¿La Iglesia desarrolla una pastoral eficaz y caritativa con los divorciados vueltos a casar o con los homosexuales?
En el espíritu de la “relationem” que invita a pensar, a dialogar y a expresarse con toda libertad, sin el más mínimo ánimo de desobedecer o cuestionar lo que, como dice el mismo documento, no son conclusiones ni indicaciones sino inquietudes para todo el Pueblo de Dios, me atrevo a decir esto que digo. ¿Con qué autoridad? La de mi bautismo.
¿El adulterio y la homosexualidad (la práctica sexual en concreto, no la tendencia) son pecados? Sí.
¿Son formas recomendables de vivir, estructuras sociales nuevas, construcciones que favorecen la humanidad de las personas u opciones neutras? No.
Los que cometen alguno de estos pecados (u otros), esporádicamente o permanecen en ellos ¿Deben ser tratados con misericordia, es decir: ser acogidos como personas, escuchados, amados y acompañados por sus hermanos cristianos? Sí.
¿Podemos juzgar el corazón de las personas que cometen o permanecen en estos u otros pecados? No.
¿Debemos orar por ellas y ser solidarios como lo seríamos con nosotros mismos o con cualquier persona sea quien sea y haga lo que haga? Sí.
¿Tenemos derecho a condenarlas a ellas, a nosotros mismos o a alguien? No, ninguno.
¿Debemos los cristianos acomodarnos a la sensibilidad del mundo para predicar el Evangelio? No.
¿La caridad nos manda ser tolerantes, es decir, razonablemente pacientes con el mal en nosotros mismos y en los demás cuando lo vemos, lo sufrimos e incluso cuando parece imposible salir de él? Sí.
¿Tenemos derecho a modificar la enseñanzas de Jesucristo para acomodarlas al sentir del mundo? No.
¿La Iglesia tiene la intención permanente de acoger a todos y siempre, sean quienes sean y hagan lo que hagan? Sí.
¿La iglesia es perfecta en todos sus miembros? No.
¿Debe sin embargo buscar la perfección mediante la enseñanza de la Verdad, el servicio de gobierno y la administración de la gracia? Sí.
¿Hay soluciones simples para problemas complejos? No.
¿Es la Iglesia una comunidad de pecadores? Sí.
¿Puede alguien cerrarle las puertas de la Iglesia a quien quiera entrar en ella? No.
Esos pecadores que la forman ¿Deben luchar con ayuda de la gracia por salir del pecado? Sí.
Hasta aquí el blanco y negro. Veamos ahora el gris del asunto que quiere iluminar el Sinodo buscando la luz del Espíritu Santo.
Más allá de las declaraciones en documentos, ¿la Iglesia desarrolla una pastoral eficaz y caritativa con los divorciados vueltos a casar o con los homosexuales? Parece que no.
Ante este gris las preguntas lógicas son:
¿Cómo acoger en concreto a las personas que viven ambas situaciones sin traicionar las enseñanzas de Jesucristo?
¿Cómo predicarles el Evangelio de manera que pueda ser comprendido?
¿Cómo llevar la Palabra de Dios a los diversos contextos culturales?
Pienso que todo esto ya está respondido por el mismo Jesucristo, lo que pasa es que no le creemos y no somos santos. Lo sé: suena simplista y a cliché, pero en realidad de verdad, la respuesta es la santidad, la lucha por hacer Su voluntad y no la nuestra. En concreto, muy en concreto, la respuesta es el Espíritu Santo, la vida misma de Jesucristo en nosotros que nos hace hijos del Padre, lo demás, las palabras, son nada si no brotan de ella.
Como enseña el Papa Francisco: “Es ésta la gracia que yo quisiera que todos nosotros pidiéramos al Señor: la docilidad al Espíritu Santo, a ese Espíritu que viene a nosotros y nos hace avanzar en el camino de la santidad, esa santidad tan bella de la Iglesia. La gracia de la docilidad al Espíritu Santo.”
Por Mag. José Manuel Rodríguez Canales
Director Académico del Instituto para el Matrimonio y la Familia – http://roncuaz.blogspot.com/