verse cuando alguien asume la enfermedad del otro con un gesto de amor extremadamente generoso y hasta altruista. Aquel amor que no espera nada a cambio.
Un ejemplo de este amor “heroico” lo observé, en mi papá, cuando todo el empoderamiento de mi mamá, exacerbados en algunos momentos por los síntomas iniciales del Alzheimer, hicieron la convivencia con ella, insostenible.
¿Entonces el Alzheimer fue un castigo o una bendición?
Depende como lo encaremos. Si aceptamos que el deterioro físico, la vejez y la muerte son realidades inevitables del ser humano, podemos acoger este tipo de situaciones y hacer de ellas verdaderas bendiciones en nuestras vidas.
El Alzheimer bien tratado de mi mamá permitió que la necesidad de ayuda trajera abajo esa gruesa coraza de autosuficiencia y autorreferencia que muchas veces nos alejó de ella.
También permitió que nosotros sus hijos, después que mi papá la amó hasta sus últimos días, pudiésemos amarla con más generosidad.
Sé que no todas las personas son capaces de aguantar la tormenta como lo hizo mi papá, pero si creo, de corazón, que fue ese amor generoso el que le permitió conquistar un lugar en el cielo.
A nosotros como hijos, cuando él falleció nos tocó el aluvión… pero con las orientaciones médicas necesarias y mucha oración… logramos recuperar a una mamá que siempre amó, pero que pocas veces se dejaba consolar…
Hoy cuando la veo casi como una niña, dulce y cariñosa, me enternezco.
Amarla ahora no es un castigo sino una bendición de Dios, que siempre nos enseña a amar más y mejor…
Escrito por: Martha Palma Melena, nació en Lima – Perú (1971) donde se graduó en Arquitectura. Casada con Luis, se mudaron a São Paulo con su hijo mayor de solamente 1 año de edad. En esta etapa de su vida, entre las responsabilidades de la casa y las aulas de catequesis, se dedicó a observar la realidad que la rodea. Gracias a esta observación logra en estos artículos rescatar sus raíces e historia familiar, sirviéndoles de inspiración para colocar el verdadero valor del ser humano desde una mirada femenina. Diplomada en Especialización en Familia de la UCSP en Arequipa – Perú.
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