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Los padres de hoy están criando y formando a hijos tipo «príncipes y princesas», los cuales no pueden valerse por ellos mismos.

Hace unos años en un chat del colegio de mis hijas una madre de familia se desahogó de algo que ella consideraba imperdonable: que le manden deberes a su hijo. Era la opinión de esta madre que ella ya pagaba una pensión para que eduquen a su hijo por la mañana y que en las tardes ella tenía otros planes para él y para ella misma, por lo que no concebía que el colegio le traslade responsabilidades a ella. En estos días, la hermana de una amiga también se quejó del colegio de su hija porque ‘le mandan muchos deberes’ y hasta entretuvo la idea de cambiarla a un plantel menos exigente.

Conecté estas historias con un testimonio que levanté hace poco de una psicóloga especializada en niños y adolescentes. Cuando ella compartía algunos casos de alcoholismo, pornografía y depresión que ha venido tratando, el denominador común de todos ellos era la ausencia emocional de los padres.

 

 

Estilos de crianza

La ciencia ha catalogado los estilos de crianza en autoritario, autoritativo, permisivo y ausente. Estos estilos se caracterizan por dos dimensiones: respuesta y demanda.

Enfoquémonos en el último estilo. Los padres ausentes fallan en responder adecuadamente a las necesidades afectivas y prácticas de sus hijos mientras demandan muy poco de ellos. Esos padres limitan la interacción con los chicos porque están agobiados con sus propios problemas, por lo que se comportan emocionalmente distantes y ejercen poca o ninguna supervisión sobre sus hijos. Estos padres desconectados no definen expectativas de comportamiento, rara vez ponen reglas ni ofrecen guía o consejo a sus hijos. En algunos casos muestran pocas señales de afecto y es común que estén muy poco involucrados en la vida escolar y social de los niños.

Hay quienes explotan los talentos de sus hijos empujándolos siempre a un desempeño extraordinario a costa de su salud mental y felicidad integral. Esta categoría no se refiere a padres que proveen a sus hijos de afecto y atención constante y de calidad pero al mismo tiempo les dan libertades que consideran apropiadas para su edad y les permiten lidiar con las consecuencias. Las ocupaciones laborales, educativas o familiares tampoco son sinónimos de ausentismo, ya que hay padres que cumplen con su tren de vida y de todas maneras están involucrados en el día a día de sus hijos.

Padres que trabajan todo el día y al llegar a casa siguen en llamadas de trabajo, contestando correos o -peor- revisando sus redes sociales, conversando en línea o viendo videos graciosos en vez de ocuparse de sus hijos, aunque haya pan en la mesa, un techo con servicios básicos, educación y salud, en la práctica son padres ausentes.

Una mamá o papá que poco o nada sabe de lo ocurre en la clase de su hijo, de las interacciones sociales que tiene con compañeros del colegio o amigos del barrio, que no le pone límites claros y consistentes ni establece expectativas de comportamientos, es una mamá o papá ausente.

 

 

Exposición de nuestros hijos y las crisis

Los niños y jóvenes de hoy están expuestos a bastante información en Internet y muchos padres han delegado por completo, no solamente la educación académica al colegio, sino la formación integral al mundo. Sin conversaciones frecuentes sobre valores y principios, tan profundas como la edad de sus hijos lo permita, el vacío lo llenará el mundo con los antivalores que corroen nuestra sociedad. Si no nos tomamos el tiempo para acompañar las experiencias que viven nuestros hijos y ayudarlos emocionalmente a abordarlas y asimilarlas, aprendiendo de sus errores, adquiriendo destrezas sociales, cognitivas y afectivas, simplemente los estamos dejando a la deriva para que se intenten definir solos y que el mundo los moldee a su gusto y conveniencia.

Esta crisis de abandono emocional raya en la negligencia y tiene efectos adversos en los niños; en el corto plazo pueden internalizar la pena y soledad pensando que es su culpa; en el mediano y largo plazo crecen cuestionando su propio valor y dignidad. La mente de esos futuros adultos puede sufrir alteraciones en el desarrollo emocional, debido a estas experiencias de la niñez, presentando síntomas de estrés post traumático y más tarde en la vida impacto en su conducta social, sus relaciones y su desempeño académico y social. Una generación golpeada por abandono emocional es una generación con vacíos que el mundo siempre está listo para llenar con filosofías como el individualismo, hedonismo, materialismo y relativismo.

Vemos cada vez más jóvenes profesionales que no consiguen despegar en sus carreras o deciden cambiarlas a mitad de camino; en lo personal patinan en relaciones amorosas, con una base débil y poco o ningún compromiso, que redundan en fracasos repetidos; en lo psicoemocional carecen de un propósito en la vida, dedicando su atención a la construcción y mantenimiento de su imagen virtual o al consumo desmedido de bienes y placeres; en lo intelectual están gobernados por ideologías que privilegian el yo y les asignan la etiqueta de derecho a todo capricho o gusto, escudándose en el sentimiento de ofensa para validarse ellos e invalidar al resto. Sin moral objetiva aprendida en casa, sus vidas caen fácilmente en vicios, corrupción y delincuencia o al menos en un círculo gris donde no hay comportamiento estrictamente malo ni en el matrimonio, el trabajo o la vida en sociedad.

No hay rol más importante en la vida que el ser padres, pero como me indicaba una terapeuta familiar en estos días, muchas familias crían príncipes y princesas de cristal sin ninguna herramienta emocional para enfrentar el mundo real. Es hora de dejar el celular y hacer nuestro trabajo.

 

 

Escrito por: Pablo Moysam D.
Twitter: @pmoysam
 Spotify: Medio a Medias.

 

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