El domingo 13 de noviembre en todas las diócesis del mundo se clausuró el Año de la Misericordia. En Roma el Papa Francisco, por su parte, lo hirá oficial el domingo 20 de noviembre, festividad de Cristo Rey del Universo.
En diciembre del año anterior empezamos a recorrer el camino de la Misericordia de una forma especial. Muchos gestos, símbolos, jubileos y mensajes se han dado. Pero al finalizarlo podemos hacernos una pregunta: ¿Qué nos deja el Año de la Misericordia?
Es la pregunta que la Revista Vive me hizo y que me atrevo a responderla con reflexiones del mismo Papa Francisco.
En primer lugar nos deja la conciencia de un Dios que es padre misericordioso. Un Dios que nos ama, que espera de nosotros y nos perdona: “El rostro de Dios es el de un padre misericordioso, que siempre tiene paciencia… Esa es su misericordia. Siempre tiene paciencia con nosotros, nos comprende, nos espera, no se cansa de perdonarnos si sabemos volver a Él con el corazón contrito”. Esta conciencia nos lleva a ver con ojos diferentes al Padre y nos conduce a ser portadores de la Misericordia a los demás.
En segundo lugar este Año nos ha enseñado a acoger la Misericordia como un gran don o regalo de Dios. Esto lo hacemos cuando abrimos nuestro corazón a Él: “¿Tengo un corazón abierto o cerrado? ¿Abierto o cerrado al prójimo? Tenemos siempre en nosotros alguna cerrazón nacida del pecado, nacida de los errores: ¡no tengamos miedo!… Abrámonos a la luz del Señor, Él siempre nos espera”. A partir de ahora, no debemos tener miedo, debemos abrir el corazón al amor misericordioso de Dios y nuestras manos deben ser portadoras de misericordia a los demás.
La Misericordia no se clausura, se debe vivir con mayor profundidad.
En tercer lugar hemos sido invitados a cultivar la Misericordia. Hemos tratado de sembrarla en nuestro corazón, de hacerla vida en nosotros. Y esta semilla da fruto cuando nos acercamos con corazón misericordioso hacia nuestros hermanos. “Misericordia es la ley fundamental que habita en el corazón de cada persona cuando mira con ojos sinceros al hermano que encuentra en el camino de la vida. Misericordia es la vía que une Dios y al hombre, porque abre el corazón a la esperanza de ser amados no obstante el límite de nuestro pecado”. ¡Hay que crecer en Misericordia! Y estoy convencido de que ello lo lograremos cuando hagamos la hagamos vida a través de la práctica de las obras de misericordia”, tanto corporales como espirituales.
Y finalmente, este Año nos lleva a anunciar la Misericordia: “La Iglesia tiene la misión de anunciar la misericordia de Dios, corazón palpitante del Evangelio, que por su medio debe alcanzar la mente y el corazón de cada persona”. Y anunciar esta Misericordia desde el amor de Cristo: “La primera verdad de la Iglesia es el amor de Cristo. De este amor, que llega hasta el perdón y al don de sí, la Iglesia se hace sierva y mediadora ante los hombres. Por tanto, donde la Iglesia esté presente, allí debe ser evidente la misericordia del Padre. En nuestras parroquias, en las comunidades, en las asociaciones y movimientos, en fin, dondequiera que haya cristianos, cualquiera debería poder encontrar un oasis de misericordia”.
Teniendo presente estas cuatro enseñanzas que he señalado, me atrevo a afirmar que si bien clausuramos un año, la Misericordia no se clausura, sino que se vivirá con mayor profundidad. No dejemos que se “empolven” nuestros corazones misericordiosos, hagamos que latan con mayor profundidad, porque Dios está en ellos y con Él responderemos al dolor del hermano que pasa por nuestra vida.
Por: Mons. Alfredo José Espinoza, sdb
Obispo de Loja