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¿Cuándo deja de ser un juego el empujón de las cogidas y se convierte en un golpe por persecución a otro indefenso?, ¿cuándo el ser indefenso le da permiso a otro más grande a ser agresor?

A veces me he preguntado por qué un pequeño golpea a otro. Frente a esto he reflexionado sobre algunas respuestas que podrían dar luces acerca del tema. Por ejemplo, un niño solo y abandonado que no sabe qué es ser querido sanamente, buscará atención de alguna manera y esta puede traducirse en golpes. Ese mismo niño, solitario que quiere ser parte de un grupo ¿permitirá los abusos con tal de ser parte de “algo”? Sí, es probable, pero creo que esa no sería la única causa.

Estamos en una sociedad que fomenta la agresión, lo efímero; frente a esto los niños no tienen modelos claros sino un grupo de muñequitos que les dice cómo hacer las cosas o qué decir. Me refiero a programas infantiles, de pronto crecen y como adolescentes ven otros canales, donde se refuerza la banalidad, lo inmediato y superficial. En algunos casos enfrentan temas como el bullying o el abuso, sin embargo la resolución que se ofrece parece mágica, algo como ir, hablar con el abusador y ¡listo! somos amigos. Pero el asunto no es tan fácil.

Detrás de un niño golpeador y un niño golpeado hay elementos familiares a considerar y un grupo social que de una u otra manera sino lo denuncia, lo permite. Ante esto, ¿qué hacer como padres o educadores? Acá algunas sugerencias:

Como padres:

Estar atento a lo que el niño cuenta y lo que no cuenta, a veces llegan y hablan como pequeños loros, en otras ocasiones solo se quedan callados. Si hay un cambio que se mantiene por más de una semana, es importante atender, sobretodo si se evidencia que hay algo de lo que no puede hablar porque le afecta.

Es muy importante conocer el grupo de amigos de nuestros hijos, saber quiénes son sus mejores amigos y quién es el lejano compañero de salón, esto nos permite reconocer rasgos en nuestros hijos. Los chicos e incluso los padres nos pueden aportar información de cómo se manejan los peques.

Reforzar sus virtudes a los niños, siendo reales con su propio reconocimiento. Por ejemplo, si mi hijo es hábil con las manos reconoceré esa habilidad y no le mentiré diciéndole que es un súper deportista.

Como educadores:

Es importante conocer al grupo de estudiantes, saber sus nombres, características y si es posible su dinámica familiar, esto permitirá ubicar a quiénes son propensos a uno de los dos perfiles del abuso.

Mantener un clima de confianza en las clases, de tal manera que los chicos puedan comentarnos cualquier novedad o anomalía que suceda entre ellos. Reconocer a los niños que se aíslan del grupo o de sus amigos, de tal manera que logremos integrarlos y no dejarlos en subgrupos. Recordar que educamos para la vida y que, si es necesario detener una clase para hablar de algo relevante para el grupo, podemos hacerlo.

Estas son algunas sugerencias; a modo de consejo personal, puedo decir que uno de los hábitos más sanos es siempre hacer sentir a los niños amados –que no es igual a ser lo más importante– también conocerlos y no solo exigirles y por encima de todos aceptarlos.

Por: Ma. del Carmen Rodrigo

Psicóloga Clínica

mariadelcarmenrodrigoh@gmail.com

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