Sin memoria, no hay identidad. Y sin identidad, no hay futuro. Recordar no es solo un ejercicio de nostalgia; es un acto vivo, que une generaciones y sostiene la trama invisible de quienes somos.
Cuando pienso en la influencia de mi abuela en la persona que soy hoy, siento que viajo en el tiempo. Viene a mi mente la imagen del árbol de ciruelas que mi abuelo plantó en el patio de la casa. Recuerdo cómo amaba treparlo, apoyándome en sus raíces gruesas, que me ofrecían la seguridad de alcanzar alturas tan grandes como sus ramas me lo permitieran. Desde allí, la vista se ampliaba, no solo de la casa, sino también de la vida misma.
Mi abuela, con su sabiduría sutil, nos introdujo en un mundo de creatividad y de imaginación infinita. Nos abrió las puertas a un universo de posibilidades, alentándonos a explorar nuestras capacidades sin que ni siquiera nos diéramos cuenta. Pero, quizás lo más importante, nos enseñó el valor de la autenticidad, la generosidad y el servicio a los demás.
Aquel era un tiempo suspendido, uno sin prisa, donde la vida transcurría en un flujo pausado, dándonos el espacio para realmente vivir.
En un mundo acelerado y cambiante, recordar de dónde venimos es más importante que nunca. Sin los relatos de mi abuela sobre su familia, no habría comprendido, por ejemplo, el verdadero significado de la resiliencia. Su padre, un inmigrante italiano que enviudó cuando ella y su hermana eran muy pequeñas, llegó a Guayaquil huyendo del hambre y la violencia. Lo perdió todo cuando se incendió su fábrica de fideos. Ella nos contaba con orgullo que no dudó en levantarse de la bancarrota, abriendo una tienda de abarrotes.
Los abuelos son una fuente inagotable de relatos, tradiciones y valores esenciales para construir nuestra identidad. Son los guardianes de la memoria familiar, tejiendo esos hilos invisibles que nos sostienen.
Hoy, esos guardianes enfrentan nuevos desafíos. En un mundo marcado por el ritmo implacable de la tecnología, corren el riesgo de quedar desconectados. A menudo escucho a personas mayores decir frases como: “eso no es para mí”, “en mi época aprendíamos mejor sin esos aparatos”, reflejando la resistencia natural que a veces genera el cambio.
Sin embargo, para no perder su irremplazable rol como transmisores de cultura, es necesario que evolucionen junto a sus nietos. Ser flexibles en el lenguaje, en las nuevas formas de relación y en la comprensión del mundo actual es lo que los mantendrá vigentes.
Hace un tiempo, conversé con una señora de alrededor de 80 años quien me contó que había aprendido a escuchar a sus nietos sin imponerse. Los describía como seres que parecen venidos de otro planeta, a quienes mira desde el corazón de una abuela que ha vivido tantas cosas. Esa mirada renovada es el punto de partida para propiciar el diálogo entre generaciones. Los abuelos transmiten experiencia, los jóvenes traen nuevas perspectivas.
En este punto, quiero destacar el legado del papa Francisco, quien subrayó la importancia de construir puentes y no muros frente a los conflictos entre naciones y personas. Las nuevas dinámicas sociales, impulsadas por el cambio demográfico, requieren justamente de esos puentes entre generaciones que hoy muchas veces se encuentran polarizadas.
Los abuelos poseen una riqueza de experiencias que los nietos aún no han vivido; los nietos, a su vez, están más familiarizados con las tecnologías y las realidades del mundo actual. Al construir puentes, ambos pueden comprometerse a escuchar y comprender las perspectivas del otro sin juzgar, reconociendo las diferencias, pero valorando las similitudes.
El juego, las actividades compartidas o incluso conversar sobre temas de interés mutuo son estrategias efectivas para derribar los muros que hoy los separan. Estos espacios permiten a los nietos entender mejor su historia y a los abuelos sentirse parte activa del presente.
Abrazar la lógica de “las dos partes dan, las dos partes reciben” es clave. Cada generación tiene algo único que ofrecer, y juntos pueden construir una nueva narrativa, rica y plural, que favorezca la unidad.
Heredar no es solo dar: es también acompañar. Vivir el proceso de transmisión de valores de forma consciente fortalece los lazos que unen pasado, presente y futuro. En un mundo que olvida rápido, recordar juntos puede ser el acto más revolucionario de amor.
Psic. Alexandra Landázuri Savinovich
Directora de GuiArte, comunidad online para personas mayores.
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