Puede que las discusiones sean algo que se puede dar en todo ambiente, pero cuando se habla de parejas se deben manejar adecuadamente.
Las discusiones se consideran habitualmente como normales e incluso, si cabe, beneficiosas. Sobre todo, si hay mucha confianza. Pero ¿son realmente beneficiosas? ¿Cuáles son las buenas discusiones y cuáles las malas? ¿Cómo aprender a distinguirlas? ¿Cómo aprender a discutir bien? Aquí puedes encontrara algunos consejos que pueden serte útiles.
¿Sobré qué temas discutir?
Un primer punto interesante es saber por qué temas se suele chocar y por cuáles discutís vosotros en vuestra relación de pareja. Analizarlo os llevará a dejar de lado muchas discusiones que no son importantes.
Y es que lo primero que habría que hacer sería evitar enfadaros por cosas poco trascendentes. Porque hay infinidad de temas que generan broncas estériles en muchas parejas: Te parecería increíble la cantidad de discusiones por temas como la forma de ordenar los cubiertos en el lavavajillas o cómo se aprieta “bien” la pasta de dientes, o cómo se cuelga la toalla… Primera regla de oro: discute (ya aprenderemos cómo hacerlo bien) por cosas importantes. En las no importantes, se cede por consenso, cada uno por su lado o una vez como dice uno y otra como dice el otro. Ojo, que no estoy diciendo que en las cosas menos trascendentes siempre “gane” o mande el mismo. Los dos cediendo, porque se decide que, en el fondo, no es tan importante para que valga la pena una discusión.
Temas importantes pueden ser la educación de los hijos, las normas de la casa, el funcionamiento de la vida de familia, la familia de origen, los temas económicos o el reparto de las tareas de la casa.
Y, por supuesto, quedan descartados aquellos temas, en realidad no son discusiones, sino reproches, insultos, desahogos de una frustración en el trabajo o en cualquier otra circunstancia. Eso no son discusiones. Son ataques de ira que habrá que evitar a toda cosa. Y si ocurren, el otro evitará entrar al choque. Se hace silencio, se aplaza la discusión y se da un beso, un abrazo o lo que se vea que es más oportuno en cada momento. Pero nunca entrar al choque.
¿Por qué discutir?
Buscar el objetivo de nuestras conversaciones que puedan desembocar en discusiones es también tremendamente enriquecedor. ¿Cuál es el objetivo de la discusión? En muchos casos tengo la sensación de que hay broncas de pareja que no tenían como objetivo conseguir dar solución a algo concreto, sino que se terminan convirtiendo en una lucha de egos, en la que el que cede, pierde y humilla al otro. “¿Ves? – ¡Yo tenía razón!” y, como eso es complicado y requiere mucha humildad, no ocurre, y, entonces, una discusión acaba en gran bronca y trae otras discusiones y heridas del pasado, que acrediten que uno de los dos tiene razón. Y entonces podéis preguntaros: ¿cuál era el objetivo?
Por lo tanto, tengamos claro primero cuál es el objetivo: Si el objetivo es decidir una norma común para los hijos en casa (por ejemplo, la hora de llegada a casa, el uso del móvil, de las pantallas o cualquier otra cosa), lo mejor es alejar el tema las ideas personales. Es como si estuvierais en una empresa o en una asociación: el objetivo es lo mejor para todos, no salirte con la tuya. Lo importante no es tener razón, sino encontrar la mejor solución. Y, de fondo, tener el principio fundamental, de que es siempre tener paz que tener razón. Si tomar una decisión peor (nunca hay una claramente buena y otra mala, casi todas tienen pros y contras) nos lleva a estar más unidos y tener más paz, pues se toma, nos equivocamos juntos, rectificamos y aprendemos de nuestros errores. Y ya está. No hay guerra ni hay heridos.
¿Cómo discutir?
