No hay que ser antropólogo para saber que uno de los temas definitivos de la discusión interna es la soledad. Aprender a estar solo, no querer estar solo, estar solo, no poder estar solo y así vamos. En la segunda mitad este tema advierte un carácter un poco más preponderante: nuestros antecesores ya no están y nuestros pares, empiezan de a poco a no estar… nuestra decendencia está haciendo lo que le corresponde (que es seguir su propia vida) y, por ende, el camino va quedando un poco más despejado de como lo conocíamos.
Esto nos puede llevar hacia algunos agujeros negros de difícil visualización y claridad. Pero, sobre todo, y tal vez al que más le temo tiene que ver con el regalar nuestra presencia… ¿qué quiero decir con esto? Bueno, que, por no estar solos, estamos con cualquiera, aguantando cualquier cosa.
A ver, es duro, cuesta, pero voy a ir al grano. A estas alturas mi expectativa es que los que habitamos la segunda mitad tengamos un poco más en claro que es nuestro deber hacia nosotros mismos ser caros. Muy caros: quiero decir, elevar nuestro valor y no estar al alcance de cualquiera. Elevar nuestros estándares justamente para que nuestro circulo se parezca más a nosotros y entonces, nuestro tiempo social sea de calidad.
De nada sirve rodearse de seres humanos si al final vamos a terminar degradando nuestra presencia y espíritu. Para ser más claro todavía, esto es así: El otro, tiene que ganarse el placer de mi compañía. Básicamente, ganárselo.
Por que esta historia de que porque somos grandes tenemos derecho a decir cualquier cosa, a veces, nos lleva a rodearnos de personas sin empatía. A tener que tolerar prójimos -próximos- que nos dicen cualquier cosa, en cualquier modo y forma, y sentir una especie de prisión de esa compañía.
¿Y saben qué? Eso no es real. Es una ilusión. Ya no tenemos que rendirles cuentas a nadie más que a nosotros mismos. Todo lo contrario. Tenemos que querernos tanto, pero tanto, como para que este sea el momento de elevar nuestro valor y no permitir nada, que sea menos que la amabilidad y el buen trato. Acuérdense, somos valiosos hasta el último suspiro. Nadie puede hacernos creer lo contrario. Y si acaso, alguien se atreve, entonces, esa persona no pertenece a nuestro entorno.