Ante la gran tragedia del sismo en México, viene la gran pregunta: si Dios cuida o no a la gente. Para los creyentes, la cercanía de Dios fue perceptible mediante diversos signos de los que fui testigo.
Una misma fecha, diferentes efectos
Vivo en la Ciudad de México y me tocó sentir el impresionante sismo del pasado 19 de septiembre, aniversario de aquel otro terremoto de 1985. Pero ahora la situación fue diferente, pues estábamos mejor preparados para una emergencia de esta magnitud.
A las 11:00 horas hubo un gran simulacro, como se hace cada 19 de septiembre; pero dos horas después vino el temblor real. Los simulacros realizados cada año, la señalación tanto de salidas de emergencia como de puntos de reunión seguros, realmente ayudaron a mitigar el caos generado por el movimiento de suelos y edificios.
Además, las normativas de construcción que se implementaron desde 1985, también jugaron un papel importante. La BBC estima que en aquella tragedia murieron unas 10 mil personas, unas 68 mil resultaron heridas y 30 mil edificios fueron afectados. Ahora, murieron 148 personas en la ciudad de México. En los estados de Morelos y Puebla otras 138; se colapsaron 40 edificios, y el Excelsior calcula que 2,400 edificios quedaron severamente dañados. Las cifras son altas, pero la diferencia entre ambos sismos es enorme.
Una solidaridad trepidante
En todo el mundo se han transmitido imágenes de la ayuda humanitaria que por toneladas se ha enviado a las zonas afectadas por el sismo: agua, comida, ropa, herramientas. Además, el gobierno local ha facilitado transporte y el acceso a los hospitales públicos.
Miles de personas, especialmente los jóvenes, espontáneamente ha acudido a prestar ayuda en las labores de rescate y de atención a los damnificados. Yo mismo he visto acudir a centenares de alumnos de la Universidad Panamericana; de la cual soy capellán y profesor, como voluntarios a diversos puntos de la Ciudad de México y del estado de Morelos. También soy testigo de la enorme red de ayuda de la Iglesia Católica que, mediante las parroquias y decanatos, ha facilitado víveres y albergues.
La cercanía de todo el mundo
La solidaridad no se redujo a la ayuda económica, sino que también se manifestó en los sentimientos de apoyo y de cercanía. Junto a las miles y miles de plegarias por los difuntos y por los necesitados.
Los mensajes de grandes personajes, como el papa Francisco, de presidentes y primeros ministros, de artistas y empresarios, nos dieron el consuelo de saber que no estamos solos en esta tragedia, y nos ayudaron a ver que todavía hay mucha bondad en nuestro mundo.
Los cataclismos son fenómenos que responden a leyes naturales, no a castigos divinos. En estas tragedias, Dios cuida ordinariamente a los hombres mediante nuestro propio ingenio y responsabilidad, que –en este caso– nos permitieron desarrollar una cultura de prevención que evitó una tragedia más grande.
Pero Dios nos atiende especialmente mediante el sentimiento de solidaridad. Ese que Jesucristo, Dios hecho hombre, ha sembrado en nuestros corazones. Vemos con su ejemplo y sus enseñanzas: “ama a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 22,39); “trata a los demás como quieres que ellos te traten a ti” (Mateo 7,22); y dale dar de comer al hambriento y techo al desamparado (cfr. Mateo 25, 31-46). Por la fe, sé que Dios estuvo presente durante el sismo, en el rostro y las manos de quienes están prestando su ayuda.
Por: P. Luis Valdes
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