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Se entiende como madurez afectiva a la adaptación a un medio social, a la empatía y la templanza.

La madurez afectiva se refiere al equilibrio entre la inteligencia, la afectividad, la voluntad y la espiritualidad. Esto implica autoconocimiento, dominio propio, aceptación de sí mismo y, también, de la realidad tal cual es. Además, supone coherencia entre lo que se dice, lo que se piensa y lo que se hace. En resumen, conlleva un trabajo personal para ser más virtuoso.

 

 

Soy consciente de mis patrones y trabajo en ellos

Todos tenemos heridas emocionales y debemos reconocerlas como primer paso para sanarlas. También, debemos reconocer los patrones que construimos como mecanismo de defensa y que, hoy, nos están causando problemas interpersonales. Finalmente, debemos aprender a regular (que no es igual a reprimir) las emociones.

Lamentablemente, este proceso no es fácil y no todos están dispuestos a atravesarlo. Pues implica dejar de evitar el dolor para verlo de frente. Por eso, muchas personas se quedan en la inmadurez afectiva.

Así, fingen que sus heridas no existen, culpan a los demás, repiten su herida una y otra vez, son soberbias y egocentristas, creen no tener nada que cambiar, son evitativas, tienden al hedonismo, temen asumir responsabilidades, son victimistas, se ponen una máscara que esconde el dolor, quieren tener el control de todo, toman actitudes pasivo agresivas, quieren obtenerlo todo sin sacrificar nada, etc. En los casos más graves, puede haber comportamientos antisociales e impulsivos, como actos delictivos y desafío a la autoridad, que son característicos de algunos trastornos de personalidad.

Todo lo anterior suele ser un mecanismo defensivo creado a partir de alguna herida o cierta inseguridad. Por eso, una señal de madurez afectiva es adoptar una actitud de gran humildad para reconocerlo, para permitirse ser vulnerable, para afrontar el dolor y pedir ayuda. Ya sabemos que no tenemos la culpa de que otros nos hayan herido. No obstante, somos responsables de lo que hacemos con lo que vivimos y de las actitudes que tomamos.

No espero que el otro adivine lo que pienso o lo que necesito

Es muy común que en las relaciones de amistad y de pareja las personas esperen que el otro haga exactamente lo que quieren, cómo lo quieren y, además, por iniciativa propia. La lógica que está detrás de esta expectativa es que, si al otro no le nace por iniciativa propia, no tiene ningún mérito.

Pues bien, la madurez afectiva implica reconocer que las demás personas no tienen por qué adivinar ni suponer. Es importante aprender a comunicar lo que necesitamos o sentimos de forma clara y asertiva (sin agresividad ni pasividad), así como aprender a escuchar las necesidades que nos está comunicando la otra persona.

Cuando sentimos que no podemos lograr esto solos, que no sabemos expresar cómo nos sentimos o lo que está pasando en nuestro interior, tener la iniciativa de buscar ayuda también es un signo de madurez. Un terapeuta, un consejero o un director espiritual podrían ayudarnos a descubrir y poner en palabras nuestra interioridad.

 

 

Reconozco errores y tengo madurez afectiva

Es cierto que no podemos responsabilizarnos de todo lo que sienten los demás. Tampoco, podemos controlar si malinterpretan algo. Sí es cierto que somos responsables de cuidar, o por lo menos, no dañar el corazón de nuestro prójimo. Somos responsables de las heridas que causamos. Somos responsables los unos por los otros. Por eso, debemos evitar a toda costa usarlos para nuestro placer o beneficio personal.

Así, la madurez afectiva es aprender a decir las cosas con amor y con firmeza, aprender a retirarnos cuando sabemos que vamos a decir algo que no debemos para poder expresarnos cuando estemos más tranquilos, aprender a respetar los acuerdos, a reconocer errores y a pedir perdón, ayudar al necesitado cuando está en nuestras manos (especialmente nuestros seres queridos porque la caridad comienza por casa).

En algunos casos, la madurez implicará saber alejarnos cuando nuestra presencia hace daño o impide sanar al otro (por ejemplo, tras una ruptura amorosa) y respetar los límites que nos ponen las personas a nuestro alrededor.

Todo esto parece difícil, pero con humildad y acompañamiento podemos conseguirlo.

 

 

Escrito por: Alexandra Guzmán, psicóloga clínica de la ciudad de Bogotá, Colombia, vía amafuerte.com

 

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