¿A dónde nos lleva el placer? ¿Nos ofrece paz y felicidad, o tal vez no conduce a peligrosas adicciones y a perder nuestra libertad?
Nadie dice que el placer sea negativo. Lo que es perjudicial es buscarlo a toda costa.
El placer está en la comida y la bebida, pues consumidas prudentemente nos empujan a alimentarnos y sobrevivir. Y a socializarnos al compartir una buena mesa en buena compañía.
El placer también está en las relaciones más íntimas pues nos empuja a mantener, en el marco de un amor comprometido y fiel, unas relaciones sexuales imprescindibles para nuestra reproducción familiar (expresión de un amor fecundo) y nuestra perpetuación como especie. Y la sexualidad es una realidad gozosa y vía principal del amor.
Jugar a cartas y ganar una partida inocente de póker en casa, con garbanzos como monedas o fichas, puede ser muy divertido e inocuo. Es un juego que nos entretiene sin más.
Disfrutar de una buena película puede ser muy positivo: nos descansa, nos entretiene y nos hace compartir buenos momentos con la familia y amistades.
Hablar por teléfono móvil con un amigo lejano puede favorecer que ese lazo se mantenga en momentos donde es imposible verse.
Sin embargo, estos placeres sencillos, de vez en cuando, no buscados en sí mismos -una bebida de cola, un pastel, una copa de vino, el beso apasionado de la persona que amas, algunos juegos de azar una tarde de verano, ir al cine, una conversación por el chat- pueden sacarse de quicio si se descontextualizan.
El placer por el placer
Cuando esos pequeños placeres diarios se descontextualizan dejan de ser un peldaño para un bien y pasan a ser un tirón que nos lleva a buscarlos en sí mismos.
Es cuando se busca en solitario el placer por el placer. O también en compañía de cómplices, pero no de amigos. Son los compinches te llevan a beber para alcanzar un placer desmedido sin reflexionar para nada en que aquella conducta tiene una parte oscura.
La pornografía es la descontextualización del amor. Y acaba siendo adictiva.
El azúcar no es una esporádica aportación de glucosa sino un chute de placer –comer helado tras helado- que parece inocente pero detrás tiene la posible diabetes.
El juego de cartas desde el móvil y las apuestas online, a solas, esta vez sí, llevan a engancharse y buscar el vértigo de la posible ganancia.
Depender de Instagram, de los likes, del último TikTok colgado en la red, de, en definitiva, ser el centro de atención también perturba y exige constantes dosis de protagonismo.
Todas estas conductas se pueden convertir en una patología.
Vivir buscando la excitación, el subidón, como dicen los más jóvenes, tiene su contrapartida: el bajón, la ansiedad, a veces la depresión. Y no solo se hace daño uno mismo: también a veces se daña a la pareja ocasional a la que se engaña para tener una relación sexual con ella. Y si hablamos del vértigo de la velocidad, a menudo mezclada con el alcohol, al final el perjudicado es aquel infeliz que se cruzó en tu camino y acabó en la UCI.
La felicidad y la paz
La felicidad no se logra a través del placer, porque esta llega si el objetivo es la vida comunitaria, la entrega, el don de sí, estar pendiente y atento a las necesidades de los demás. La amistad es una de las grandes formas de la felicidad. Los objetivos compartidos que buscan el bien común son la felicidad y la paz con uno mismo. No son placeres corporales fuertes, son placeres inmateriales que llenan de regocijo la mente y el alma. Y estos dones de la familia, de la amistad, de los proyectos que tienen sentido y rendimientos sociales exigen ser compartidos.
Los placeres más corporales suelen, no siempre, ser individuales. Comer en exceso, el famoso atracón, beber o comprar de forma compulsiva, curiosear horas y horas videos o fotos de las redes sociales. En este sentido el móvil bien puede ser un instrumento para usar a los conocidos como si fuéramos espectadores de sus vidas, objeto de nuestro chismorreo fisgón.
La auténtica felicidad es entregarnos a una tarea más grande que nosotros y que da sentido a nuestra vida. La felicidad no es fugaz como el placer: es más nos ofrece una sensación de paz que nos hace decir quiero que continúe esta situación para siempre:
“Entonces Pedro dijo a Jesús: Señor, bueno es para nosotros que estemos aquí; si quieres, hagamos aquí tres tiendas: una para ti, otra para Moisés, y otra para Elías” (Mateo, 17:1-8). Frente a esta satisfacción honda y suave de la felicidad, el placer buscado por sí mismo no quiere parar: se dice a sí mismo: “Más, más, quiero más y más fuerte”. Este tipo de placer es insaciable.
El placer tiene sus riesgos
El placer por el placer, buscado en sí mismo, descontextualizado, deshumanizado lleva en muchas ocasiones a la adicción. ¿Cuál es la conexión? Tal como señala Robert Lusting, demasiada dopamina genera placeres adictivos y la serotonina oportuna da lugar a la auténtica felicidad.
Este pediatra experto en temas de endocrinología, profesor emérito de la Universidad de California, señala que estos dos son los neurotransmisores de las vías del placer y de la felicidad del cerebro, respectivamente. Y continúa advirtiendo: A pesar de lo que digan la televisión y las redes sociales, el placer y la felicidad no son lo mismo.
La dopamina es el neurotransmisor de «recompensa» que le dice a nuestro cerebro: «Esto me gusta, me siento bien, quiero más». Sin embargo, demasiada dopamina conduce a la adicción.
La serotonina es el neurotransmisor de “satisfacción” que le dice a nuestro cerebro: “Esto me sienta bien. Tengo suficiente. No quiero ni necesito más». Sin embargo, también hay que advertirlo: muy poca serotonina conduce a la depresión. Ambos deberían tener un suministro óptimo. Pero la dopamina reduce la serotonina. Y el estrés crónico derriba a ambos.
En cualquier caso, sentencia Lusting, la dopamina crónica cuando busca su «dosis» más ansiada reduce la serotonina y la felicidad.
¿Nos venden el placer porque la felicidad no se puede comprar?
Ser materialista, hedonista, buscar la última novedad a cada esquina no sale a cuenta. Es como una montaña rusa. Y los riesgos de adicción no son una broma: desde el azúcar hasta la cocaína: estamos ante el enganche, la pérdida de libertad.
Hay un mercado de las cosas necesarias y constructivas que nos permiten vivir humanamente para llevar a cabo nuestras empresas vitales: familia, trabajo, descanso. Este mercado ofrece desde un grifo y una silla hasta la alta cultura, el buen cine, la belleza en todas sus manifestaciones.
A partir de esas cosas básicas podemos construir la felicidad. Hay un mercado también de las cosas innecesarias que nos vende la diversión extravagante, la excitación, el exceso, el vértigo, la ostentación narcisista que nos achata y reduce a nada. Y además nos alejan de la verdadera fuente de felicidad y paz que es un Dios que anda detrás de todo lo bueno, verdadero y bello.
Escrito por: Ignasi de Bofarull, vía Aleteia.
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