A un mes de su fallecimiento, el Ec. Francisco Rendón comparte un sentido ¡adiós! al Padre Alonso Ascanio S.J., clérigo muy querido y recordado.
Hoy le damos el último adiós a un verdadero Padre, Pastor de almas, y quien con humildad y en medio de la pobreza realizó su apostolado.
Me permito expresar estas palabras en nombre de aquellos quienes no asistimos a un colegio jesuita, tal cual lo comentaba Monseñor Espinoza, aunque la Compañía de Jesús fue participe de nuestra formación cristiana, a través de los ejercicios espirituales de San Ignacio de Loyola, y con los cuales nos dispusimos, con un gran ánimo y libertad a reconocer la voluntad del Señor en nuestras vidas. Y para ello, el instrumento de Dios fue el P. Alonso.
Recordamos esos días, a un sacerdote muy pendiente del silencio, que sufría con nuestras travesuras, y que se empecinaba porque Dios se encuentre presente en nuestras vidas. Esa presencia de Dios que nos preguntaba: ¿qué queremos hacer con nuestras vidas luego de concluir un sexto año de colegio? Los días en la hacienda de San Agustín, en 1975, concluyeron con una conciencia sobre nuestro rol de seres humanos sensibles, que no seamos indiferentes ante la injusticia social, sino que debíamos enfrentarla. A partir de ahí, mantuvimos una relación de más de 40 años.
En mis vacaciones anuales universitarias, y en retornos momentáneas a Ecuador, nos volvíamos a ver en los encuentros de Evangelización que se realizaban en la casa de Punta Blanca del Dr. Gustavo Noboa, los mismos que se realizaron durante 20 años. Allí en medio del sonido de las olas y del horizonte marino, nos proponíamos encontrar al Señor, y en mi caso, satisfacer todas las inquietudes guardadas que como joven tenía al estudiar en el exterior. Siempre retornaba con renovada paz interior, gracias a los diálogos que sostenía con él.
Anécdota
Contaba un día como anécdota, que allá por el año 1972, regresando el P. Alonso de un retiro en Cuenca, a la espera de tomar su avión en el aeropuerto hacia Guayaquil, observó a un señor adulto con un grupo de jóvenes conversando alegremente y hablando de una convivencia que habían tenido ese fin de semana. Se acercó a este hombre y le dijo: “usted debe ser el Dr. Gustavo Noboa… si yo soy… respondió Gustavo”… y a partir de ese encuentro, muy propio con los que el Señor llamaba a sus apóstoles, se inició una amistad muy cercana, que permitió liderar un transitar en el camino, de llevar a los jóvenes a Cristo.
Ministerio de la Salvación
En este misterio de la Salvación, el P. Alonso cumplió un papel muy decisivo al actuar con responsabilidad ante los desafíos que Dios y la vida misma le presentaron, aun a costa de su sacrificio personal. Por ello, sus acciones fueron suficientes para que lo llamemos desde el fondo de nuestro corazón: Padre.
Acciones que se iniciaban desde su preocupación por los detalles de bienestar en nuestras vidas, y teniendo como medios a la oración, la rectitud de intención, la hombría de bien, el amor a la Virgen, y la frecuencia de los sacramentos como fuente de vida cristiana.
En este contexto, las respuestas que daba el P. Alonso siempre estaban encaminadas a mostrar la verdad y la justicia divina. Sabía que el Señor le había pedido que “Apacentara a su grey”, y no por un afán de ganancia sino de corazón.
En algunas conversaciones ante las crisis de la fe, pedía confiar en la iglesia, y cuando sus recomendaciones debían ser más humanas que divinas, solía decir: “no soy la persona para opinar en eso… ahí se requiere un hombre que este en este mundo para que opine” y a partir de allí, sabía que, en lo personal, tenía una gran lucha para que esa alma no caiga en el pecado.
Un incansable trabajo
Su trabajo lo ejercía con una gran alegría, sentido humor y fineza característico de un hombre enviado por Dios, sabía que tenía que ser una transparencia en Cristo, por él y en él.
En sus mensajes nos pedía que hiciéramos conciencia de la crisis en que vivimos, y que nos golpea a todos, especialmente a los más débiles, que no tienen garantía y tampoco protecciones. De allí que su trabajo, lo realizaba con la misma pasión entre los necesitados de espíritu del Colegio Javier, Cristóbal Colón o Espíritu Santo, de Guayaquil y en los más necesitados, en las noches, en el Colegio 20 de abril, en donde lo acompañamos con muchas convivencias.
Exigía que nuestro compromiso como equipo, sea garantizar trabajos dignos y estables a quienes lo necesiten, y que nuestro entorno de trabajo y familia, no se trasforme en una corporación solamente preocupada por defender nuestros propios intereses.
Siempre en justicia
La justicia que practicó el P. Alonso, fue más allá de lo justo, ejerció simplemente, la virtud de la Caridad… fue la expresión del «mínimo evidente» que se nos pide ante la norma, el concepto, el dogma y de lo que se llama la «dureza del corazón». Esto es, la más amplia comprensión de la situación que nace de la justicia evangélica del corazón, y con ello, vivir una verdadera Teología del Amor.
De su vida y de las almas que se le acercaban en búsqueda de orientación, hizo un ejercicio de la Esperanza. También de lo que debemos saber esperar de Dios… es decir, de una solución humanamente confusa.
De saber esperar, con ánimo humilde, serenidad y paz, de manera especial, nos hizo pensar que Dios nunca nos olvida.
La Fe, la Esperanza y la Caridad fueron las virtudes cardinales con las cuales el P. Alonso Ascanio, ejerció su apostolado entre su grey.
¡Que este disfrutando de la Gloria de Dios!
Escrito por: Ec. Francisco Rendón.
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