En el fondo, ya está casi todo dicho en el punto anterior: la manera correcta de discutir es transformar la discusión en un análisis objetivo de los puntos de vista. Esto en las empresas se hace aportando ambas partes pros y contras, haciendo ambas partes de abogado del diablo. Ninguno de los dos intenta tomar partido por una de las soluciones (o, por lo menos intenta evitarlo) y todos aportan. Al final, se sopesan los pros y los contras y se toma la decisión que parezca objetivamente más oportuna.
Y, como ya he hablado en otros posts, procurando siempre hablarse de forma asertiva, evitando el ataque personal y buscando separar los comportamientos de las personas, y, sobre todo, evitando juzgar las intenciones del otro. O, mejor, excusando siempre las intenciones del otro. Desde el cariño, desde el amo, desde la justificación de quien de verdad ama al otro.
¿Cuándo discutir?
El peor momento para conversar y tomar decisiones es hacerlo cuando estás cansado, o cuando estás caliente por algún punto que te ha molestado. Entonces lo fácil es que pases a tomarte la discusión como la lucha de egos de la que te hablaba antes, en la que el objetivo real tiene mucho más que ver con la supervivencia o la reivindicación de mi capacidad de dialéctica, que con tomar una decisión real sobre un tema importante.
Por lo tanto, cuando surja un tema que valga la pena estudiar a fondo para tomar una decisión, lo mejor es posponerlo y buscar un momento más lúcido y pensado. Mientras tanto los dos os dedicaréis a buscar información, pedir consejo… El objetivo, recuerda, es conseguir la mejor decisión, no ganar en la discusión.
¿Y si hay que tomar la decisión rápido? Pues se toma. Y si tiene que hacerlo uno de los dos, lo hace. Y, si luego se analiza y se ve que era un error, pues se aprende de los errores. Cuantos más errores cometemos más aprendemos para el futuro. Cometer errores es humano, es bueno y nos ayuda a aprender… siempre y cuando no se aprovechen nunca como arma arrojadiza, como base para el reproche o como ataque personal. En la pareja, como en la vida profesional, los errores son la base del aprendizaje. El que tiene miedo a cometer errores no aprende.
¿Cómo terminar las discusiones?
Una buena discusión tiene en cuenta que después de la tormenta llega la calma y que habrá que pasar juntos (y de buen humor) el resto del día, el resto de la semana… el resto de la vida. Por lo tanto, tendremos este final en cuenta, para evitar durante la “batalla” todo tipo de puntos que puedan humillar al otro, reprochar su comportamiento, comparar con familiares, hijos, o primos, … Y, por supuesto, cualquier comentario que suponga un juicio sobre la forma de actuar del otro. Recuerda que no es una batalla personal: es un ejercicio para buscar la mejor solución o decisión a un tema concreto que hay que resolver. No es una lucha. Es un análisis que dará lugar a una decisión. Y nada más.
… ¿Y si la discusión se te va de las manos? Todos sabemos que los puntos anteriores son muy lógicos,… pero que la vida nos lleva con frecuencia a discusiones fuera de lugar que terminan en palabras que no querías decir, o la comparación desafortunada que hiere… o trae a la conversación aquel punto ya perdonado que no convenía volver a sacar. Entonces es muy importante pedir perdón. Pedir perdón y perdonar.
El final de una discusión caliente es el mejor momento de pedir perdón y de aceptar la decisión del otro. ¿Y si es el otro el que tiene que pedir perdón? Pues lo pides tú igual. No esperes al otro. El primero que pide perdón y el primero que perdona es el que más aporta en una relación. ¡Ah! Perdonar y, luego, perdonar. Perdonar y olvidar aquella palabra hiriente o aquella comparación desafortunada. Sin guardar rencor. El que olvida las heridas consigue que cicatricen antes.
Escrito por: Fernando Poveda, autor del libro: La pareja que funciona. Blog: laparejaquefunciona.com
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