Tres cosas para plantearse al momento de elegir al compañero de vida “hasta que la muerte nos separe”.
Hay tres condiciones o cosas para pensar en el momento de elegir a quién va a ser el compañero/a de tu vida. Las tres me parecen muy importantes, porque tienen que ver con la verdad de la persona, en cada una de sus dimensiones profundamente unidas.
El noviazgo es un tiempo para discernir sobre estos tres puntos, dándole la importancia debida a cada uno de ellos. Recordemos que la función del noviazgo es tomar la decisión definitiva, y vivir con y para ellas el tiempo de la entrega desde ese primer “sí, quiero” que prometemos mantener “hasta que la muerte nos separe”.
Un buen compañero de vida
Para escoger un buen compañero de vida o compañera debemos tener en cuenta:
La dimensión física
Es bueno y, también, necesario, que exista atracción sexual. Que te apetezca un abrazo, un beso, y todo lo demás. En el noviazgo, el deseo sexual suele ser más impetuoso.
Después, en el matrimonio, esa atracción es algo que hay que proteger con esmero ante situaciones diversas: el embarazo con su posparto, el cansancio, el estrés, el acostumbramiento, la rutina, etc. En todas ellas, hemos de cuidar nuestro cuerpo para el otro, aceptando las limitaciones y los defectos, tanto propios como ajenos.
En las relaciones sexuales, se ha de poner siempre la calidad y la intimidad por delante de cualquier técnica o placer, como explica bien San Juan Pablo II, el otro siempre va por delante del yo. El placer, así, en todo caso, se considera un fruto del amor, un regalo de la entrega.
La dimensión afectiva
Es bueno que exista una amistad verdadera, profunda. Dicen que los mejores amigos serán los mejores esposos. Trabajar esta parte afectiva, en el noviazgo, implica conocerse, tener muchas conversaciones. Es fácil que, durante el noviazgo, broten fácilmente sentimientos positivos hacia el otro.
Sin embargo, la amistad, en el matrimonio, sigue siendo un tesoro que exige fidelidad y al que no nos podemos acostumbrar. En el matrimonio, entrarán muchas veces en juego la inteligencia y la voluntad. Estas dos facultades redirigen los sentimientos que se escapan incontrolablemente y, así, logran convertirlos en buenos afectos que nos unen más. Es necesario decir que esto no siempre es fácil ni apetece.
La dimensión espiritual
Es necesario que ambos novios perciban que, cada vez, son mejores personas gracias a su relación. Esta relación, también, lleva a crecer en el amor hacia los demás.
Quizás, un matrimonio católico, en este sentido, posee una ayuda extra. Pues, con el Sacramento, se recibe la Gracia que da sentido al camino que se emprende juntos en donde la meta es el Cielo. Claro, esto requiere de mucha humildad y generosidad, un constante caer, pedir perdón y levantarse.
Entonces, recapitulamos: dimensión física, atracción sexual, un regalo de Dios para el
otro: el otro va delante del yo; dimensión afectiva: cuidar la amistad, conocerse;
dimensión espiritual: el vínculo nos conduce a la caridad y nos hace mejores personas.
Luego, el Sacramento nos da la Gracia. ¡La meta es el cielo!
Escrito por: Eva Corujo, especialista en fertilidad humana y educación afectivo sexual, vía amafuerte.com
-
Lee también sobre: ¿Qué saber del sexo antes de casarte?