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Hay varios puntos que nos permiten analizar y reconocer cuándo vivimos un matrimonio inexistente. ¡Conoce más!

Toda ruptura es difícil y dolorosa e implica un proceso de duelo. Pero si estamos hablando de un matrimonio, resulta muchísimo peor por el compromiso involucrado e incluso por haber formado una familia o adquirido proyectos y bienes conjuntos.

Existen casos en que dichos compromisos, sentimientos, personas o cosas, lejos de ser consecuencia de una relación sólida y estable, terminan funcionando como parches que no alcanzan a pegar dos vidas que nunca se unieron.

Este artículo no pretende hablar de parejas bien constituidas que terminan separándose por situaciones externas o internas (bancarrota, enfermedades, traiciones, etc.) que no supieron manejar.

Aquí vamos a hablar de asumir la realidad de una pareja que se casa por las razones equivocadas y en algún punto logran ver que no pueden seguir viviendo una mentira, un matrimonio nulo. Es un tema que no suele hablarse por una mala comprensión de lo que esto significa. Hay determinados aspectos que debemos tomar en cuenta para saber a qué nos referimos. ¡Veamos!

 

 

“Éramos muy jóvenes”

Esta situación se da, muchas veces, porque aún no tenían la madurez necesaria para entender que estar enamorado no es suficiente para mantener un matrimonio. Así como un niño puede preferir comer dulces a alimentarse sanamente, una persona inmadura (en lo mental o emocional) se puede casar pensando que el matrimonio está constituido sólo por los buenos momentos compartidos, sin poder asumir los deberes y responsabilidades que implica.

“Nos casamos por la presión social”

Muchas veces una pareja siente que la sociedad los empuja al matrimonio como requisito o para contentar a los familiares o amigos. Una persona a cierta edad, según los estereotipos, debe juntarse con otra y formar un hogar, una versión del “estudia una profesión, consigue trabajo, una pareja y ten hijos”. Sin embargo, es importante tener en cuenta que una decisión como esta, debe estar respaldada por el amor, el respeto y la comprensión de los dos para que sea duradera. Actuar una obra teatral frente a la sociedad no puede sostenerse mucho tiempo.

“No sabía en lo que me metía”

Esto suele pasar cuando las personas acuden a la boda por razones lejanas al amor y el deseo de formar una familia y lo ven como la solución a algún problema de índole emocional, psicológico, material o incluso espiritual. Una persona puede buscar a otra que le haga sentir amada si nunca percibió que la amaban, o para que le arregle la situación financiera, o alguien que sea muy piadoso para que los miembros de la parroquia aplaudan. Pero la realidad puede resultar mucho más fea y encontrarse con un sinnúmero de debilidades en el otro, escollos en la relación y dificultades en uno mismo para enfrentarlo.

 

 

“Me vi obligado por las circunstancias”

Frecuentemente las personas se ven obligadas a casarse por distintos motivos que no siempre son que le pongan una pistola contra la cabeza. Un hijo no esperado, unos padres que acuden al chantaje emocional, malos consejos de amistades o guías espirituales, la vergüenza por haber tenido relaciones sexuales aunque no hayan sido consentidas… la lista puede continuar.

El caso es que estas personas se encuentran atrapadas ante una decisión fatal. Los caminos parecen llegar siempre a la misma conclusión, y muchos ven en el matrimonio una vía de escape que les permitirá sentirse en paz. Lejos de ser así, el peso de una mala elección se tornará imposible de soportar.

“Me casé con otra persona”

En ocasiones, un individuo puede ser engañado por el comportamiento de su pareja. Aun después de estar comprometidos durante mucho tiempo, deciden dar el siguiente paso sin conocer realmente a la persona con la que van a pasar el resto de sus vidas. Esto puede ser muy peligroso, ya que una vez casados, descubrirán muchas cosas sobre la otra persona que los afecta de forma grave.

Cierto tipo de personalidades pueden jugar muy bien el papel de ser la última coca cola en el desierto, un premio inmerecido, un ser casi angelical, y una vez conseguida la presa (luego de la boda) muestran su verdadero rostro, que suele ser mucho más violento y agresivo.

“Siempre hubo alguien más en la relación”

Y no siempre es un amante escondido, sino la mamá, los amigos (o uno en particular), el jefe obsesivo y posesivo, etc. Estas personas suelen influir en las elecciones de los esposos sin que estos se den cuenta. Cabe destacar también el daño psicológico que alguien puede causar, en especial si no se encuentra presente para que el otro descubra su verdadera identidad (en ocasiones, ni siquiera se menciona).

La pareja no discute para encontrar soluciones y caminos conjuntos, sino que la decisión ya ha sido tomada por influjo de un tercero en uno de sus miembros, muchas veces sin siquiera ser notado por la otra parte. Y cuando se trata de temas sensibles como la intimidad, la crianza de los hijos o los proyectos a largo plazo, puede resultar devastador.

Este es, evidentemente, un tema muy complejo, y es posible que haga falta dedicarle más artículos. Hoy quise enfocarme en algunas cosas que debemos reconocer para determinar si estamos tratando de defender un vínculo que nunca existió, pues jamás hubo amor, compromiso, respeto ni verdad. Esto es muy distinto a desistir en la lucha por un matrimonio que está pasando por una crisis, pero que se puede levantar con fe, esperanza y amor.

Si notamos algunas de las señales anteriores, podemos saber que lo mejor es iniciar el proceso para salir de una convivencia que no hace sino daño. Es muy importante ser honesto con uno mismo y con la pareja y tomar la decisión, pues algo que no va a mejorar solo puede empeorar. Así, habrá que enfrentar las consecuencias prácticas, legales, y –ante todo– emocionales y espirituales que hagan falta. Ya continuaremos hablando de ello. Es hora de sanar.

 

 

Escrito por: Pedro Freile, Sicólogo, vía amafuerte.com

 

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