Los padres sumisos no pueden educar con fortaleza a sus hijos, lo cual resulta ser un serio problema.
Afrontar la educación de los hijos es un reto para el que nadie recibe un curso en la escuela o la Universidad. Uno de los problemas con que hay que lidiar es cómo ejercer la autoridad.
Los hijos son inteligentes y ya desde los primeros meses tantean hasta dónde pueden hacer lo que les apetece sin que los padres les den un “no” por respuesta. Primero el niño llora, monta un berrinche… Luego se aparta, se queja y da la lata unas horas, se compara, cuestiona…
El adolescente se enfrenta, levanta la voz, da portazos y grita con argumentos tan “importantes” como “es que no me dejas hacer nada” o “aquí nadie me entiende”.
Esa conducta de rebeldía es normal en las diversas formas que va adoptando según la edad del hijo. Sin embargo, no todos los padres cuentan con los mismos recursos para gestionar esas situaciones, que por lo general son embarazosas.
Padres separados o divorciados
Ante las exigencias desmesuradas de los hijos, hay padres que renuncian a presentar batalla. Prefieren seguirle la corriente y consentir todo lo que pide.
Esto se agrava en el caso de un matrimonio separado o divorciado, porque el hijo reclama a uno y le hace chantaje emocional: exige algo argumentando que el otro (padre o madre) se lo da y tú no. Al otro le hace lo mismo, pero a la inversa.
Un hijo al que todo se le permite acaba siendo un déspota en la familia y en la sociedad. Esa conducta es altamente perjudicial para él.
Para una persona separada o divorciada, el temor a perder el contacto con los hijos lleva a estar dispuesto a ceder hasta extremos a veces nada deseables. La situación realmente es difícil.
Los hijos de estos casos suelen ser niños que llaman la atención por exhibir regalos materiales, ropa o actividades que no son propias de su edad ni de su condición económica.
Padres sin límites
Ocurre lo mismo con padres que creen que la libertad de los hijos ha de ser total. Nunca expresan un “no”. Pero los hijos no son perfectos y no se sienten con fuerzas para frenar una conducta o decir “no” a algo que no es formativo o que es claramente perjudicial.
Algunos padres tienen miedo a contrariar a sus hijos, creen que, si les ponen límites, en un futuro los abandonarán y no se harán cargo de ellos cuando sean ancianos.
Identificar a padres sumisos
Se los puede identificar cuando:
- No hay hora límite de llegada a casa.
- Es el hijo quien tiene la última palabra.
- La economía familiar se resiente por los caprichos del hijo.
- El amor al hijo pasa a ser sometimiento al hijo.
- Se consienten acciones y palabras que deberían haberse corregido.
¿Qué hacer?
La mayor responsabilidad es la educación de los hijos para que hacer que ellos desarrollen la mejor persona posible dentro de sus capacidades. Y eso implica, muchas veces:
- Reconducir el rumbo de su temperamento.
- Dedicarles tiempo para explicar por qué les decimos que no.
La educación no es una lista de compras o de actividades conjuntas. En un 100% de entrega que fundamentalmente se orienta a preparar el camino de crecimiento: como cuando alguien cuida una planta, a veces hay que regar y dar sol, y otras veces hay que podar y quitar las hojas secas. No todo es “ideal”.
Fortaleza y rectitud de intención
La fortaleza es una virtud que cada padre y madre necesita desde que el bebé nace. Hay que tener valor para decir que no y para exigir en positivo. Eso no implica malos modos ni violencia. Implica actuar en cada momento con un objetivo muy claro: el bien de los hijos y no mi egoísmo.
Los hijos, que son inteligentes, valoran el amor verdadero cuando un padre o una madre les ha dicho que “no” porque les muestra su amor en vez de dejarles campar a sus anchas.
Escrito por: Dolors Massot, vía Aleteia.
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