Con sus manitas se agarra a mi pierna y con su mirada -entre el divertido y el asustado- me mira antes a mí y luego a su papá. Sin soltar mi falda da un pequeño pasito adelante. Decide que ha sido demasiado atrevido. Vuelve atrás y me abraza la pierna otra vez. Su papá le llama y le espera al otro lado con los brazos tendidos. Él muestra su sonrisa de cuatro dientes. Y se suelta.
Esa imagen de los primeros pasos de nuestro pequeño me recuerda lo que es un padre: el que te espera con los brazos abiertos para enseñarte a caminar los pasos de la vida.
Papá te necesito porqué:
1. Eres la conexión con la realidad
Papá: tu eres la presencia mediadora que incentiva a equilibrar la relación con mamá. Ella, especialmente durante los primeros años de vida de los hijos, los percibe como parte de sí y siente que tiene que evitarles todo lo malo del mundo. Ese sentir choca inevitablemente con la realidad. Si tal tendencia no se vive de forma adecuada, la mamá corre el riesgo de impedir el crecimiento y la maduración de los hijos. Erikson afirma que “el primer logro social del niño es su disposición a permitir que la madre se aleje de su lado sin experimentar indebida ansiedad o rabia, porque aquella se ha convertido en una certeza interior así como en algo exterior previsible”.
Papá: tu presencia les hace ver a tus hijos que ellos son importantes pero no indispensables; que tienen un puesto en la familia sin ser el centro del sistema familiar; que tu puedes vivir sin que ellos estén de acuerdo contigo y que no necesitas su aprobación a toda costa. El mensaje que tu les das es que ellos representan una parte muy importante de tu vida pero no son todo para ti.
Papá: tu estás dispuesto a romper la ilusión infantil de ser invulnerable porque enseñas la responsabilidad a través de la ley de las consecuencias.
2. Me haces sentir capaz y me ayudas a tener éxito en la escuela y en la vida
Papá: probablemente eres menos capaz que mamá en identificarte con los sentimientos de tus hijos. Pero a ti te gusta privilegiar la categoría del valor. Te preguntas si tu intervención educativa es justa o equivocada más que considerar si tu acción le hará sentir bien o mal al hijo. Animas al hijo para que supere las dificultades y quieres que su comportamiento sea conforme con los principios morales, incluso si eso significa dejar que afronte dificultades. Tu intervención busca hacer consciente a tu hijo de sus propios límites y a superarlos. La mamá le hace sentir protegido mientras que tu le haces sentir capaz.
Papá: tu representas la seguridad ante una eventual amenaza o confusión. Tu seguridad deriva de una afectuosa firmeza ya que a la vez que señalas límites claros, permites correr los riesgos necesarios para el crecimiento de tus hijos. De ti depende el desarrollo de la autoestima, de la constancia y el aumento de la motivación, ya que ellos imitan tus habilidades en la resolución de problemas. Varios estudios manifiestan que tu participación activa -medida tanto por la cantidad de tiempo como por la calidad de las interacciones entre tu y tus hijos- es un factor predictivo del positivo rendimiento escolar. Al revés, tu falta, física o simbólica, puede ser una de las causas del fracaso académico. ¡Pero cuidado! Tu excesivo dominio sobre tus hijos puede inhibir las tentativas de conquista o reducir la confianza en sí mismos y en sus capacidades. Recuerda también que los mejores resultados en el rendimiento escolar se dan cuando en la familia están presentes e involucrados los dos: tu y tu mujer.
3. Me haces conocer mis límites
Papá: tu eres más directo y sincero en el diálogo. Te atreves a decir arréglatelas tú y estás menos disponible para simplificar las dificultades. Pides a tus hijos que respeten tus propias exigencias y les tratas como personas capaces de entender y pedir lo que necesitan. Les ayudas para que asuman sus propias responsabilidades y les enseñas a adaptarse a las situaciones adversas. Admites los defectos de los hijos y distingues tus responsabilidades de las de ellos. Tu admiración es algo que los hijos -especialmente los adolescentes- demandan y que les da fuerza para ser mejores. Ellos la pueden lograr afrontando pruebas –morales, deportivas, intelectuales– con constancia, empeño, coherencia y esfuerzo.
Papá: tu ayudas a tus hijos para que sepan plantear razonamientos coherentes y para que hagan su deber sin huir ante los problemas. Ellos por su parte desean que tu te sientas orgulloso y les motives para superar pruebas difíciles sin trampas. Tu mera presencia es beneficiosa para la buena conducta de tus hijos.
4. Me ayudas a aceptar mi ser hombre o mi ser mujer
Papá: tu tienes una importancia clave también en la aceptación de las diferencias de género. Eres necesario para establecer la diferencia sexual respecto a tus hijas y la igualdad respecto a tus hijos. Mediante la aceptación de las diferencias sexuales ellos superan la época de la identificación sexual viviéndola de manera positiva.
Meeker está convencida de que tu papel tiene una enorme influencia sobre tu hija: tu eres su primer amor, su héroe, el hombre más importante de su vida. La interacción que tus hijas tienen contigo determina las relaciones futuras con los demás hombres. ¡No subestimes la importancia que tienes en la vida de ellas! Si sales de sus vidas lo primero que fallará es la autoestima y la capacidad para tener relaciones sanas con otros varones. Ellas buscarán lo que necesitan en las amistades masculinas o en las relaciones sexuales. En cambio, el apoyo, la comprensión y la valoración tuyas, promueven el desarrollo de la autoestima, que a su vez las predispone para que sean capaces no sólo de rechazarlas sino también de oponerse a la dominación masculina.
También tus hijos varones se ven beneficiados por tu presencia. Ellos aprenden de ti cómo hay que tratar y amar a una mujer. Tu activa participación juega una acción preventiva en los problemas de comportamiento, delincuencia, depresión y abuso de drogas.
5. Cuidas a mi mamá
Según Winnicot “las madres, que por naturaleza son capaces de prestar un cuidado satisfactorio, son susceptibles de ejercer mejor aún su cometido si ellas mismas son objeto de unos cuidados que tengan presente la naturaleza esencial de su misión”.
Papá: sin tu intervención reguladora, mamá corre el riesgo de ser absorbida completamente por los hijos olvidándose de cuidar de sí misma. Las madres, de hecho, tienen la tendencia a sentirse indispensables, como si el hijo no pudiera prescindir de su presencia para evitar los fracasos. Guiadas por su espíritu protector pueden convertirse en el apéndice de ellos favoreciendo la propensión a parasitar las energías de los demás. Cuando el hijo se da cuenta de la disponibilidad de la madre, puede sentirse autorizado a pedir cualquier cosa con un actitud tiránica, sabiendo que se le concederá: el deseo se convierte en pretensión y las necesidades en derechos exigibles.
Tu presencia reguladora se hace más necesaria en la adolescencia. De hecho es bastante frecuente que las mamás, en esa época, dejen progresivamente la convicción, consciente o no, de poder gestionar solas la educación del hijo. Eso puede suceder porque la madre quiere aumentar o retomar su vida social y su evolución personal, tanto en el trabajo como en las amistades, debido a la menor ocupación que le supone el cuidado del hijo cada vez más autónomo. Tu papel se valora por algunas características que quizás antes no se tomaban mucho en consideración: la propensión a la firmeza, la capacidad a decir que no y tu determinación en las decisiones que tienen que ver con el hijo. Recuerda que cuanto mayor es la edad del hijo, más difíciles y determinantes son las decisiones que se tienen que tomar. Por eso se necesita no solo compartir la responsabilidad con tu mujer, sino también contar con tu perspectiva.
Vía: Protege tu Corazón