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Un fin de semana como otros, familia, actividades y diversión.  De repente la tierra tiembla, el cielo oscurece. Miedo, llanto y desesperación invaden como una tempestad amarga; algo decidió que no sería un sábado normal. Cine, compras y cena quedan postergadas; la nube de acero y cemento invirtieron las prioridades; parece que los planes humanos quedarán para otro momento, porque la naturaleza decidió rugir.

Llega la luz, las redes sociales y las primeras noticias: ¡fue terremoto, y fue fuerte!; luego el dilema, que si ocurrió en Esmeraldas o si fue en Manabí, todo es incierto.  Cuando empieza a invadir el pensamiento de que ya no pasa nada, que todo pasó lejos; se escucha el rumor de que calles, puentes y casas vecinas fueron testigos cercanos de la destrucción; la perspectiva cambia, y las sirenas se encargan de recordar que la escena ocurrió más cerca de lo que se pensaba.

Pero no es hasta que las primeras imágenes aparecen, que el dolor y las lágrimas de los damnificados vuelven escombros el corazón de los demás ecuatorianos.  Es justo ahí, donde ocurre el segundo y más fuerte terremoto, al que llamo el terremoto espiritual.  

Un terremoto que en 30 segundos derrumbó el espíritu egoísta que todos llevamos, ese ser en momentos arrogante, ensimismado, dueño de su destino, que todo lo puede, que todo lo controla; y emerge el ser humano.  Ese ser humano con espíritu frágil, sensible y solidario.  En esa fragilidad reconoce que no tiene el control de elegir ni el día de su nacimiento, ni tampoco el de su muerte; y que comprende que ese tiempo único debe enfocarse en las cosas simples e importantes de la vida. Un ecuatoriano de espíritu sensible, porque redescubre que su corazón fue hecho para amar al prójimo y dejarse amar, inclusive aunque a veces duela, aunque de miedo. 

Un espíritu solidario, donde la mayor satisfacción está en dar antes que recibir, y de ese sentido fraterno se desbordan imágenes de jóvenes cargando, familias donando, camiones entregando; y así empiezan las réplicas, pero esta vez las réplicas de amor, heroísmo y nobleza. Como olvidar las latas de atún con mensajes de aliento, o al pastelero entregando su trabajo y hasta su pobreza; como dejar de lado a los rescatistas, a los topos de México, o a las miles de empresas que heroicamente con sus fortalezas levantaron esa esperanza derrumbada.  

En esa entrega total, sin medidas ni condiciones, Ecuador fue nuevamente el centro del mundo, así emerge ese nuevo espíritu, del que hablo, como si hubiese permanecido escondido muy debajo entre la tierra y el pavimento.

De eso se trata este terremoto, de que el país saque de este sufrimiento lo mejor, que se vuelque a lo básico y que por justicia le pertenece: Dios, familia y vida.  Que el materialismo y la economía no vuelvan a ser la principal y única preocupación, porque ya vimos que tan fácil es perderlo todo; pero principalmente porque hay más cosas en las que pensar: el deterioro de la naturaleza, la desvalorización de la vida, las nuevas amenazas contra la familia, y los valores en peligro de extinción. 

El terremoto espiritual sin duda tejió nuevos lazos, para que la unión no dependa de cosas efímeras como el fútbol o la selección, hoy lo que los une es el corazón, fortalecido con lazos de amor, más fuertes que el hormigón.   

Quizás si se fijan más allá del lente, puedan observar nuevamente padres dando la bendición a sus hijos, parejas de esposos mirándose con amor, gente llenando las iglesias o agradeciendo por estar vivos. El ecuatoriano del dolor está sacando lo mejor y si aún no se siente bendecido, pregúntese lo que los científicos aún no pueden responder: ¿cómo un terremoto de tal magnitud causó menos de mil muertes cuando uno similar en Haití ocasionó 200.000? Tengan la esperanza de que el terremoto espiritual continuará estremeciendo sus corazones.

Para finalizar me retumban las palabras que un buen hombre de manera profética hace poco exclamó: ¨El mejor vino está por venir¨, ¡repítanselo hasta que se lo crean!, ¨El mejor vino está por venir¨ aunque las variables y estadísticas digan lo contrario,  – yo lo completo-  y aunque vean el mundo derrumbarse!.  

 

Por: Eduardo Reinoso Negrete

Crédito de la foto: Manuel Avilés

 

 

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