No te mentiré: hay sueños que se rompen. Pero déjame contarte qué hacer con las piezas.
Déjame hacerte unas preguntas, creo que es importante que pienses en las respuestas antes de continuar. ¿Cuál ha sido el sueño más grande que has tenido?, ¿cuál ha sido el más loco?, ¿cuál ha sido el más complicado de alcanzar?, ¿cuáles quedaron por el camino? Y… ¿hay algunos sueños rotos?
Creo que, deteniéndonos en cada una de estas respuestas, podemos llevar horas de oración. Pero quiero detenerme en la respuesta a la última pregunta. Quizás porque – perdóname el trabalenguas – es una respuesta que lleva a nuevas preguntas, para las que no tenemos respuestas.
¿Cómo encarar esta conversación?
Si te sientes identificado, créeme, he estado ahí donde ahora estás parado. Aunque creas que nadie puede comprenderte, entiendo que puedes sentir: frustración al ver algo tan bonito desaparecer; enojo porque no hay nada que puedas hacer; abandono cuando observas a otros alcanzar lo que se te hace inalcanzable; tristeza porque todo esto lo sientes a solas; envidia y la pregunta ¿por qué ellos sí?, ¿por qué yo no?
Si entre los hombres, aunque sea parcialmente, podemos comprendernos, ¿no crees que Él, verdadero Hombre, no entiende de corazones humanos? ¿No crees que el hombro que cargó con la Cruz que sumaba las cruces de toda la humanidad tiene fuerza para cargarte a ti?
Te digo esto porque solo hay una manera de encarar los sueños rotos: encarándolo a Él. No en el sentido que podríamos pensar – como enfrentándonos en una disputa -, sino… mirarnos. Cara a cara. Y, si en ese momento haces silencio, escucharás lo que Él – que también ha tenido sueños rotos – puede enseñarnos.
Los sueños rotos de Dios
¿Me crees? ¿Me crees cuando te digo que Dios también ha visto sueños romperse? Creo que debemos partir de ahí. Porque, si no «entendemos que Él nos entiende», ¿cómo comprender algo más?
Desde la primera parte del Génesis vemos cómo «hemos roto el Corazón» de Dios. Él soñó algo para nosotros, pero – atiende esto, es impresionante – las cosas no salieron como a Él le hubiese gustado.
Nos había dado la libertad, entonces «corría el riesgo» de que no la usemos bien. Corrió el riesgo. No la usamos bien. Podría hablar de otros ejemplos, pero quiero quedarme con este para ir al siguiente punto.
Con las piezas de los sueños rotos construye otros nuevos
Cuando un sueño se rompe, podemos creer que «ya está, terminado, over, kaputt». Siguiendo con el relato del Génesis: Dios pudo decir «bueno, ya los eché del paraíso. No funcionó, mejor me retiro y dejo que se arreglen lo mejor que puedan».
El sueño de Dios de estar con los hombres no estaba perdido. Se rompió el plan original. Las cosas ya no podrían darse de la misma manera que podrían haberse dado. Pero «O felix culpa…», Él «inventa» la Redención.
Las delicias de Dios es estar entre los hombres (Prov. 8:31) y quiere que nuestra delicia sea estar con Él. Gracias a la Redención, eso es posible. Incluso de una manera en la que podemos estar más cerca de Él, más unidos a Él.
Por poner de ejemplo a Dios, podemos pensar «y bueno, pero Él es Dios, puede hacer lo que quiera, arreglar lo que quiera» o «Él podría también, entonces, hacer que mis sueños se cumplan». Pero, ¿no has visto cómo su omnipotencia se ve limitada por nosotros, los minúsculos hombres?
Si no violó nuestra libertad para «salvar su plan», no puede violar las libertades de quienes nos rodean, o ciertas condiciones naturales que irían en contradicción con la perfección de la Creación. Pero sobre los límites de la omnipotencia, podremos hablar en otro artículo (aunque si quieres saberlo ya, puedes leer este fantástico libro).
A lo que voy: poner a Dios de ejemplo no es poner un ejemplo lejano; es poner un ejemplo cercano. Es escuchar Su voz diciéndonos «hay algo más».
