Acude semanalmente a los prostíbulos de Guadalajara, México, con un mensaje de misericordia, para dar a conocer el amor que tiene Dios por todos sus hijos.
Tiene 40 años, es mexicano, soltero y licenciado en medicina homeopática. Durante la mañana trabaja como enfermero geriátrico en un centro de salud, pero desde hace 6 años, impulsado por su amor a la Virgen María, sale por las noches a evangelizar en los prostíbulos de Guadalajara, en México, a mujeres, travestis y homosexuales. Su testimonio ha dado la vuelta al mundo gracias a la película “Tierra de María”, de Juan Manuel Cotelo. Salvador Íñiguez estuvo en Ecuador en noviembre del año pasado y tuvimos la oportunidad de conversar con él para conocer su historia.
Salvador, ¿qué te llevó a elegir este apostolado en prostíbulos?
Elegí este lugar porque la espiritualidad de mi apostolado se funda en los mensajes de la Virgen en Medjugorje. Hace mucho tiempo, la Santísima Virgen ha hecho hincapié en las personas que no han experimentado el amor de Dios en sus vidas y nos pide que constantemente oremos por ellos. Ese es el mensaje que da vida al apostolado que yo realizo, con personas que no han conocido el amor de Dios porque no tienen quién vaya y les hable de Dios. Hay personas que nos decimos católicos o cristianos y vivimos como no creyentes, como si no conociéramos el amor de Dios. La diferencia entre ellas (prostitutas) y nosotros es que nosotros sí tenemos a Dios, pero optamos por no vivir con Él. Ellas, en cambio, viven así porque no hay quién les hable de Dios. Me siento llamado, a través de los mensajes de la Virgen, a ir con estas personas.
¿Qué mensaje les transmites cuando hablas con ellas?
Yo les llevo un mensaje de amor, basado en la palabra de Dios, en el mismo Jesucristo, el Evangelio. El mensaje de misericordia, porque nosotros no vamos a juzgarlos ni a señalarlos, vamos a hablarles de un amor incondicional, que no está fijando límites para dártelo, porque realmente Dios es así. Él no establece límites, les muestro que hay un Dios misericordioso que nos las juzga, que Dios no quiere la vida que ellas están llevando, pero las ama.
¿Cómo te han acogido cuando les hablas de Dios?
“La diferencia entre las prostitutas y nosotros es que nosotros sí tenemos a Dios, pero optamos por no vivir con Él”
Al principio fue difícil, pero esta iniciativa fue personal y uno entiende que ellas no han pedido que yo vaya hablarles de Dios. Lo bonito es que con el tiempo ellas también ven que hay un respeto de mí hacia ellas y se abren, te escuchan, algunas lloran. Pasa el tiempo y ellas mismas te empiezan a pedir si pueden contarte su vida. Yo trato de ser muy respetuoso, sobre todo de vivir la caridad con ellas. No voy a decirles: “¿Te das cuenta que tú estás viviendo mal?”, “¿te das cuenta que te vas a ir al infierno?” Eso no me corresponde, yo no soy Dios para estar juzgando la vida de nadie. Te comento esto porque hay personas que me dicen: “Oye entonces cuando ustedes van a convertir a esas personas…” Yo no voy a convertir a nadie, porque no me he terminado de convertir. Yo voy a compartir con ellas lo que tengo, lo que he descubierto, que es Jesús. Él me perdona, me ayuda a renovar mi vida y ellas también pueden hacerlo cuando lo acojan en su corazón. Ha pasado que cuando sienten que realmente Jesús no viene a condenarlas y experimentan ese amor, empiezan a llorar, te empiezan a platicar su vida y para mí eso ya es señal de que Dios está obrando en ellas.
¿Cuál ha sido tu experiencia de poder acercarte a ellas y que te hayan abierto su corazón?
Te da gusto, te da alegría cuando ellas mismas te dicen: “¿Sabes qué? Yo llegué a aquí por este motivo y no me gusta vivir así.” Hasta ahora, ninguna me ha dicho que le gusta lo que está haciendo, tampoco dudo que existe personas en otro lugar que diga: “Yo soy prostituta porque quiero” o “yo soy travesti u homosexual porque me gusta”, pero te soy honesto, hasta ahora ninguna de ellas me lo ha dicho.
¿Desde cuándo comenzó este apostolado?
Comenzó “inconscientemente”, un día cuando salía a trabajar del hospital, me iba al centro de la ciudad y fue así como “casualmente”, porque sabemos que con Dios no existen las coincidencias sino las “diocidencias”, yo terminaba parado frente a un prostíbulo y empezaba a hablarles sobre el amor de Dios a las chicas y chicos que me encontraba ahí. Al principio comencé a ir esporádicamente, pero hace unos seis años comencé a ir con más frecuencia.
Para hacer este apostolado ¿recibiste alguna preparación?
