Pequeños consejos que un padre de familia debe saber cuando la adversidad y problemas tocan la puerta de su hogar.
El momento que cifra tu vida
Uno de los mejores cuentos de Juan Rulfo en El llano en llamas parte, me parece, de una idea de Jorge Luis Borges, o acaso Rulfo pensó de manera independiente de Borges el siguiente concepto: Un hombre puede ser definido por un momento de su vida. Hay un terrible instante que no solo resume, sino en el que de hecho eres todo tu pasado y tu futuro: un suceso que acuña (me gusta esa palabra, esa metáfora) toda tu vida. Tomemos un ejemplo casi al azar: el patriarca Abraham. ¿Qué momento define su vida? Me imagino que cuando se le manda que sacrifique a Isaac, y él obedece: no antes, no después. Todo lo grandioso que hizo en los primeros cien años de su vida antes, vino a culminar en ese momento, o lo lleva a ese instante. Sin décadas de disciplinada obediencia y fe poderosa no podría haber llegado a ese momento, que alumbra el resto de su vida. Y lo mismo con Jesús: como dijo alguien, “sin Getsemaní, no habría Navidad”.
Vuelvo a Rulfo. El cuento se llama “Diles que no me maten”. Lo genial del texto es que no nos muestra un instante, sino dos: cuando van a fusilar a un anciano en la Revolución, por una parte y, por la otra, cuando un hombre desalmado y sin piedad mata a su compadre por una insignificancia, en un estéril alarde de poder. Y a lo largo del cuento nos llevamos la sorpresa de descubrir que ambos hombres tan diferentes, el anciano indefenso y el asesino inmisericorde, son la misma persona, en distintos tiempos. ¿Te ha tocado verlo en la vida real? A mí, sí, muchas veces: el ahora amoroso y venerable anciano, de joven, si podía ser cruel y actuar con impunidad se portaba como un canalla. Pero bueno: hoy deseo contarte un caso así, pero a la inversa. Te lo platico:
Un héroe de guerra
Hubo un tiempo en que trabajé como intérprete médico en California: los pacientes no sabían inglés, ni los doctores el español. Mi trabajo era integrar el expediente clínico de los pacientes. Un día entrevisté a un hombre anciano, de sangre ligera, agradable. Entre otras cosas le pregunté si había sido operado, me dijo que sí, que en el pie, que le estalló una granada. Después pasamos a la parte de los datos legales: el nombre de su abogado, su aseguradora, número de seguro social, teléfonos, número de orden de reclamo, etcétera. El venerable anciano no recordaba los datos. Se reía de nervios, y éstos lo bloqueaban por completo: sentía que sin esos datos no iba a ser atendido en la clínica. Yo, con buenos modos, traté de calmarlo y ayudarle a que tuviera la paz necesaria para recordarlos.
Cuando terminé el expediente le dije que si podía hacerle una pregunta: ¿me puede contar cómo fue lo de la granada? Me dijo que antes de ser chófer en Los Ángeles había sido militar en El Salvador. Le tocó pelear contra los contras, contra la guerrilla. Un día, en la selva, pisó una granada, pero todo se confabuló para salvarle la vida: un tronco de árbol detuvo una esquirla enorme que, de otra manera, le habría volado la cabeza; caminar abrazado al fusil le salvó el pecho, el arma quedó destrozada. La guerra siguió, y el ahora anciano fue condecorado, fue (es) un héroe menor en su país, después taxista, más tarde se marchó a trabajar a Estados Unidos, ¡y ahora se ríe nervioso ante un amigable desconocido (yo) con quien tiene una agradable charla, porque no recuerda el nombre de su abogado y su número de reclamo! Y cuando yo veía esto no dejaba de preguntarme: “¿A dónde le han llevado las circunstancias, que ha olvidado que es un héroe, y se siente desvalido?”.
Ten presente quién eres
Ahora vayamos al presente. Pienso en la crisis que vivimos desde 2009, y que en efecto dominó sigue golpeando al mundo. En estas circunstancias tan adversas puede ser que tu esposa, tus hijos o tú mismo olviden —como este anciano— quiénes son, y eso es un riesgo enorme, porque cuando olvidas quién eres te comportas de una manera inferior a lo que eres, o te vendes barato o encuentras con facilidad la dirección de la calle de la melancolía, o la autodestructiva depresión.
Si alguien me pregunta quién soy, cuál es ese instante máximo que cifra mi vida, simplemente no lo sé. Creo que no he llegado a él. Me consuela saber que Abraham, a los 74 años, todavía no era el padre del convenio, ni se imaginaba que lo llegaría a ser. Ni el profeta Moisés lo sabía, a los 80. Hoy por hoy, yo sólo sé eso: que soy un hijo de Dios, que hay un futuro, que éste va a ser glorioso, y que no se vale dejar de luchar, porque si uno deja de esforzarse, pierde dicho futuro.
Tu responsabilidad como cabeza de familia
No te rindas. Tú, como cabeza de familia, tienes la responsabilidad de ser el timón de la misma, y ver que ninguno de los tuyos olvide quién es. Y eso es tan importante como llevar el alimento a la casa. Es cierto, a veces parece que todo tiempo pasado fue mejor… es más: a veces es cierto, y de verdad todo tiempo pasado fue mejor, pero cuando tienes el coraje, y persistes en hacer lo correcto, sin rendirte nunca, entonces el futuro es mejor que la suma de todos los días pasados.
De corazón te deseo que nunca pierdas ese instante que —como moneda de oro— cifra tu vida en lo que en realidad vales. Que como padre de familia puedas hacer que todos en tu casa, al ver el espejo, puedan decir como Walt Whitman, en Hojas de hierba: “En los rostros de hombres y mujeres veo a Dios”.
Vía: familias.com