Sueños rotos, pero no perdidos
Más allá de decirte «¡ánimo! ¡Construye algo nuevo!», quiero aún detenerme en lo que todavía te hace llorar. No en tono masoquista, sino con acento en la esperanza: «roto» y «perdido» no son sinónimos.
Puede ser que un proyecto no haya salido como nos hubiera gustado. Pero el esfuerzo puesto en él, no se pierde. Puede ser que vivamos un luto por un ser querido, pero el amor seguirá latiendo en el Cielo.
¡Podría poner tantos ejemplos! Familias que se deshacen, vocaciones que no pueden seguir adelante, salud que desgasta, matrimonios que ansiaban y no pudieron concebir, empresas que quiebran, padres que lloran por un hijo que llegó a vivir… tú puedes sumar aquí el caso que quieras.
De todas maneras, la respuesta es la misma: toda la buena intención, toda buena voluntad, todo buen amor… son «moneditas» que lanzamos hacia el Cielo para comprar el tesoro de la eternidad.
Además, todo tiene un valor ¡ya aquí en la tierra! Por la comunión de los santos, en primer lugar. De manera que los más necesitados reciban la gracia que los sostendrá. ¿Y quién sabe si a nosotros no nos sostiene la contradicción o la pequeña buena acción de alguien más?
Y un valor, aquí, para nosotros mismos. Tal vez en un primer momento no lo veamos – y pensar en que es posible parece un chiste de mal gusto – pero todo lo que se siente mal, puede convertirse en un bien. Un gran bien. Un masterado en adquisición de virtudes.
Los sueños rotos duelen, dolerán…
No me malinterpretes: ¡sé que duele! Y no quiero engañarte diciendo que dejará de dolerte. Si un sueño roto no nos duele, quizás no era lo suficientemente grande como para que nos descoloque como nos descolocan los que nos atropellan y dejan fuera de combate, como los que estamos conversando.
No digo tampoco que siempre dolerá. Digo que en un primer momento será difícil vivirlos, sí. Y digo que en el futuro podrás encontrar una genuina y plena felicidad, aún en un plan distinto a la «Opción A», sí.
Pero también te digo que no te asustes si, en medio de esa apabullante felicidad, de pronto sientes un pequeño pinchazo en el sitio donde antes guardabas un sueño. Algunas cicatrices vuelven a doler con el tiempo.
Pregúntale a alguien que, cuando hace mal clima, siente algunas dolencias. Cuando hace mal clima humano o espiritual, también podemos revivir algunas molestias. Aunque en menor grado, aunque con mayor paz.
El mayor desafío no es reconstruir desde lo roto…
El mayor desafío es confiar en que el nuevo sueño puede hacernos tan felices como el que quedó por el camino. No descorazonarse, no perder la sed de ilusionarse ni, sobre todo, la esperanza (creer en lo prometido). Seguir andando, hacia el Caminante. No mirar atrás, mirarlo a Él, que siempre va por delante.
El mayor desafío es seguirle, sin tener las respuestas. Porque no construimos ni reconstruimos solos. ¡Menos mal somos amigos de un carpintero! ¿Qué haríamos si no tuviéramos a nuestro lado a un artesano que nos ama y que se presta para ayudarnos en lo que necesitemos?
Pase lo que pase – aunque parezca algo aún más difícil que creer que puedes ser feliz sin ese anhelo que guardabas -, ten certeza de que algo más grande te espera.
Grande no es igual a valioso, valioso no es igual a lo que brilla. Hay cosas grandes, valiosas y brillantes. Oras valiosas, que no brillan. Y las brillantes, que no son valiosas.
¿Podemos reconocerlas solos? No, necesitamos la opinión de un experto. Y generalmente acudimos a los expertos cuando nosotros no tenemos suficiente conocimiento y, por lo tanto, no nos fiamos de nuestras opiniones.
Entonces, fiémonos de Él, si nos dice: «Verás cosas más grandes todavía» (Jn 1:50).
Escrito por: María Belén Andrada, vía Catholic-Link.
-
Lee también sobre: Ideas del Papa sobre Nicodemo, los ancianos y los jóvenes.