Una familia sana no tiene precio. Los padres no podemos pretender que nuestros hijos hagan cosas que nosotros no practicamos. Un buen padre vale más que cien maestros.
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Educar a los hijos es acompañarlos a crecer como personas. Hacerles ver lo que está bien de lo que esta mal, como sortear las dificultades y problemas y también que tengan modelos de identidad sanos, ejemplos atractivos y valientes que tiren de ellos en una dirección positiva.
Cuando eres joven estás lleno de posibilidades, pero cuando eres mayor estas lleno de realidades. Es decir ya hay un resultado de la vida, de lo que uno ha ido haciendo con ella de acuerdo con lo que proyectó. Por eso es necesario ir diseñando con ilusión un proyecto de vida coherente y realista.
Si la familia funciona, la persona va a tener un edificio construido con materiales sólidos, resistentes. La primera piedra de la educación es la formación, que no es otra cosa que saber a que atenerse, discernimiento, aprender a penetrar en la realidad, para escoger el camino más correcto.
Yo no le doy consejos a nadie, me los doy a mi mismo y trato de aplicarlos con realismo y motivación. El educador soberano es hoy en ambiente y por eso hay que estar bien pertrechados para que no quede uno devorado por el bombardeo de estímulos diversos y de sentidos contrarios que nos llegan a todas horas. Hoy es difícil mantenerse a flote por la enorme confusión reinante en el mundo complejo y variopinto de la información.
Porque debemos distinguir bien entre ellas dos. Información es saber lo que pasa, acumular noticias, estar al día. Eso es mucho, pero realmente es poco. Formación es tener criterios de conducta coherentes, de una solidez granítica. Hoy hay mucha gente muy bien informada, pero sin formación.
Hay que enseñar a pensar a las personas desde pequeñas, a tener espíritu critico y a formular argumentos que defiendan nuestras ideas y creencias.
Los tres consejos se refieren a los sentimientos, la inteligencia y la voluntad. Estas tres notas que quiero ofrecer a mis lectores forman un tríptico de enorme importancia y constituyen como el subsuelo de la persona.
Los sentimientos son la vía regia de la afectividad. La afectividad es ese pura sangre que recorre nuestra persona y le toma el pulso a como vivimos la realidad. Tener una buena formación sentimental significa capacidad para dar y recibir amor. Uno de los puntos básicos en este sentido es aprender a expresar sentimientos. Desde dar las gracias, mostrar afecto, manejar el lenguaje verbal y no verbal (palabras y gestos) de forma correcto: Te quiero, te necesito, perdóname, ayúdame en este asunto, necesito hablar contigo, quiero que me orientes….
Casi todos los sentimientos son dobles: alegría-tristeza, serenidad-ansiedad-,felicidad-infortunio, etc. Esta educación emocional hay que darla en la familia desde pequeños, conociendo la geometría del entorno y también el arte y el oficio de comunicarse de forma adecuada, con sencillez, naturalidad, sin doblez… todo esto es una tarea de artesanía psicológica, que nos prepara y expone para empresas afectivas mayores, como el amor conyugal.
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La educación de la inteligencia significa aprender a distinguir lo accesorio de lo fundamental. Es capacidad de síntesis. Hay que enseñar a pensar a las personas desde pequeñas, a tener espíritu critico y a formular argumentos que defiendan nuestras ideas y creencias. Inteligencia es también saber captar la realidad en sus distintos ángulos y matice.