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Saber que mi matrimonio pasaría por "épocas de odio" ha sido liberador.

Casi no podía creer lo que estaba escuchando. Mi amiga, que era básicamente como una muñeca “barbie católica”, me estaba diciendo que ya no le gustaba su marido.

En realidad, no había ninguna razón en concreto. Simplemente ya no le soportaba. Apenas podía aguantar estar en la misma habitación que él, mucho menos en la misma cama.

Yo la escuchaba ojiplática y alarmada. Como si me hubiera leído la mente, soltó de repente: “No estoy pensando en el divorcio. Pero ojalá que al menos me gustara el chico”.

Más tarde ese mismo día, tomando café con mi madre, le hablé en confianza de la conversación anterior. Estaba segura de que le sorprendería tanto como a mí y esperaba que respondiera como siempre ha hecho cuando advertía que alguno de mis amigos lo estaba pasando mal; esperaba que me diera el consejo perfecto y que me garantizara sus oraciones por el bien de la situación.

Pero en vez de eso, sencillamente se encogió de hombros: “Aaah, eso es sólo una época de odio. Nos pasa a todos”.

Yo por aquel entonces no estaba casada y me quedé perpleja ante las palabras de mi madre. No podía creer que esta mujer veterana, con un matrimonio feliz de 35 años a sus espaldas, acabara de acuñar una expresión así —”una época de odio”— y no salía de mi asombro al saber que ella ya había pasado por eso.

Nos guste o no, habrá periodos en nuestra vida de casados cuando no exista un conflicto o una crisis per se y, aun así, nada de lo que diga nuestro cónyuge nos va a satisfacer.

Cuando me imaginaba a mi padre, el más cariñoso del mundo, no era capaz de concebir que mi madre hubiera tenido alguna vez un periodo de odio hacia él.

Así que en estas estábamos, mi madre estaba usando literalmente la palabra odio, con toda la fuerza de su significado; pero todo tenía una razón de ser.

No fue hasta años más tarde, lidiando con mi propio matrimonio, cuando por fin comprendí el regalo que aquel día había recibido de mi madre. El saber que mi matrimonio pasaría por “épocas de odio” ha sido algo liberador.

Nos guste o no, habrá periodos en nuestra vida de casados cuando no exista un conflicto o una crisis per se y, aun así, nada de lo que diga nuestro cónyuge nos va a satisfacer.

Habrá momentos cuando estaremos bailando al son de melodías diferentes, en muchos aspectos.

Algunos de nosotros experimentaremos hasta períodos —un día suelto o posiblemente semanas— cuando no soportemos absolutamente nada de nuestra pareja vital: la forma en que anda, en que habla, en que respira.

Créeme, incluso sentirás la tentación de arrancarte las orejas antes de escucharle o escucharla masticar (y no, no soy tan inocente como para pensar que no provoque a veces los mismos sentimientos en mi marido).

Si has pasado por algo así, ya somos dos. Lo admito libremente y espero que mi confesión pueda traer algo de paz a tu propio matrimonio.

Sólo porque atravieses periodos de infelicidad en tu relación no significa que vuestro matrimonio haya muerto. No significa que el liberarte de tu cónyuge vaya a traerte una vida mejor.

De hecho, hay estudios que confirman que las parejas que han capeado el temporal de períodos de insatisfacción en sus matrimonios vuelven a vivir tiempos felices.pareja-discutiendo

Un estudio del instituto estadounidense especializado en la familia y la sociedad, el Institute for American Values, descubrió que dos tercios de las personas descontentas con su matrimonio, y que siguieron estando juntas, informaron de que cinco años más tarde su matrimonio volvía a ser feliz.

Entonces, ¿qué hacemos cuando nos encontremos con un momento bajo de nuestro matrimonio? ¿Y cómo asegurarnos de que estas épocas sean pasajeras y no se conviertan en la norma de nuestras relaciones?

Aunque me gustaría culpar de toda mi infelicidad durante estas épocas a los irritantes hábitos y características de mi marido, he descubierto que estos periodos de inquietud tienen (mucho) menos que ver con él y más (vale, casi todo) que ver conmigo.

La frustración que siento en los contactos diarios con mi esposo es en realidad un reflejo de mi falta de paz interior. Es la consecuencia externa de mi dejadez en la oración y se desgaja directamente de mi incapacidad de continuar centrada en Cristo.

De igual forma, he descubierto que, durante una época de odio, cuanto más me quejo de mi marido, ya sea para mis adentros o abiertamente, más se infecta la irritación, mayores se vuelven los problemas y más tiempo requiere devolver el equilibrio y la paz a mi vida familiar.

He descubierto, tal y como promete San Francisco de Sales, que a través de la devoción “el gobierno de la familia se hace más amoroso; el amor del marido y de la mujer, más sincero; el servicio más fiel; y todas las ocupaciones, más suaves y amables”.

Sí, como con cualquier otra tribulación, cuando lleguen periodos de malestar en nuestros matrimonios debemos volver nuestro rostro hacia Cristo en oración. Orad por vuestro cónyuge. Ofrece tus irritaciones en sacrificio. Pide a Dios que te traiga consuelo. Embárcate en mayores actos de amor.

Y ten valor: sabiendo que las estaciones de la vida son algo también natural al matrimonio, sabrás que después de cada largo invierno, la temporada primaveral siempre regresa.

 

Vía: Aleteia

 

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