El año pasado el Papa Francisco nos recordó la importancia de tener a Jesús como centro de nuestras celebraciones.
Una exigencia impostergable para nuestro encuentro vivo con Jesús es “tomar conciencia sobre las condiciones en las cuales el Hijo de Dios se ha hecho hombre” (Jn 1,14 ), es decir, lo que es en profundidad el misterio de la Encarnación. Desde esta toma de conciencia existencial podemos vivir acertadamente la Navidad y, no vaciarla de su mensaje fundamental.
Recapitulemos:
Lo sorprendente de nuestra fe cristiana es la profunda cercanía humana del Hijo de Dios al hacerse hombre y, enseñarnos a vivir como Dios manda. No es un Dios lejano, “super star”, sino uno que comparte “las alegrías y esperanzas, los dolores y sufrimientos de nuestra condición humana (Vaticano II, Gozo y esperanza, 1).
“Nace en la pobreza del mundo, porque no hay puesto en la posada para Él y su familia. Encuentra cobijo y amparo en un establo y viene recostado en un pesebre de animales. Sin embargo, de esta nada brota la luz de la gloria de Dios”, afirma Papa Francisco. Este Niño Divino convierte ese establo en el centro de atracción hasta para los más lejanos, los Reyes Magos; y los más marginados, expresados en la presencia de los pastores que protegían su rebaño de los abigeos.
Este Niño, refleja en su rostro bondad, misericordia y ternura, invitándonos a vivir “una vida sobria, justa y piadosa” (Tito 2,12). El Pontífice nos reafirma que en una sociedad frecuentemente ebria de consumo, placeres, abundancia, lujo, apariencia y narcisismo, estamos llamados a comportarnos sobriamente. Seamos sencillos, capaces de entender y vivir lo que es importante. Ante una cultura de la indiferencia, que con frecuencia termina despiadada, nuestro estilo de vida ha de estar lleno de piedad, empatía y compasión, que extraemos cada día del pozo de la oración.
Navidad, por tanto, es para consatatar el camino contrario que asume el Niño Dios, a las ambiciones del hombre. Mientras que el Hijo de Dios “pasa por uno de tantos sin pavonearse de su condición divina” (Filip 2,6) para darnos de su vida salvando a la humanidad del pecado, “el hombre que se llena de ambiciones quiere convertirse en “diosito” creyéndose tal, pero que, no es más que un ídolo creado “a la medida humana”. La Navidad, se transforma en la gran manifestación de la grandeza divina en medio de la sencillez y humildad humana.
Por Alejandro Saavedra sdb
Párroco y Rector del Santuario María Auxiliadora – Guayaquil.