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“Ñuka Wawa Phulllay Shishas”, es en su natal quechua la frase que Néstor Rodríguez recuerda de su villancico favorito: “Ya viene el Niñito jugando entre flores”. Lo recuerda, tanto con nostalgia, como con alegría, y sobre todo con orgullo de haber crecido entre tantas hermosas tradiciones navideñas típicas de su parroquia Cojitambo, en la provincia de Cañar, Ecuador.

Con humildad y voz baja, cuenta historias con fantasía, mito, magia y mucha verdad; todas de la época en que vivía en su querida sierra ecuatoriana. Hemos conversado, en estos casi dos años de conocernos, sobre el amor por la naturaleza, la comida típica, fábulas de su pueblo, su labor artesanal con paja toquilla, pero nunca sobre cómo era Navidad en la vida del Néstor niño, curioso, valiente y cariñoso.

La pregunta ilumina su rostro y revela la misma sonrisa de siempre: amable y sincera; es así como empieza un relato ininterrumpido y encantador.

La víspera de la Navidad, él y sus hermanas se juntaban cada año a preparar pan, hecho a mano, empezando desde la masa. Se cocinaba en horno de leña, que serviría como regalo para conocidos y desconocidos del pueblo que lo disfrutarían a lo largo de la semana hasta llegar el fin del año.

El encuentro de la familia en el altar de la Misa era el momento más especial.

La masa requería los más delicados y sencillos ingredientes que había en el pueblo: manteca de cerdo, queso fresco y huevo criollo. De la leña se encargaba él. La secaba bien y la cortaba en trozos para que entraran en su horno. La leña ardía hasta que la puerta del horno se volvía “colorada” y las paredes blanqueadas anunciaban el punto exacto en que la brasa debía ser apartada a la derecha del piso del horno e introducida la masa con una pala larga y de madera.

La masa era moldeada en pequeñas bolitas por las delicadas manos de sus hermanas. Cuando se sentían más animadas y creativas moldeaban formas que acompañarían al niño en el pesebre: caballos, palomas, borregos y puercos. El pan navideño era solo el inicio de las tradiciones que uniría a la familia Rodríguez, hasta hoy en el recuerdo vivo de Néstor, de 87 años.

La devoción al niño Jesús es lo que más recuerda Néstor. Junto a sus 9 hermanos y hermanas iban a tres Misas durante las festividades de la Natividad: La Misa de Nochebuena, la Misa de la Aurora, a las 4am, y la Misa de Pascua. A todas asistían con la ropa más elegante del año. Debían viajar algunas horas hasta Cuenca o Azogues para conseguir prendas ‘dignas’ del Niño Dios en la celebración de su nacimiento.

El encuentro de su familia en el altar de la Misa era en particular especial para Néstor, quien todos los años era llamado por el párroco para adornar el pesebre que engalanaría la Iglesia.  No se acostumbraba a dar regalos, pero sí soñaba con juguetes de la Navidad.

Al llegar al Hogar Corazón de Jesús, hace dos años, Néstor redescubrió su amor por el dibujo y la pintura y decidió dedicar una de sus obras de arte a esos juguetes antiguos con los que soñó una Navidad en Cojitambo. “No necesitábamos regalos, teníamos nuestro pan y los villancicos”, me cuenta Néstor sonriendo. Su favorito, “Ya viene el Niñito”, no se ha borrado de su mente.

Este año Néstor ayudará a sus compañeros del Hogar a decorar el nacimiento, participará del coro de villancicos, brindará con pan y chocolate; y todos juntos diremos “Kullay Nawidad”, que en español quiere decir: ¡Feliz Navidad!

 

Por Camila Valdivieso
Gerontóloga

 

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