Intenté prepararme, pero cuando ya te ves parado ahí en el prostíbulo, se te olvida todo. La primera vez, preparé un discurso, una razón casi teológica para que ellas me hicieran caso y les importara lo que yo decía, pero al final te ves parado ahí y ves que todo el ambiente no es propicio para que tú hables de Dios y te dices a ti mismo: “No sé qué voy hacer aquí, ¿qué les digo?” En ese momento, las palabras que salieron de mi boca no las esperaba. Lo que le dije a una de ellas me hizo sentir como un cliente más: “¿Cuánto estás cobrando por el servicio que haces? y ella me dice el valor que cobra y yo les respondí: “¿Es que es muy poco lo que tú cobras?” y ella me dijo: “Es que no sé cuánto tú estás acostumbrado a pagar por este servicio” y yo le respondí: “Nada, porque tú vales la sangre de Cristo, tu valor es incalculable y tú no puedes cobrar ese dinero porque tú ante Dios vales más que todo lo material que pueda existir en el mundo”.
¿Y qué te respondió ella?
Empezó a llorar y al verla así yo saqué de mi mochila una imagen de la Reina de la Paz. Ella la vio, su mirada cambió automáticamente y le entregué una estampita de la Virgen con un rosario. Me acerqué a otras chicas que estaban junto a ella, les expliqué que soy de un movimiento mariano y que mi intención no era juzgarlas, ni criticarlas, que solo he ido a que se den cuenta que Jesús las ama y que tenemos una Madre en el Cielo que vela por cada uno de nosotros, como si estuviera aquí en la tierra.
En la película vimos que en los prostíbulos les entregabas a las chicas en frasquitos un rosario. ¿Cuál ha sido su reacción?
No les digo directamente lo que hay en el frasquito. Yo siempre les pregunto si han rezado y algunas me dicen: “Hermano hemos dejado de rezar porque a veces salimos de aquí muy tarde” y yo les digo con tono de burla: “No, no, muy mal, pero ¿saben qué?, les voy a regalar unos medicamentos que si los toman les regresa el deseo de seguir rezando” y ellas confundidas me responden: “¿Cómo va a haber un medicamento para eso hermano?”. Cuando les entrego el frasco no me creen, lo empiezan a abrir, le quitan el sello de seguridad y cuando se dan cuenta que es un rosario me ha pasado que algunas se han puesto a llorar.
¿Sentiste miedo en algún momento?
“Un día, por “diocidencias”, estaba parado frente a un prostíbulo y empecé a hablarles sobre el amor de Dios”.
Miedo como tal no, porque partiendo de mi experiencia personal en que experimenté el amor de Dios en mi vida, su perdón y ese deseo de que otras personas lo experimenten igual, te ayuda a disipar el miedo. No te miento que tenía muchas expectativas y nervios al principio porque era algo nuevo para mí, como cualquier experiencia nueva, pero miedo no porque el apostolado no es mío es la Virgen María y Ella lo ha dicho muchas veces en sus mensajes “Queridos hijos míos: no tengan miedo, yo estoy con cada uno de ustedes e intercedo por ustedes ante Dios”. El miedo te paraliza, te hace que no hagas las cosas. A veces nos quejamos de cómo está el mundo, pero ¿cuántas veces el miedo nos ha frenado a hacer algo?
¿Cada qué tiempo vas a los prostíbulos?
Siempre busco un “pretexto” de cómo llegar cada ocho días porque también dirijo otros apostolados: grupos de oración en parroquias, evangelización en colonias donde hay pandillas, chicos con problemas de drogadicción y atención a indigentes. Pero cada vez que voy a los prostíbulos siempre encuentro un “pretexto” y les llevamos un detallito. Investigamos cuál es la fecha de cumpleaños, el día de la mujer o algún día especial para ellas.
¿Y tu familia te apoya en tu apostolado?
Sí, están felices, más ahora que salí en la película (risas). Al principio fue difícil que entendieran, mi mamá todavía se preocupa por el peligro de las calles, pero me apoyan.
¿Siempre fuiste católico o hubo algún momento de tu vida que te encontraste con Dios por primera vez?
Yo nací en una familia católica, pero sí hubo un momento en mi vida, a mis 19 años exactamente, en que yo quería ser todo, menos católico.
¿Y cuándo te acercaste a Dios nuevamente?
“No voy a decirles: “Te das cuenta que te vas a ir al infierno?”, eso no me corresponde, yo no soy Dios.”
Un amigo me invitó a un grupo de la parroquia y a raíz de mi encuentro con Cristo en este grupo pude desempolvar muchas cosas que había aprendido con mi abuela cuando tenía 10 años. Ella no vivía con nosotros, pero en ocasiones nos ponía a leer el libro “La Virgen habla en Medjugorje”. Recuerdo que al principio no entendía y mucho menos podía pronunciar ese nombre, pero lo que encontré en ese libro es algo que se quedó tatuado en mi corazón. Yo no sabía qué era orar o por qué debíamos leer la Biblia, pero fue la Virgen quien me educó en todo esto. Fue así como terminé reencontrándome con mi Iglesia, con mi fe y mi vida comenzó nuevamente a tener sentido.
¿Qué planes tienes ahora en mente con tu apostolado?
La verdad estoy muy abierto a lo que Dios me pida. Si la Virgen quiere que yo siga saliendo a compartir mi testimonio en diferentes países, lo seguiré haciendo. Ahora tengo un proyecto en mente con mi grupo apostólico. Queremos hacer una casa para acoger a nuestras hermanas prostitutas. Todo está en manos de nuestra Madre Santísima. Si se da, bendito sea Dios y si no se da, pues bendito sea también, seguiremos trabajando en las calles.
Por María José Tinoco
Editora
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